UNA SOLEDAD PROFUNDA
UNA SOLEDAD PROFUNDA
La pandemia va dejando secuelas de las que no es fácil recuperarse, algunas no aparecen tan relevantes, pero en realidad lo son, y tienen mucho que ver con la salud mental, especialmente de los más jóvenes.
Si hemos pasado dos años sin mayor contacto con los otros, con buena parte de las escuelas y colegios cerrados, el relacionamiento con los pares se vuelve tremendamente conflictivo, ya que niños y jóvenes, muchas de las veces hijos únicos o con familias muy cortas, no han aprendido a comunicarse con los otros sino a través de los equipos tecnológicos, me refiero sobre todo a los celulares.
Y es que cada vez más desde tempranas edades, la dependencia de los celulares, y a través de ellos de las redes sociales, se va volviendo en el único nexo que tienen los chicos entre sí, por lo que, cuando se encuentran en persona, físicamente, no saben cómo actuar.
Esa desazón que se produce, esa especie de “autismo”, lleva a lo que podríamos denominar una profunda soledad, cuna de desasosiegos, de inconformidad con ellos mismo y de conductas muy lejanas a la socialización que es la base de la convivencia humana.
De ahí que el esfuerzo con estas generaciones pandémicas será mayor por parte de padres y madres de familia y por los profesores, teniendo el cuidado de actuar con prudencia, pero con decisión respecto a este factor tan importante en la vida de las personas.
Debemos evitar que la “profunda soledad” convertida en pandemia, sea el denominador común del mundo del futuro.
OPINIÓN
Por Rosalía Arteaga Serrano
Ex Presidenta Constitucional de la República del Ecuador
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