9 DE MAYO, DÍA DE LA VICTORIA (I)
9 DE MAYO, DÍA DE LA VICTORIA (I)
El 9 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial, conflicto que se desarrolló en lo fundamental en el frente soviético-alemán, donde se libraron las más importantes y decisivas batallas que resquebrajaron la espina dorsal de la Werhmacht, las Fuerzas Armadas de Alemania Nazi, el más potente complejo militar bélico creado por el hombre. No se cumplieron las expectativas alemanas de conquistar el mundo porque la Wehrmacht encontró en la URSS una resistencia que jamás esperó.
El 18 de diciembre de 1940, luego de apoderarse de Europa continental, Hitler firmó la orden para desarrollar el Plan Barbarrosa, que contemplaba la destrucción de la URSS en tres o cuatro meses. El alto mando alemán estaba tan convencido del éxito del Plan Barbarossa que para después de su cumplimiento planeaba, a través del Cáucaso, la toma de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas se debían encontrar con las japonesas; esperaba también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y EEUU, con lo que Alemania lograría el dominio total del mundo.
La orden de poner en ejecución el Plan Barbarossa la dio Hitler cuando trabajaban para la Wehrmacht cerca de 6.500 centros industriales europeos y en las fábricas alemanas laboraban 3’100.000 obreros especialistas extranjeros. Alemania poseía en ese entonces dos veces y media más recursos que la URSS y era la más poderosa potencia imperialista del planeta; lo acompañaron en esta mortífera aventura muchos otros estados europeos y numerosos voluntarios del resto del mundo.
La guerra que Alemania desató en la URSS fue una guerra de exterminio contra los pueblos eslavos, gitanos y judíos, que para los nazis eran pueblos inferiores y ocupaban el espacio vital que les pertenecía a ellos, que eran de raza superior; por eso el elevado número de civiles muertos y los crímenes horripilantes que hubo en los territorios ocupados de la Unión Soviética, algo que no se dio en el resto de Europa.
La guerra de Alemania contra la URSS era esperada, pero las fechas notificadas por los servicios secretos soviéticos sobre su inicio no coincidían, algunas eran reales y otras erróneas. El domingo 22 de junio de 1941, exactamente a las cuatro de la madrugada, Alemania dio inicio al Plan Barbarossa. Un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi.
El 24 de junio de 1941, el entonces Senador Harry Truman declaró al New York Times: “Si vemos que gana Alemania, entonces debemos ayudar a Rusia y si comienza a ganar Rusia, entonces debemos ayudar a Alemania. De esta manera, ojalá se maten entre ellos, entre más mejor. Aunque yo no quiero la victoria de Hitler bajo ninguna circunstancia”.
Las expectativas alemanas del plan Barbarossa fracasaron porque la Wehrmacht encontró en la URSS una resistencia que los desesperó desde el mismo inicio de la guerra. El General Galdera, jefe de Estado Mayor de las tropas terrestres de Alemania, escribió: “Los rusos siempre luchan hasta la última persona”. Es que desde el primer día de guerra, la población soviética se aglutinó bajo la consigna: “¡Todo para el frente, todo para la victoria!” Con la finalidad de defender a su patria, los trabajadores laboraron sin descanso, los poetas escribieron poemas motivadores, los compositores crearon música inspirada, los artistas se presentaron en todos los frentes, los campesinos obtuvieron los mejores frutos de la tierra, los ingenieros inventaron novedosos instrumentos de combate y los soldados entregaron su vida en aras de la libertad. Nadie permaneció indiferente.
En los primeros meses de guerra, los grupos “Centro” y “Norte” de la Wehrmacht lograron acercarse a Moscú y Leningrado, dos de sus principales metas; nada parecía capaz de detener a este monstruo apocalíptico, cuyas botas habían pisado casi toda Europa. Sin embargo, el primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú y no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja, tal cual había sido planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, después los soldados se dirigieron al frente y ganaron la Batalla de Moscú; cosechaban el ejemplo del Mayor Klochkov, que se arrojó debajo de un tanque alemán con granadas en las manos exclamando: “Aunque Rusia es inmensa, no hay a donde retroceder, ¡detrás está Moscú!”
Sobre esta batalla el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.
La siguiente victoria soviética se dio en la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada que se conoce, la suma total de las perdidas por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de ininterrumpidos y feroces combates, culminó con la victoria del Ejército Rojo sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.
Sobre la Batalla de Stalingrado, el General alemán, Dorr, escribió: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller… Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue el que ideó esta forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedía el radio de acción de un lanzador de granadas.
El 19 de noviembre de 1942 comenzó la operación Urano, ofensiva soviética que fue preparada en el mayor de los secretos, por lo que fue inesperada para los alemanes, el objetivo donde convergían las tenazas de la ofensiva era el pueblo de Kalach y su puente. Al cuarto día, el 23 de noviembre, 330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud.
El 30 de enero, Hitler ascendió al rango de Mariscal de Campo al General Paulus. En realidad, el acenso era una orden de suicidio, pues en la historia de las guerras no hubo un sólo caso en el que un mariscal de campo cayera prisionero. Pero Paulus no tenía la intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a sus generales, y prohibió hacerlo a los demás oficiales, que debían seguir la suerte de sus soldados.
El 2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron todos los intentos por romper el cerco, cesó la resistencia alemana en Stalingrado. El Ejército Soviético capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg. Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de Investigación Histórica Militar de la República Democrática Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.
En la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió cerca de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. En Memorias de un Soldado, el General Heinz Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”.
La Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial y resultó una auténtica catástrofe militar para los alemanes, cuyas tropas no pararían de retroceder hasta rendirse ante el Mariscal Zhúkov en Berlín, dos años y cuatro meses después. La victoria Stalingrado marcó el inicio de la derrota de Alemania, sentó las bases para la expulsión masiva de los invasores del territorio soviético, desbarató los planes alemanes, resquebrajó su sistema de alianzas y llenó de esperanzas a todos los pueblos de los países que luchaban contra el fascismo. La casi totalidad del material militar que se empleó fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la Unión Soviética habían trasladado desde la zona central de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito