El negocio de ser político
Definitivamente, el país está atrapado por la clase política, que tiene una agenda diferente a la mayoría de ecuatorianos, que vive angustias por los altos niveles de inseguridad, violencia, muerte, falta de empleo pleno, desatención en salud, desastre en el seguro social y galopante corrupción.
La Asamblea se ha tornado en la catedral de la mentira y el engaño y la poca contribución a la solución de los problemas, la generación de buenas leyes, las reformas que requiere el país y una fiscalización seria y responsable, no mediocre y que solo busca el protagonismo. Se ha tornado en la institución que trata de triturar a las autoridades luego de insultarles con palabras soeces y quieren que asistan a escucharles las tonterías que argumentan. Por ello el reflejo de la bazofia en la que se desenvuelve y el bajo nivel de credibilidad que tiene.
En la actualidad, ¿para qué ser político y candidato a una dignidad de elección popular? Para pasar a mejor vida, en medio de la ingenuidad de los electores que no ejercen un voto libre pero responsable y luego se arrepienten. Primero controlan las organizaciones políticas, que se han tornado en empresas electoreras, que no piensan en el país sino en sus intereses personales y grupales. Esa práctica ya está establecida.
Se ha perdido todos los valores. Se ha llegado a la audacia de tratar de reivindicar el robo y el saqueo de los recursos públicos cuando hoy en campaña para las elecciones seccionales se argumenta que se le quiere perjudicar a Manabí en donde despilfarraron más de un mil doscientos millones usd solo en aplanar el terreno y nunca se hizo la tan cacareada refinería del Pacífico. Fue puro cuento y hoy quieren volver por más. Todas las atrocidades que cometieron explican porqué esas organizaciones políticas, que hoy integran la mayoría legislativa, quieren controlar el Consejo de Participación Ciudadana y con ello tomarse los organismos de control y meterle mano en la justicia, a la que se acostumbraron en el pasado para tapar sus actos de corrupción.
OPINIONES
Miguel Rivadeneira Vallejo
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