El ser o el no ser de Turquía
Por Rodolfo Bueno
A dos países del Oriente Medio les costará mucho mantener su independencia: Irán, por sus grandes reservas de gas y petróleo, y Turquía, por su ubicación estratégica. Parte del aparato militar y de seguridad turca lo controla el Pentágono, que tiene decenas de bombas nucleares en la base de Incirlik.
La justicia turca ha solicitado a EEUU la entrega del clérigo Fethullah Gülen, al que acusa de conspirar y de haber orquestado el golpe militar fallido del 15 de julio de 2016. Extradición que Washington no hará jamás, pero puede alargar ese proceso hasta las calendas griegas. En esa coyuntura geopolítica, la principal preocupación del gobierno turco es controlar a los kurdos y evitar la guerra civil en su país.
Erdogan no se ha sumado a las sanciones contra Moscú, pese a las presiones de EEUU, y se jacta de la amistad que mantiene con Rusia: “Somos un Estado fuerte y tenemos una relación positiva con Rusia. Moscú y Ankara se necesitan mutuamente en todos los campos posibles”, lo que se refleja en que no cerró su espacio aéreo a la aviación rusa ni prohibió la entrada a Turquía de turistas rusos y el volumen del comercio entre ambos países creció en un 85,8 % en 2022. Moscú y Ankara firmaron un acuerdo para la construcción y la operación de una planta de energía nuclear en Akkuyu, a orillas del mar Mediterráneo. Se trata de la mayor construcción nuclear del mundo, con un costo de unos 20.000 millones de dólares, lo que no gusta a EEUU y le convence más aún de mantener en su agenda el cambio de régimen de Turquía.
Lo real del caso es que el pueblo turco no la tiene fácil en la elección del 28 de mayo, debe escoger entre dos modelos antagónicos en un mundo en el que lo multipolar nace y lo unipolar brega por subsistir, en un mundo en el que china acusa a EEUU de ser el instigador de la diplomacia coercitiva, por imponer sanciones ilegales y por anteponer sus intereses a las necesidades de otros países; así ha actuado contra Cuba, Venezuela, Corea del Norte, Irán, Bielorrusia, Sudán, Rusia y contra la misma China, al iniciar la guerra de los chips, implementando controles a los países productores y exportadores de semiconductores, con la finalidad de frenar los avances de China en inteligencia artificial y computación de alto rendimiento, y al prohibir a cualquier compañía que utiliza productos tecnológicos de EEUU hacer negocios con empresas chinas; tal vez, algo semejante van a hacer con Turquía si Erdogan ganara la elección presidencial.
Turquía y Estados Unidos tienen otro punto de fricción en Irak y Siria, donde la CIA controla a los grupos armados kurdos del PKK, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, que se enfrenta al gobierno turco y es una de las principales amenazas para su seguridad nacional. Pese a que el PKK, por proponer un Kurdistán independiente, es considerado una organización terrorista por Turquía, EEUU y la UE, cuenta con el apoyo militar de EEUU que sustenta sus acciones. En los últimos años, el Ejército turco ha llevado a cabo operaciones militares contra esa organización al norte de Irak y de Siria. La derrota de los kurdos en Irak le permitiría a Turquía conservar sus bases en Mosul, ciudad que Erdogan reivindica como integrante del Imperio otomano.
Este apetito de ampliación territorial se expresó recientemente en el Cáucaso, cuando Erdogan apoyó a Elham Alíyev, presidente de la República de Azerbaiyán, durante los enfrentamientos entre Azerbaiyán y Armenia en el Alto Karabaj, en diciembre de 2020. El presidente turco declaró “una sola nación, dos Estados” y legitimó su ayuda a Bakú en nombre de la “turquicidad”. Erdogan también firmó acuerdos económicos y de seguridad con las antiguas repúblicas soviéticas del Asia Central.
Hasta hace poco, Erdogan nadaba en dos aguas y se situaba en un punto intermedio entre Rusia, China y Estados Unidos. Pero hoy, su partido político lo presenta como el líder de la independencia de Turquía frente a la agresividad de Washington. Este cambio es el resultado de los intentos de asesinato que Estados Unidos orquestó contra Erdogan, principalmente el de la sangrienta intentona golpista de 2016.
El que en este momento, la opinión pública turca sea anti estadounidense, se debe en gran medida a Jeffrey Flake, embajador de Estados Unidos en Turquía, que hizo una visita pública a Kemal Kiliçdaroglu, candidato de la oposición turca, al que los analistas occidentales presentan como la única esperanza para construir una nueva Turquía, con mayor respeto para la pluralidad religiosa, étnica y social. Kiliçdaroglu no es musulmán suní, como la mayoría de los turcos, sino que pertenece al grupo aleví, que vive en la región más occidental del Kurdistán turco, enclavada en el centro de la Anatolia. Kemal Kiliçdaroglu aseguró tener pruebas de la interferencia rusa en los comicios presidenciales turcos, aunque nunca las presentó. Por propalar estos rumores en internet, Erdogan dijo que su rival debería avergonzarse de hacer tales denuncias. Ser aliado de EEUU no le favorece a Kiliçdaroglu, pues Turquía es miembro de la OTAN y la mayoría de los turcos está en contra de la pertenencia de Turquía a esta alianza bélica.
Jeffrey Flake era republicano, amigo del fallecido senador John McCain, que abandonó esa formación política rechazando el ingreso de Donald Trump al Partido Republicano y se acercó a Joe Biden, que lo nombró embajador en Turquía. Flake creyó actuar bien al exhibirse con Kemal Kiliçdaroglu, grave error que le donó un fuerte argumento de campaña al Presidente Erdogan, quien de inmediato declaró: “El embajador de Joe Biden visita a Kemal. Tenga usted vergüenza, piense con la cabeza. Usted es un embajador. Su interlocutor es el presidente. ¿Cómo se mantendrá aquí después de eso y cómo pedirá una entrevista con el presidente? Nuestras puertas están cerradas para usted. Ya no puede entrar. ¿Por qué? Porque tiene que saber cuál es su lugar. Tenemos que darle una lección a EEUU en estas elecciones”.
Suleiman Soylu, ministro del Interior de Turquía y vicepresidente del partido de Erdogan, condenó públicamente al representante estadounidense: “Cada embajador de Estados Unidos se pregunta cómo puede perjudicar a Turquía. Desde hace años, esa ha sido una de las mayores desgracias de Turquía. Reúnen a los otros embajadores y tratan de darles consejos. Lo mismo hacen en Europa, de manera que las embajadas de Estados Unidos gobiernan Europa”.
En relación al apoyo que Washington da al PKK y al Partido de la Sociedad Democrática, considerados por Ankara organizaciones terroristas, el ministro afirmó: “Estados Unidos ha querido durante mucho tiempo crear un Estado terrorista en nuestras inmediaciones”, y subrayó que Turquía ha luchado contra esto durante más de 40 años. “Estamos persiguiendo a todas las organizaciones terroristas. Hemos llevado a cabo cuatro operaciones importantes en Siria e Irak para evitarlo. Este riesgo no desaparecerá hasta que EEUU se levante. ¿Qué le ha hecho a Afganistán? Si yo fuera estadounidense, estaría molesto por eso. La gente se colgaba de las ruedas de los aviones. No es fácil que Irak y Siria se recuperen, pues hay costos permanentes”. Asimismo, responsabilizó al gobierno estadounidense de haber constituido a los grupos terroristas del Estado Islámico y Al Qaeda. “No luchamos contra el PKK, luchamos contra EEUU. ¿Somos tan ingenuos para no entenderlo? Lo sabemos. Washington quiere crear un Estado terrorista en Oriente Medio”. Y vaticinó que el desenlace de los comicios presidenciales de Turquía “cerrará las bocas, no solo de oposición, sino también de EEUU y la UE”.
Suleiman Soylu describe la globalización como el intento estadounidense de manipular el auge del comercio internacional, para destruir todas las culturas e imponer la de Estados Unidos. Después arremetió contra la Unión Europea, cuyo servilismo de sus dirigentes criticó y la calificó “de mula de Estados Unidos”. Señaló que el imperio norteamericano está perdiendo su reputación, que en África los europeos son esbirros de Washington y que por eso es que los africanos los detestan. En definitiva, el mundo entero detesta a EEUU.
Pero lo que más molesta a Washington es la determinación del gobierno de Turquía de mantener una posición independiente y de convertirse en un actor autónomo con rango de potencia regional, a pesar de ser miembro de la OTAN, y buscará aprovechar el proceso electoral para producir allí una revuelta igual a las primaveras árabes, que sacudieron a Túnez, Egipto y Siria, como una medida para cerrar el paso al multilateralismo, del que Erdogan es resuelto partidario, lo que le ha llevado a tender puentes de colaboración con países como Rusia, Venezuela, China y Brasil.
Turquía se enfrenta a la disyuntiva de apoyar a Erdogan, que gobierna ese país desde hace dos décadas, u optar por un cambio. Erdogan enfoca su campaña en el campo económico, promete reducir la inflación e impulsar el desarrollo social; Kiliçdaroglu espera eliminar los visados entre Turquía y Europa. Así son las cosas, por lo que este 28 de mayo gran parte del mundo se juega en Turquía el todo por el todo.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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