Ecuador y Rusia, amigos de siempre
Por Rodolfo Bueno
José Mejía Lequerica, destacado diputado de las Cortes de Cádiz, José Joaquín de Olmedo, poeta, político y prócer de la independencia, y Juan Montalvo, uno de los mejores ensayistas y pensadores del país, son tres de los más grandes intelectuales de Ecuador. Ellos, antes de pronunciarse, investigaban profundamente el tema a tratar, por eso sus obras son inmortales. En la actualidad, casi se ha perdido esta noble tradición y mucha gente habla por hablar, sin conocimiento de causa.
El caso de Rusia es un ejemplo notorio. Contra ese país, EEUU y la UE han desatado una campaña de difamación sin precedente, comparable unicamente con la rusofobia de Alemania nazi en la guerra que en 1941 emprendió contra Rusia con la intención declarada de exterminarla. Hoy repiten la misma cruzada contra la civilización rusa, su ideología, sus altos valores nacionales, morales, religiosos, culturales, artísticos y filosóficos, y que, lastimosamente, es aceptada sin chistar por algunos ecuatorianos que incluso han ocupado elevados cargos públicos.
Ellos ni siquiera se detienen a pensar que nuestra tricolor está inspirada en la bandera rusa, en señal de gratitud por el apoyo que Rusia dio a Francisco de Miranda, prócer venezolano que participó en la Independencia de Estados Unidos, en la Revolución Francesa y en las luchas por la libertad hispanoamericana. Por la similitud de esas banderas, nuestra hermandad con Rusia es eterna.
Cuando esas personas enarbolan contra Rusia el juicio de Núremberg y los valores democráticos consagrados en la ONU, deberían recordar que eso, y el destino del mundo luego de la Segunda Guerra Mundial, fue acordado por las tres grandes potencias en la Conferencia de Yalta, que tuvo lugar en el Palacio Imperial de Livadia, en la península rusa de Crimea; que Rusia, y las demás naciones que conformaban la URSS, fueron los que dieron el mayor aporte para que esos ideales existan, pues gracias a la valentía y enorme sacrificio de esos pueblos, la humanidad no fue esclavizada por el nazismo, ya que en la URSS fue destrozado el 75% de las Fuerzas Armadas de Alemania nazi, la Wehrmacht, lo que fue reconocido por todas las personalidades de entonces, entre otros Churchill, Roosevelt, de Gaulle.
Deberían recordar que el 5 de diciembre de 1941, la Wehrmacht, organización militar apocalíptica que sólo conoció victorias cuando marchó a lo largo y ancho de Europa, sufrió en las puertas de Moscú su primera derrota militar. Sobre la Batalla de Moscú, el General MacArthur escribió: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.
Deberían recordar la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada que conoce la historia, la suma total de las pérdidas por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de ininterrumpidos y feroces combates, culminó con la victoria del Ejército Rojo sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba. Al terminar la Batalla de Stalingrado, el Ejército Soviético capturó a un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. La Wehrmacht perdió en Stalingrado un millón de hombres, el 11% de sus pérdidas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia.
Deberían recordar la Batalla de Kursk, en la que, según Hitler, los alemanes “debían recuperar en el verano lo que habían perdido en el invierno”. El 5 de julio de 1943 comenzó la batalla. Los alemanes confiaban en que sus fuerzas romperían las defensas rusas tanto en el norte como en el sur, pero su ofensiva terminó en un rotundo fracaso. La contraofensiva soviética marcaría el fin del último intento alemán de recuperar la iniciativa en el Frente Este, iniciativa que quedó en manos soviéticas a partir de ese momento. La victoria soviética de Kursk enterró el mito de que era el invierno ruso el que ayudaba al Ejército Rojo y demostró a los Aliados que si no desembarcaban en Europa, la URSS sola era capaz de derrotar a Alemania; fue el factor decisivo para que no se aplazara más el desembarco en Normandía.
La conquista de Leningrado, así se llamaba San Petersburgo, fue parte importante de la estrategia alemana. Según el plan de Hitler, el grupo de ejércitos del norte debía partir desde Prusia Oriental, tomar todas las fortalezas soviéticas del Báltico y los puertos de Kronstadt y Leningrado, para dejar a la flota soviética sin bases en el Báltico. Los sueños de Hitler de ocupar Leningrado no se hicieron realidad, porque sus habitantes la defendieron sacrificándose más allá de lo imaginable. Durante los novecientos días del bloqueo, el pueblo ruso repetía como estribillo: “Si Leningrado resiste, nosotros también resistiremos”.
Como consecuencia del bloqueo, murieron más de un millón de leningradenses, la inmensa mayoría, el 90%, de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió. Las condiciones de trabajo eran de las más duras, no había ni luz, ni calefacción, ni transporte, el frío era insoportable y no había qué comer, y sin embargo, nadie se quejaba. Ni siquiera en el momento de morir. La gente moría en silencio.
A través del congelado lago Ládoga, llamado “el Camino de la Vida”, no se interrumpió nunca el envío de alimentos, medicina, armas y demás pertrechos. Los conductores manejaban sin descansar. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y el frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día. Se tendió un oleoducto por el fondo del lago y Leningrado revivió. Las fábricas volvieron a producir y la población de nuevo tuvo luz y calefacción.
El 18 de enero de 1943, el Ejército Rojo rompió parcialmente el bloqueo. Lo hizo mediante la operación Iskrá, chispa en español, que conectó a Leningrado con el resto de Rusia. Un año después, el 27 de enero de 1944, el Ejército Soviético rompió el bloqueo por completo. Por eso, sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.
Deberían recordar que luego de esta epopeya y de liberar a una veintena de países del yugo nazi, las tropas soviéticas entraron en Berlín y el 1 de mayo de 1945 izaron la bandera su país en el Reichstag, el parlamento alemán. El 9 de Mayo de 1945, después de 1418 jornadas de denodados combates, terminó una contienda en la que fallecieron cerca de 60 millones de seres humanos, de los que 27 eran soviéticos. La mayor parte de ellos fueron muertos como consecuencia de la salvaje represión ejercida por las tropas ocupantes contra la población civil.
Deberían recordar que el 21 de febrero de 1945 comenzó en Berna ‘la Operación Amanecer’, en la que las SS se comprometían a luchar junto a Occidente contra la URSS, luego de que la Wehrmacht capitulara en Frente Occidental para concentrar sus fuerzas en el Oriental. Cabe preguntar: ¿Fue esta operación un pacto que no tuvo valor alguno sin el visto bueno de Hitler? En 1998, el Presidente Clinton desclasificó los archivos secretos de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial, que muestran lo estrecha que fueron las relaciones entre su país y las SS durante la guerra.
Deberían recordar que hubo la ‘Operación Impensable’, el plan británico para atacar a la Unión Soviética. Fue ordenado por Churchill a finales de la Segunda Guerra Mundial y fue desarrollado por las Fuerzas Armadas Británicas. Contemplaba “imponer a Rusia la voluntad de Estados Unidos y el Imperio Británico”, contaba con el uso de fuerzas polacas y soldados alemanes, capturados durante la guerra. Churchill ordenó al Ejército Británico apoderarse de armas alemanas para usarlas contra la URSS luego de que Alemania se rindiera. Finalmente, la necesidad de la ayuda soviética a EEUU en el conflicto con Japón enterró el ‘Plan Impensable’, que aparentemente ha sido desenterrado por la actual administración estadounidense.
Si los ecuatorianos que en tan malos términos se expresan sobre Rusia y sus gobernantes, hubieran tenido la suerte de educarse en las universidades rusas, habrían conocido de cerca al pueblo ruso, sabrían que ellos conforman una sociedad amable y acogedora, amante de la libertad, la paz y la solidaridad, que no toleran la discriminación y odian el nazismo. Tal vez entonces comprenderían por qué Rusia no puede permitir que vuelva a ocurrir el Holocausto, no solo contra los judíos sino contra cualquier pueblo del mundo. Comprenderían que cuando en Occidente critican a Rusia por su falta de libertad y democracia, realmente están conspirando para robarle sus riquezas. Y estoy seguro que la defenderían.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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