Fanáticos y fanatismo
Por Farith Simon
Los fanáticos tienen rasgos comunes; no importa si el objeto del fanatismo es un equipo deportivo, una ideología, un político, una causa, una persona en particular. Los fanáticos son leales, no cuestionan, dudan o critican, sin importar lo absurdo, dudoso o cuestionable de la decisión o acción de quien admiran o siguen. Los fanáticos suelen perder toda objetividad.
Un fanático actúa como miembro de una secta; prefiere relacionarse con quienes piensan o actúan igual, lo que suele alimentar su devoción; todo lo que hablan, leen o escuchan, les reafirma en su convicción, aumenta una adhesión casi cegadora, les convierte en acríticos que idealizan al objeto de su devoción, despojándolo de todos sus defectos, cuando no convirtiendo esos defectos en virtudes.
Un fanático encontrará siempre buenas razones para justificar los errores del objeto de su devoción; llegan incluso a actuar con hostilidad frente a quienes cuestionan a quien admiran o siguen. De hecho, los fanáticos asumen muchas veces como una ofensa o crítica personal el cuestionamiento a su líder, equipo o ideología. El fanatismo les lleva a creer que su propia identidad está indisolublemente asociada al objeto de su admiración.
En esta campaña electoral se ha reafirmado el rol del fanatismo en la política. Los votos duros son pro o anti algo, sin importar la información o los hechos que conozcan y que pueden poner en duda su opción.
Todos conocemos a alguien así, que vive esta campaña como algo personal, que al oír una crítica al partido, movimiento o candidato, reacciona incluso con violencia. Odiadores, es increíble como el odio les hace actuar; todo lo que dicen es falso, no hay pruebas de nada, todo era perfecto antes, no había abusos ni corrupción, se respetaba a los disidentes.
El fanatismo no es nuevo, pero en esta campaña se lo presenta como un rasgo positivo, y no dudar, criticar o cuestionar, es una razón para sentirse orgulloso.
OPINIÓN
Farith Simon
Columnista Invitado
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