Gesta histórica
Por Alberto Dahik Garzozi
El día de ayer el pueblo ecuatoriano una vez más demostró su afecto a la democracia y su deseo de que las cosas en el país mejoren a través de la vigencia de la ley y de la institucionalidad.
La elección que acabamos de realizar todos los ecuatorianos culmina un proceso traumático y duro que pintaba negros nubarrones en el horizonte, que, exceptuando el trágico fallecimiento de Fernando Villavicencio, no produjo la tormenta de desestabilización democrática que algunos temían.
El proceso electoral surge de una decisión del presidente de la República que estaba totalmente dentro de sus facultades constitucionales. Nos puede gustar o no la Constitución, a mí personalmente no me gusta, pero ahí está y hay que obedecerla. El presidente puede en nuestro ordenamiento jurídico disolver la Asamblea Nacional y así lo hizo Guillermo Lasso. Esa facultad viene acompañada de un mandato posterior: La convocatoria a elecciones presidenciales y legislativas para completar el período que se interrumpe con la disolución de la Asamblea, tanto el período presidencial cuanto el de la asamblea.
El país, débil institucionalmente y extremadamente frágil en su seguridad jurídica, fue testigo del uso del presidente de sus facultades constitucionales y del cumplimiento de sus obligaciones de la función electoral, y todo fue aprobado clara e implícitamente con la concurrencia del pueblo a las urnas.
Esta es una buena noticia, pues refleja que en un momento de gran turbulencia, como fue la confrontación entre Asamblea y presidente, y usada la medida extrema de la disolución de aquella, los canales constitucionales se cumplieron paso a paso y el pueblo lo refrendó con el poder soberano y solemne del voto.
Ya el resultado, que no deja de ser tan importante como este primer aspecto que he descrito, deja también grandes lecciones.
Por tercera vez hay un fracaso para el movimiento correísta. El primero la elección de Lenín Moreno Garcés, no porque haya existido lo que para esa tienda política fue una “traición”, sino porque desde el inicio, en propuesta pública, Lenín Moreno como candidato expresó puntos programáticos y líneas de acción que claramente lo diferenciaban de su antecesor y de las prácticas políticas del régimen de la revolución ciudadana. Pocos mencionan estos pronunciamientos de Moreno antes de la elección, pero es fundamental para tal vez entender el porqué Lenín Moreno sí logró pasar del 50 % en la segunda vuelta electoral.
El segundo fracaso fue con Guillermo Lasso, ante quien el correísmo perdió, con una estrategia en la cual Rafael Correa estaba “escondido”, pues se creía que hacía más daño que bien a su candidato. La tercera es esta elección, en la cual el candidato más bien fue Rafael Correa, visible al extremo.
Por encima de que la campaña no trató los problemas de fondo del país, que el presidente electo va a enfrentar unos problemas gigantescos sobre los cuales ni él ni su contrincante se pronunciaron, este resultado refleja que la población no quiere votar por títeres. El mensaje de una clarísima sujeción a Rafael Correa por parte de Luisa González inicialmente, fue cambiado a “La presidenta voy a ser yo”. Es decir, necesito de Correa en la primera vuelta, me salgo de Correa en la segunda vuelta. La usual locuacidad y descontrol verbal del expresidente fueron el principal enemigo de doña Luisa, cuyos méritos personales y vocación de lucha deben admirarse, pero que no pudo definitivamente sacarse la imagen de ser títere de otra persona y de un partido o proyecto político. Casi que faltó en la campaña el slogan aquel de la Argentina “Cámpora a la presidencia, Perón al poder”. Eso, en el electorado joven de hoy, sencillamente no cabe.
Daniel Noboa gana porque más allá de si sus ofertas son posible o no, más allá de si prometió o no lo correcto, la gente sabía que estaba votando por él y no por otras personas atrás de su candidatura que irían después del resultado a ver como le formaban el gobierno y le dirigían sus políticas, y, por sobre todas las cosas, ese sabor de que esas personas atrás buscaban muchos arreglar situaciones personales.
Este es el trasfondo de la elección. El correísmo la hizo visible, a una persona que era muy poco conocida. Ese mismo correísmo la sepultó y le impidió ser la primera mujer que pudiera ejercer la primera magistratura de la nación.
Toca ahora entender por parte de toda la sociedad que pasada la tormenta institucional que pudo haberse desatado y tranquilizadas las aguas con el bálsamo de la voluntad popular, habrá que enfrentar problemas de muchísima gravedad, y que esto requerirá la unión de todos.
La principal labor del nuevo presidente, que demostró gran olfato e intuición y habilidad para llegar a donde ha llegado, será unificar las voluntades del Ecuador para poder enfrentar esos problemas que de no hacerse, terminarán poniendo al país en situaciones de gran riesgo en una crisis económica, social y política de mayúsculas consecuencias.
OPINIÓN
Alberto Dahik Garzozi
Columnista invitado
Para ver más noticias, descarga la Edición