CUENCA LA BELLA
Por Rosalía Arteaga Serrano
Tuve la suerte de pasar las fiestas de fin de año en mi ciudad natal, lo que siempre es grato, por los recuerdos que se arremolinan en la memoria, por la presencia de familiares queridos, por el disfrute de su gastronomía, por la posibilidad de contemplar sus cielos, sus ríos, los paisajes de contornos suaves de las colinas que la circundan, pero hay ahora más ingredientes que nos ayudan a pensar en las extraordinarias condiciones que hacen de la capital de los Azuayos una ciudad tan particularmente bella y atractiva para el turismo.
Y no es que primen en mí los condicionantes del amor por la tierra en la que se nace, sino que, estoy segura, todos los que visitan Cuenca concuerdan en que es una ciudad de una extraordinaria belleza, amable por antonomasia con sus visitantes, ofrecedora de múltiples posibilidades para el turista que la visita, para el poblador que regresa, para la gente que quiere disfrutar con seguridad de paseos, de espectáculos, de oportunidades.
Ya se ha mencionado por muchos el hecho de que Cuenca ostenta las menores tasas de desempleo del país, que es una ciudad de una fuerte clase media, que crea y lidera iniciativas para generar recursos pero que añade también elementos que la adornan aún más y que la hacen apetecible para quedarse a innumerables personas nacionales y del extranjero, como lo prueban los más de diez mil jubilados de otras nacionalidades que han tomado la decisión de hacer de Cuenca su hogar.
En estos días he tenido la suerte de pasear por Cuenca, de contemplar las iluminaciones que la época de Navidad y Fin de Año se han esmerado en colocar las autoridades y el sector privado, tanto en el Parque Calderón como en la Avenida Solano, así como en las diversas plazas y parques de la ciudad. He visto el árbol enorme y de buen gusto ubicado en el Parque de Guzho, así como las múltiples decoraciones navideñas que lo engalanan, y que también se hacen presente en el aeropuerto y en el terminal terrestre.
He disfrutado de la fabulosa gastronomía a veces con tintes locales, otra decididamente internacional, así como las infaltables fusiones en restaurantes que hacen gala de peculiares decoraciones, de atención esmerada, pero que me han permitido mirar desde lo alto los juegos de tejados de las casas del Centro Histórico, tan bellamente trazado y conservado, así como las cúpulas de la omnipresente Catedral de la Inmaculada, la Nueva Catedral como acostumbramos a llamarla, por contraposición a la Vieja o Antigua Catedral.
Hay en las dos, nacimientos preciosos, que se vuelven un imperdible a la hora de planificar las visitas por estas épocas. Debo también resaltar la limpieza de la ciudad y de sus templos y lugares públicos, la sensación de seguridad que ahora nos es tan preciada, lo que ha permitido a los miles de visitantes deambular por la urbe hasta altas horas de la noche y hasta de la madrugada, con el disfrute de las atracciones que se generan a cada paso en esta ciudad encantada, patrimonio de la humanidad, rincón mágico, cuna de poetas y pintores, emprendedora y definitivamente bella.
Aprovecho para desear a mis lectores un feliz y venturosos año nuevo, con la cálida sugerencia de visitar Cuenca en la primera oportunidad en que puedan hacerlo.
OPINIÓN
Rosalía Arteaga Serrano
Ex Presidenta Constitucional de la República del Ecuador
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