Leningrado, ciudad héroe sin parangón en la historia
Por Rodolfo Bueno
San Petersburgo, o Venecia del Norte, como también se la conoce, fue fundada en 1703 por Pedro I, el Grande. Es la puerta de salida de Rusia al mar Báltico y es una de las ciudades más bellas del planeta: El Palacio de Invierno, el Hermitage, la Catedral de San Isaac, el Palacio de Pedro son monumentos únicos, de belleza sin par. Ha sido cuna de muchos pensadores y poetas: Pushkin, Gogol, Dostoievski, Blok, entre otros. Pero su historia debe recordarnos que sus hijos realizaron un acto de heroísmo sin parangón en el mundo, ante cuya grandiosidad es poco lo que se diga. Nadie logrará narrar con exactitud lo que aconteció en esta ciudad durante la Segunda Guerra Mundial, símbolo del valor del pueblo soviético. Que el heroísmo y el sacrificio de sus hijos más nobles ilumine a los luchadores por la libertad, que el más de medio millón de víctimas, que yacen en el grandioso cementerio Piskariovskoye, logren la paz eterna cuando se logre que en el mundo no existe más el nazi-fascismo.
La madrugada del 22 de junio de 1941, la Wehrmacht, Fuerzas Armadas de Alemania Nazi, pusieron en marcha el plan Barbarossa, que había sido elaborado por orden de Hitler, y se adentraron en el corazón mismo de la URSS. El plan tenía las mismas características que tan buenos resultados le dieron a Alemania en el resto de Europa y su finalidad era ocupar la parte europea de Rusia en tres meses. La conquista de Leningrado, así se llamaba entonces San Petersburgo, fue parte importante del mismo.
El Plan Barbarossa fue preparado cuando Alemania, país altamente desarrollado y cuya producción se encontraba fundamentalmente dirigida hacia la industria de guerra, se había apoderado de los principales centros industriales europeos y poseía dos veces y media más recursos que la URSS, lo que la convertía en la potencia imperialista más poderosa del planeta.
Según el plan Barbarrosa, el grupo de ejércitos del norte debía partir desde Prusia Oriental, tomar todas las fortalezas soviéticas del Báltico y los puertos de Kronstadt y Leningrado, para dejar a la flota soviética sin bases en el Báltico. El grupo de ejércitos del norte y las tropas alemanas de Noruega, a los que se sumaría el Ejército de Finlandia, deberían ser suficientes para destruir a las fuerzas soviéticas. No se cumplieron esas expectativas porque Alemania encontró en Rusia una resistencia que los desesperó desde el inicio.
En julio de 1941, la Wehrmacht entró en la región de Leningrado. El 8 de septiembre de 1941 cercó la ciudad y cortó la vía del ferrocarril que la unía con el resto del país; Leningrado quedó completamente cercada. Solo había comunicación a través del lago congelado Ládoga, conocido como “el Camino de la Vida”, pero los cargamentos que se lograban transportar por esta vía no eran suficientes para abastecer a la población de la ciudad, donde quedaron más de 2,5 millones de personas, de ellos 400.000 niños; por este camino se evacuó a un millón de leningradenses. Durante los 872 días que duró el bloqueo, o sea hasta el 27 de enero de 1944, perdieron la vida aproximadamente un millón de personas, el 97% de los cuales murieron de hambre y solamente el 3% por los bombardeos alemanes. En el transcurso de esta batalla, Rusia tuvo más bajas que las que, a lo largo de toda su historia, ha tenido EEUU en las guerras que ha participado, incluida la Guerra de Secesión y la de su independencia.
Para Hitler, la toma de Leningrado tenía importancia tanto política como estratégica y estaba obsesionado con borrar esta ciudad de la faz de la tierra. El 8 de septiembre de 1941 ordenó al alto mando alemán detener el avance de sus tropas, que se atrincheren y se preparen para romper la resistencia rusa a través de un prolongado bloqueo, con ayuda del bombardeo continuo de la aviación y mediante el fuego de artillería; supuso que el hambre haría el resto, doblegar a sus habitantes.
El sueño de Hitler, de ocupar Leningrado y borrarlo de la faz de la tierra, no se hizo realidad, porque sus habitantes defendieron su urbe sacrificándose más allá de lo imaginable. Como consecuencia del bloqueo, los leningradenses murieron de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió; a su pueblo lo mantenía en píe la inquebrantable fe en la victoria. Las condiciones de trabajo eran de las más duras, no había ni luz, ni calefacción, ni transporte, el frío era insoportable y no había que comer, y sin embargo, nadie se quejaba, ni siquiera en el momento de la muerte; la gente moría en silencio. Durante ese período, el pueblo ruso repetía como estribillo: “Si Leningrado resiste, nosotros también resistiremos”.
El invierno de 1941 fue largo y muy frío. La población gastaba sus últimas fuerzas en cruzar las calles cubiertas de gruesas capas de nieve. La ciudad vivió una de las páginas más negras de la historia de Rusia, cuando, según el diario de uno de sus habitantes, “la gente se muere y se muere. Está tan debilitada por el hambre que no lucha contra la muerte. Mueren como si se durmieran. La muerte se ha convertido en un fenómeno que se observa a cada paso. Se han acostumbrado a ella, hay una indiferencia total: al fin y al cabo, hoy no, pero mañana a todos nos espera ese destino. Cuando sales de casa por la mañana, te encuentras con cadáveres tirados en el callejón, en la calle”.
El 9 de agosto de 1942, en pleno bloqueo, la Orquesta Sinfónica de Leningrado interpretó la Séptima Sinfonía, o Sinfonía a Leningrado, compuesta por Dmitri Shostakóvich. El célebre compositor dedicó esta creación a “nuestra lucha contra el fascismo, a la victoria que se aproxima y a mi Leningrado natal”. La obra, escrita durante el bloqueo, era un himno de esperanza en la victoria y el 5 de marzo de 1942 fue transmitida por radio al mundo entero. Los altavoces se dirigían hacia donde estaban los alemanes, pues la ciudad quería que los invasores la escucharan.
El Ejército Soviético realizó cuatro intentos fallidos de romper el sitio de Leningrado, pero solo lo logró cuando la Wehrmacht luchaba en Stalingrado por no ser derrotada; el 18 de enero de 1943 abrió un corredor de diez kilómetros de ancho, lo que permitió restaurar la conexión entre la ciudad y el resto del país y restablecer el abastecimiento de la ciudad. Esta ruptura constituyó una victoria crucial y fue uno de los eventos más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Esta operación, Iskrá, chispa en español, fue dirigida por el futuro Mariscal Gueorgui Zhúkov, uno de los más brillantes militares del mundo. La ofensiva se preparó con tanto sigilo, que ni siquiera quince personas conocían sobre su existencia. Faltaban todavía doce meses hasta la ruptura total del bloqueo de Leningrado, que se dio el 27 de enero de 1944, cuando, tras dos semanas de feroces combates, el Ejército Rojo rompió el cerco nazi y logró que los alemanes se alejaran de la ciudad entre 60 y 100 kilómetros.
A través del congelado lago Ládoga no se interrumpió nunca el envío de alimentos, medicina, armas y demás pertrechos vitales. Pese al intenso bombardeo de la aviación alemana, los conductores manejaban días enteros sin descansar. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y el frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día. Por el fondo de dicho lago se tendió un oleoducto y Leningrado revivió. Su población tuvo de nuevo calefacción y luz, sus fábricas volvieron a funcionar y entregaron al frente de batalla 713 tanques, 480 blindados y 10.000 morteros. Por eso, sus habitantes dicen plenos de orgullo: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.
Ningún escrito es más patético que el diario de Tania Sávicheva, una niña que sintetiza en pocas líneas el sufrimiento de millones de ciudadanos de Leningrado. Tania escribe: “Zhenia murió el 28 de diciembre de 1941, a las 12:30 horas. La abuela murió el 25 de enero de 1942, a las 3:00 de la tarde. Leka murió el 17 de marzo de 1942, a las 5:00 de la madrugada. El tío Vasia murió el 13 de abril de 1942, 2 horas después de la medianoche. El tío Lesha, el 10 de mayo de 1942 a las 4:00 de la tarde. Mi mamá murió el 13 de mayo de 1942 a las 7.30 de la mañana. Los Sávichev murieron. Murieron todos. Solo queda Tania”.
Las proezas de los leningradenses se han convertido en un ejemplo de valentía para todos los pueblos del mundo. La Medalla por la Defensa de Leningrado se estableció el 22 de diciembre de 1942 y ha sido concedida a cerca de 1.5 millones de personas. En 1965 a Leningrado se le otorgó el título de Ciudad Héroe.
Si Hitler hubiese contado con la valentía, el espíritu de combate, la organización, el patriotismo, la disciplina, la productividad y otras características incomparables del pueblo soviético, probablemente hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial. Gracias al Cielo, esos valores no se vende en las boticas, y pese a que los alemanes también los poseen, el resultado de la contienda habla meritoriamente a favor de los pueblos de Rusia. Vale la pena recordarlo ahora que la rusofobia los denigra. Gloria eterna a Leningrado, ciudad que gestó un heroísmo sin parangón en la historia.
OPINIÓN
Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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