El Día Internacional de la Mujer
Por Rodolfo Bueno
En cada 8 de marzo se conmemora el Día de la Mujer, lo que es insuficiente, pues las mujeres participan todos los días en el desarrollo de la sociedad con iguales esfuerzos que los hombres, y tal vez más, porque también les corresponde la obligación de ser madres y amas de casa.
En general, es una vergüenza la desigualdad de la mujer ante la ley, que en casi todas partes cierra los ojos y no ve la violencia ejercida en su contra. Peor aún, los hombres han erigido una sociedad falócrata, donde las mujeres trabajan en condiciones que superan la explotación del hombre por el hombre. El mundo se paralizaría si las mujeres dejaran de trabajar, pues son gran parte de los campesinos, los obreros, los médicos y los maestros, pero sus salarios por una misma tarea son menores que el de los hombres, y pese a realizar más de la mitad del trabajo de la tierra, no les pertenece ni el 2% de ella, son los pobres más pobres de la humanidad. Incluso, las mujeres nacen en desventaja, pues son el 66% de los analfabetos del mundo y el 94% de las víctimas de la trata sexual. Si Lisístrata resucitara, su lucha derrumbaría el actual sistema como un castillo de naipes.
En Copenhague, la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de 1910 proclamó, sin determinar la fecha, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, propuesta por la dirigente comunista, Clara Zetkin, con la finalidad de promover la igualdad de derechos, la no discriminación laboral, el derecho al trabajo y el sufragio femenino; la moción tuvo el respaldo absoluto. El 19 de marzo de 1911, con mítines multitudinarios, se conmemoró por primera vez en Europa el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
La Primera Guerra Mundial produjo la muerte de millones de soldados rusos y fue un desastre para el imperio zarista. La poca preparación de Rusia para este conflicto le significó una serie de reveses y derrotas. Se generalizaron el hambre y el descontento colectivo, comenzaron las huelgas ininterrumpidas, las manifestaciones políticas y los asaltos a los locales comerciales. El 8 de marzo de 1917, con motivo del Día Internacional de la Mujer, se celebraron una serie de mítines de fuerte contenido político y económico. Las largas colas para conseguir pan devinieron en manifestaciones contra el zarismo y por la terminación de la guerra. Las protestas no cesaron hasta la abdicación del zar Nicolás II, que había autorizado disparar contra cualquier mujer que se revelara.
Las fuerzas populares se organizaron en los Soviets, a los que se unió una parte de los miembros de la Duma, ya disuelta por el Zar, y juntos lo derrocaron. Terminó la dinastía de los Romanov, que había gobernado Rusia los últimos tres siglos, y se instauró el Gobierno Provisional presidido por el Príncipe Lvov y Kerensky; se produjo así la Revolución de Febrero, primera fase de la Revolución Rusa. La Revolución de Febrero tuvo lugar entre el 23 y el 27 de febrero de 1917, según el calendario juliano que se usaba en Rusia, o entre 8 y el 12 de marzo, según el calendario gregoriano que se usa en Occidente.
El Gobierno Provisional concedió a las mujeres el derecho al voto. Posteriormente, Alexandra Kollontai, Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública del gobierno de la Unión Soviética, logró que el 8 de marzo fuera fiesta oficial. El Presídium del Sóviet Supremo de la URSS decretó el 8 de mayo de 1965: “En conmemoración de los méritos sobresalientes de la mujer soviética en la construcción comunista, en la defensa de su Patria durante la Gran Guerra Patria, en su heroísmo y abnegación en el frente y en la retaguardia, y marcando también la gran contribución de la mujer al fortalecimiento de la amistad entre los pueblos, y la lucha por la paz, el Día de la Mujer debe celebrarse como lo son otras fiestas”, o sea, no laborable.
En Ecuador también hubo mujeres revolucionarias. Una de ellas, Tránsito Amaguaña, indígena que es un verdadero ejemplo de valor para el mundo actual, pues toda su vida luchó por mejorar las condiciones laborales del pueblo de Ecuador, en particular, las del indio. Nació el 10 de septiembre de 1909 en Pesillo, localidad que está en las faldas del Cayambe, el nevado más alto de la provincia de Pichincha.
Desde los siete años comenzó a trabajar en el huasipungo, pequeña chacra que el terrateniente de la hacienda La Chimba había asignado a su padre para que tenga su propio huerto; a cambio de ello, laboraría gratuitamente con su familia todos los días y las noches del año. El huasipunguero debería cobrar un salario por su trabajo, pero no se le pagaba sueldo, ni tenía seguro, ni vacaciones, ni era dueño de nada.
Según lo expresa Tránsito: “En aquel tiempo plata no veíamos. Cero. Sólo cuando mismo no teníamos nos daban un socorro. Un año, un costal de cebada; otro año, un costal de papa; otro, un costal de trigo. Y a las mujeres un rebozo y un centro blanco. Y un maltrato doble”. Lo último lo decía por su marido, de quien se separó porque no soportó el maltrato que le dio desde el primer día de su boda.
Pese a quedar sola y con dos hijos, Tránsito se reunía con los dirigentes de su comunidad para organizar clandestinamente la lucha por sus derechos. En los primeros años de la década de los 30 marcharon veintiséis veces a Quito, a unos 70 kilómetros de Cayambe, exigiendo justicia para su pueblo. Tránsito partía descalza y a píe, con un hijo a cuestas y otro de la mano.
En 1931, en Olmedo, participó en la primera huelga de trabajadores agrícolas, que duró cerca de tres meses. Las fuerzas represivas detuvieron a los cabecillas y destrozaron sus viviendas. Tránsito debió vivir escondida, en la clandestinidad, escabulléndose siempre de un lugar a otro. Se conoció entonces con Dolores Cacuango, otra líder indígena de Ecuador. Juntas iban a pie hasta Quito a entrevistarse con las autoridades e intentar convencerlas con su elocuencia, pues eran brillantes oradoras.
Tránsito, desde muy joven, trabó relaciones de camaradería con Ricardo Paredes, Luisa Gómez de la Torre, Nela Martínez y Jesús Gualavisí, miembros del Partido Comunista del Ecuador, PCE, al cual se afilió también y con cuyo apoyo realizaron numerosas actividades políticas, en reclamo de derechos laborales para los indios.
La Revolución del 28 Mayo de 1944, contra la dictadura del Dr. Arroyo del Río, permitió al proletariado, a los campesinos y a los intelectuales de Ecuador vislumbrar los cambios sociales como una utopía realizable. Las nuevas condiciones políticas del país permitieron la creación de la Confederación de Trabajadores del Ecuador y la Federación Ecuatoriana de Indios, que durante los años siguientes traspasó las tierras a los campesinos. Tránsito Amaguaña, junto a Dolores Cacuango, promovieron la creación de cooperativas agrarias como mecanismo de presión social y política, para exigir al Estado la entrega de tierra a los indios.
En ese entonces, las leyes existían únicamente en el papel y las conquistas sociales, plasmadas en el Código del Trabajo decretado el 5 de agosto de 1938, eran cumplidas por muy pocos empresarios honestos. En general, el obrero ganaba poco y laboraba mucho, más de las 8 horas diarias que estipulaba el código del trabajo, en ocasiones, desde las primeras horas de la mañana hasta cerca de la media noche; no trabajaba sólo el domingo, que aprovechaba para dormir el día entero. Para el Seguro Social le descontaban el 10% del salario, pero ni siquiera le afiliaban, como exigía la ley, y su aporte era birlado por el patrón; por esta razón no tenía jubilación, ni montepío, ni ningún tipo de ahorro o amparo que le permitiera cubrir cualquier emergencia. Si en su quehacer sufría algún accidente, la culpa era suya, sin que importase la gravedad del caso. Tampoco tenía tiempo libre para averiguar de sus derechos, que eran explicados en las hojas que el PCE redactaba y distribuía.
En 1961, en representación de los pueblos indígenas de Ecuador, Tránsito viajó a Cuba y también asistió a un congreso en Moscú. Cuando retornaba de la URSS, fue detenida y llevada al Penal García Moreno; se la acusó de recibir dinero y traficar armas para organizar la revolución comunista. Permaneció en prisión cuatro meses y cuatro días. Durante su encarcelamiento fallecieron su padre, su madre, dos de sus hijos y una de sus nueras. Recuperó la libertad por gestiones del expresidente Galo Plaza, volvió a La Chimba y nunca abandonó la lucha. En 1988, el Presidente Borja le otorgó una pensión vitalicia; con ello se reconocía toda una vida dedicada a mejorar las paupérrimas condiciones del pueblo indígena. En 1997, la Municipalidad de Quito le otorgó la condecoración ‘Manuela Espejo’, por sus años de labor como líder, y el 2004, el Ministerio de Educación y Cultura le otorgó el Premio ‘Eugenio Espejo’, por su larga e incansable lucha en favor de los pobres. El periódico digital Ecuadorinmediato recuerda que “por su ideología de izquierda militante fue perseguida durante mucho tiempo en el país, y proscrita por su forma de pensar”. ¡Tránsito Amaguaña, vives en nuestros corazones para siempre, tu coraje lo reconoce el mundo entero!