Las buenas noticias
El morbo domina el consumo informativo, agravado por la difusión masiva y descontrolada en redes sociales.
03 de abril de 2025 – DIARIO EL COMERCIO
Por: Fausto Segovia Baus
En un taller internacional de periodismo escuché de labios de un experto que “las buenas noticias -generalmente- no “venden” o no se leen porque la mayoría de lectores está instalada en el morbo; es decir, en el lado malo de los seres humanos o de las sociedades.
Esta opinión es polémica y perpetua, dilemas y nuevas preguntas que incumben no solo a los periodistas y editores -que deciden qué se publica en primera página y qué no-, sino al público lector. En esa línea de pensamiento, hay distintos pareceres, según enfoques, experiencias y teorías del periodismo, que invocan los alcances y límites de la libertad de expresión, dentro de los códigos deontológicos de los medios.
Marshall McLuhan, el pontífice de la comunicación, dijo que “el medio es el mensaje”. Y tuvo también su contrapunto, cuando alguien le contestó con sorna, que “el medio es el masaje”, en el sentido que los lectores -convertidos en clientes- somos, supuestamente, adoctrinados por los editores en nombre de la libertad de información.
Hoy, cuando el periodismo ha migrado a las redes sociales, por obra y (des)gracia de la Internet y sus aplicaciones, la noción de “buena noticia” es prehistoria. Los lectores -convertidos en periodistas de última data- mediante un “clic” producen y reenvían mensajes y memes a miles de personas, sin mesas de redacción, sin códigos deontológicos ni autocensuras, sin contrastar, verificar ni argumentar, todo, dentro del anonimato universal.
Según lo dicho en el primer párrafo, el morbo se ha instalado de manera furtiva -como sostiene Mario Vargas Llosa, en su obra “La civilización del espectáculo”-. Las buenas noticias forman parte de las “otras” realidades y narrativas que periodistas formados en ideales del pasado, leen y escriben contra corriente para públicos cada vez más opacos e indiferentes, mientras la mayoría continúa en la fiesta planetaria, que ha colocado en la misma parrilla a los buenos, malos, feos y perversos para “cocinar” -la paz, la guerra, los migrantes, los lujos y las hambrunas- en la misma “bolsa de valores” orquestados por las nuevas tecnologías.
Esta parafernalia nadie la detiene, y sigue al ritmo del mercado que fascina al respetable, mientras las buenas noticias apenas se escuchan en ciertas iglesias (las de la salvación) -que repiten más de lo mismo-, y muy pocos feligreses se atreven a practicar.