“LA NACIÓN DE INMIGRANTES QUE NUNCA ELIGIÓ A UN NATIVO”
Entre demócratas y republicanos, el voto inmigrante siempre ha sido el motor de la política estadounidense.
Estados Unidos es un país construido por inmigrantes. Cada ciudad, cada calle, cada tradición refleja la historia de quienes llegaron de otros continentes buscando libertad, oportunidades y un futuro mejor. Sin embargo, la paradoja es evidente: a lo largo de más de dos siglos, ningún presidente ha sido de raíces indígenas norteamericanas. Todos provienen de familias inmigrantes, y, aun así, la política hacia los recién llegados oscila entre la apertura y la restricción, dependiendo de quién ocupe la Casa Blanca.
A lo largo de la historia, los dos grandes partidos políticos han reconocido el valor y la influencia del voto inmigrante. Los Demócratas, con una tradición de apertura, han promovido programas de integración, protección de jóvenes y leyes que facilitan la llegada de nuevas comunidades. Por su parte, los Republicanos, aunque más conocidos por su énfasis en seguridad fronteriza y control migratorio, también han buscado ganarse la confianza de los inmigrantes mediante mensajes centrados en la economía, la estabilidad y la aplicación de la ley. Esta competencia política ha hecho que millones de inmigrantes se conviertan en actores decisivos, capaces de inclinar elecciones y de mostrar su peso en la vida democrática del país.
La relación entre inmigrantes y política no siempre ha sido sencilla. Algunos se sienten representados por los Demócratas, otros por los Republicanos, y muchos más se mantienen cautelosos, buscando equilibrio entre oportunidades y seguridad. El cambio de un partido a otro en el poder puede traducirse en esperanza y apertura, o en temor y políticas más restrictivas.
Lo irónico y, al mismo tiempo revelador, es que la grandeza de Estados Unidos se sostiene sobre la contribución de personas que llegaron de otros países. Cada familia, cada comunidad, ha aportado a la economía, la cultura y la identidad del país. Y, aun así, el poder político ha permanecido en manos de descendientes de inmigrantes anteriores, dejando de lado la voz de quienes llegaron más recientemente o de los pueblos originarios. Esta paradoja es un recordatorio de que la política puede ser lenta para reflejar la diversidad real de la nación, aun cuando la sociedad en sí misma es profundamente multicultural.
El futuro de la inmigración en EE.UU. sigue siendo incierto. La alternancia entre partidos y las diferentes visiones sobre la apertura y el control migratorio generan escenarios cambiantes para quienes buscan establecerse, trabajar y construir un hogar. Lo que está claro es que la esencia del país no puede negarse: Estados Unidos es y seguirá siendo un país de inmigrantes, y su riqueza y dinamismo dependen de esa herencia.
Por: Manuel Antonio Díaz Córdova