Rusia y la Revolución Rusa
Los rusos son eslavos que se cristianizaron el 988, luego del bautizo del Príncipe Vladímir. La simbiosis de las culturas bizantina y eslava, llevada a cabo por los santos Cirilo y Metodio, caracteriza al Imperio Ruso y a la Rusia moderna. A partir de la derrota de los mongoles, en la batalla de Kulikovo de 1380, el Principado de Moscú conformó el Imperio Ruso, que se extendió desde Polonia y Finlandia hasta el norte de California y Alaska. Desde la caída de Bizancio, en 1453, Rusia es el mayor Estado Cristiano de Europa.
Rusia ha tenido gobernantes como Iván IV, que consolidó el Estado Ruso; Pedro I, el Grande, que fundó San Petersburgo y creó la Academia de Ciencias; Catalina II, la Grande, que convirtió a Rusia en una potencia europea y protegió a los más grandes pensadores de su época, uno de ellos Voltaire, y mantuvo amistad con Miranda, que creó las banderas de Venezuela, Colombia y Ecuador inspirándose en la rusa.
Napoleón invadió Rusia en 1812 y fue derrotado luego de la batalla de Borodinó; en suelo ruso perdió casi el 90% de sus fuerzas. Alejandro II decretó en 1861 la abolición de la servidumbre y emprendió reformas que facilitaron la industrialización de Rusia. Después de la Revolución de 1905, Nicolás II nombró Primer Ministro a Stolypin, quien inició una reforma agraria que abasteció a las ciudades con productos baratos y redujo las importaciones; su muerte en un atentado terrorista en 1911 frenó estas reformas.
Los músicos, artistas, escritores, poetas, científicos y pensadores rusos son tantos que sólo se mencionará a unos pocos: Mijail Bulgakov, autor del Maestro y Margarita, novela que dio pauta a lo que sería el realismo mágico; los bailarines Nijinsky, Pávlova, Ulánova y Plisetskaya, tal vez la mejor diva de la historia; Meyerhold, cuyas teorías teatrales influyeron en el cine de Eisenstein; Stanislavski, autor del método de la actuación realista; Lomonosov, creador de la moderna gramática rusa y de la primera universidad rusa; Pushkin, Lermantov, Nekrasov, Gogol, Turgieniev, Tolstoy, Chéjov, Dostoyevsky, Bunin, Nabókov, Pasternak, Ajmátova, Shólojov… son escritores cuya fructífera obra literaria inspira al género humano; Vissotsky, para los rusos su máxima gloria como cantante, compositor, poeta y actor de teatro y cine; el pintor de iconos Rubliov; Kaldinsky, quien decoró la Ópera de París; compositores de la talla de Tchaikovsky, Rachmáninov, Shostakovich, Prokofiev, que tanto aportaron al arte musical; Tarkovsky y Eisenstein, afamados directores del cine; Tsiolkovsky y Koroliov, fundadores de la moderna cosmonáutica; Michurin, creador de la agricultura científica; Lobachevsky, matemático que revolucionó los postulados de la geometría euclidiana; Mendelieyev, autor de la tabla periódica de los elementos; Pávlov, autor de la teoría de los reflejos condicionados, Lipunov, gracias a quien se conoce la estabilidad de los sistemas dinámicos; el matemático Markov, cuyos resultados son fundamentales para comprender los procesos de cambio de la naturaleza, e innumerables científicos que han aportado conocimiento en todas las ramas de la actividad humana.
La Revolución de Octubre se dio el 7 de noviembre de 1917, se realizó no contra el zar, que había abdicado previamente, sino que la llevaron a cabo los bolcheviques, una rama Socialdemócrata de Rusia, contra los mencheviques, otra rama de ese mismo sector político ruso. Los acontecimientos revolucionarios se dieron de la manera siguiente: la poca preparación de Rusia para la Primera Guerra Mundial le significó una serie de reveses y derrotas; se generalizaron el hambre y el descontento colectivo, comenzaron las manifestaciones políticas, las huelgas ininterrumpidas y los asaltos a los locales comerciales; las fuerzas populares se organizaron en los Soviets, a los que se unió una parte de los miembros de la Duma, ya disuelta por el zar, y juntos lo derrocaron en abril de 1917.
Terminó así la dinastía de los Romanov, que había gobernado Rusia los últimos tres siglos, y se instauró el Gobierno Provisional presidido por el Príncipe Lvov y Kérensky. Las diferencias entre este Gobierno y los Soviets se hicieron patentes a propósito de la continuación de Rusia en la guerra; los órganos de poder fueron captados por los bolcheviques, que exigían la salida de Rusia del conflicto, la paz inmediata y la profundización de las conquistas populares. Poco después del regreso de Lenin del exilio, los destacamentos de obreros y soldados asaltaron el Palacio de Invierno, lo que fue el inicio de la primera Revolución Socialista de la historia, evento que cambió el curso de la vida de todos los habitantes del planeta.
La muerte de Lenin provocó la lucha política entre los partidarios de Stalin y de Trotsky. Según Stalin, el socialismo podría ser construido en Rusia, por tratarse de un país gigantesco y con todos los recursos necesarios; en cambio, Trotsky postuló la tesis de la revolución permanente. Trotsky creía que la historia le había jugado una broma pesada a la humanidad al crear condiciones revolucionarias en un lugar donde las bases materiales para dar cuerpo a las ideas socialistas no se habían alcanzado y le parecía imposible pretender la edificación del comunismo en la Rusia Soviética por carecer ésta de una clase obrera desarrollada.
También sostuvo que Stalin había sustituido la frase “El Estado soy yo, del rey Sol, por la sociedad soy yo”, y lo acusó de abandonar la revolución mundial por algo imposible, por la construcción del socialismo en un solo país, para lo cual, según Stalin, era necesaria la dictadura del proletariado. No pensaba así el marxista Plejánov, quien escribió que la dictadura de un partido terminaba siempre en la dictadura de una persona; por eso, para Trotsky, la de Stalin debía degenerar hasta convertirse en la negación misma del comunismo. Trotsky proclamaba que el capitalismo jamás permitiría edificar una nueva sociedad y que sus ataques derrumbaría lo poco que se lograra erigir. Pero, a pesar de ser un conocedor erudito de la cultura europea y de su enorme preparación intelectual, fue derrotado por Stalin, que controlaba el Partido Comunista.
Stalin era un típico capricorniano: tan testarudo y diamantino de voluntad, que sus mandatos eran casi inamovibles; le sobraba astucia para urdir todo tipo de intrigas; tenía la paciencia de una araña que espera a su víctima en un rincón; no se conocía ni lo que pensaba ni lo que deseaba y, según él afirmaba, desconfiaba hasta de sí mismo; dominaba el don de la ubicación, siempre estaba en mayoría y en los lugares y momentos precisos. Tomó un puesto que todos sus camaradas despreciaron, la Secretaria General del Partido Comunista de Rusia y, a través de sus organismos, controló todos los resortes del Estado Soviético. Supo sacar ventaja de las debilidades y aspiraciones de sus adversarios: se unió con Zinóviev y Kámeniev, para vencer a Trotsky, y con Bujarin, para derrotar a Zinóviev y Kámeniev. Después no le costó trabajo ganarle la partida a Bujarin, que quedó totalmente aislado.
Lo cierto, y más allá de toda duda, es que Stalin fue el único dirigente comunista que no soñó con la Revolución Mundial; manifestó que comprometerse en organizarla “era un error tragicómico”. En 1931 sostuvo que en el plazo de diez años la Unión Soviética, o la URSS, iba a ser invadida por el mundo occidental, se equivocó en unos pocos días. Comprendió que, para subsistir, la revolución dependía de sus propias fuerzas, para lo cual la URSS debía industrializarse, lo que se hizo mediante planes quinquenales, que convirtieron a ese país en la segunda potencia mundial.
Pese a que Rusia se transformó en una moderna sociedad industrial, estuvo al borde de desaparecer derrotada por la coalición militar más poderosa de la historia, que en 1941 aglutinó a toda Europa continental bajo el mando de Hitler. Sin embargo, luego de heroicas batallas y de liberar a una veintena de países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entraron a Berlín y el 2 de mayo de 1945 izaron la bandera roja en el Reichstag, el parlamento alemán. Una semana después, el 9 de mayo, el nazismo capituló ante los Aliados. Hoy vale la pena recalcar que la Segunda Guerra Mundial se desarrolló, en lo fundamental, en el Frente Oriental, donde se libraron las más cruentas y decisivas batallas, que condujeron al final de la guerra al resquebrajar la espina dorsal de la Werhmacht, las Fuerzas Armadas de Alemania Nazi.
La Rusia actual restaura los más altos valores espirituales de la antigua y moderna civilización. Tiene el potencial político, las tradiciones morales, religiosas, culturales, artísticas y filosóficas, la experiencia acumulada y un alto nivel de cohesión social, necesarios para convertirse en el paradigma de las causas más nobles.
Rodolfo Bueno



