Todavía sangran por la herida
Todavía sangran por la herida
Cualquiera se interroga: ¿Qué pasa con ciertos políticos occidentales? Celebran como día del inicio de la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939; acusan a la Unión Soviética de traición a Occidente por suscribir el Pacto Ribbentrop-Mólotov; sostienen que Stalin y Hitler acordaron en ese tratado repartirse Polonia y Europa; por último, afirman que si Stalin no hubiera cometido tan garrafal error, no se hubiera dado la Segunda Guerra Mundial, con todas sus fatales secuelas.
Estas barrabasadas, destinadas contra los dirigentes soviéticos de esa época, se escuchan luego de haber pasado más de ochenta años de dichos eventos y las hacen sectores políticos interesados en ocultar la culpabilidad en esos acontecimientos de sus correspondientes gobiernos de ese entonces; por eso hablan sin aportar prueba alguna que dé sustento a sus acusaciones.
Las críticas al pacto Ribbentrop-Mólotov tienen la finalidad de absolver a los verdaderos culpables del estallido de la conflagración mundial y son formuladas por los que intentan ocultar la dura derrota que este pacto infringió a los planes de las élites occidentales, en las que “existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la podía encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes”, según la explicación que da el historiador inglés Sir Wheeler Bennet.
De acuerdo a este proyecto, Hitler debía conquistar el “espacio vital” en la Unión Soviética. Las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial evitarían así que Alemania recuperara las colonias que le arrebataron al terminar dicha conflagración; mientras tanto, ellos permanecerían al margen de un conflicto que desangraría a Alemania y Rusia. Al estimular las conquistas nazis en el Este, eludían el pacto de Seguridad Colectiva, propugnado por Stalin y aceptado por políticos como Churchil y Eden, en Inglaterra, y Barthou, en Francia, que no estaban en el poder. Londres y París, ofuscados por el odio cervical al comunismo, no podían y no querían ver el peligro que el nazi-fascismo representaba, por lo que se negaban a formar una alianza con Moscú, para contener las fuerzas de Alemania nazi.
Realmente, la Segunda Guerra Mundial comenzó antes que Alemania invadiera Polonia. La lucha por el nuevo reparto colonial del mundo, o sea, la guerra, estalló antes del 1 de septiembre de 1939: Italia agredió a Etiopía en octubre de 1935; Japón atacó a China en julio de 1937 y le causó más de diez millones de muertos; Alemania se apoderó de Austria en marzo de 1938 y de Checosloaquia un año después; además, hubo también la Guerra Civil Española, entre 1936 y 1939, que entregó la república de España al nazi-fascismo mundial.
Tal como analiza Stalin, a la sazón, se podía dividir al mundo en potencias imperialistas agresoras y potencias imperialistas agredidas. Las primeras, que nada tenían y lo exigían todo, atacaban a las segundas, que poseían todo; para ello, Alemania, Italia y Japón abandonaron la Liga de Naciones, conformaron el Eje agresor y firmaron el Pacto Anticomintern.
Las potencias agredidas, pese a que eran económica y militarmente mucho más fuertes que las agresoras, cedían y cedían posiciones. La razón de esta extraña conducta era estimular la agresión hasta que se transforme en un conflicto mundial. Incitaban a las naciones del Eje a atacar a la URSS con la esperanza de que la guerra agotase mutuamente a ambos contrincantes. Entonces, ofrecerían sus soluciones y les dictarían sus condiciones a países cuyas fortalezas se encontrarían destruidas como consecuencia de un largo batallar entre ellos. Una forma fácil de conseguir sus fines.
Los políticos de las potencias agredidas esperaban que Hitler cumpliese su promesa de liquidar el comunismo, presionaban a los alemanes para que vayan cada vez más lejos en dirección al Este, le abrían a Hitler la posibilidad de atacar a la Unión Soviética a través de los países del Báltico, al mismo tiempo que ellos quedaban al margen del conflicto germano-soviético. Con este propósito le daban largas al asunto de emprender la creación de un sistema de seguridad colectiva, opuesta a la agresión nazi-fascista, y comenzaron una campaña calumniosa de descrédito contra el Ejército Rojo, la Fuerza Aérea Soviética y, en general, contra la URSS. Este análisis de Stalin sería confirmado por la historia.
Inmediatamente después de que en Münich, Inglaterra y Francia entregaran Checoslovaquia a Alemania, Hitler le exigió a Polonia la devolución del Corredor Polaco, la entrega del puerto de Dánzig y que le cedieran facultades extraterritoriales para construir autopistas y líneas férreas por su territorio. Después anuló el pacto de no agresión firmado con Polonia, renunció al convenio naval anglo-alemán y reclamó las colonias que le fueron arrebatadas luego de la Gran Guerra.
El 23 de julio de 1939, Molótov, Ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, con el propósito de lograr un acuerdo que impidiera la agresión alemana a Polonia, propuso a Gran Bretaña y Francia el envío de una comisión militar a Moscú, la que arribó el 11 de agosto. Estaba encabezada por personajes que no tenían ni las atribuciones, ni los poderes para discutir nada o firmar ningún convenio militar concreto. La delegación nunca contestó a la inquietud fundamental de Moscú: Para poder enfrentarse con Alemania, las tropas soviéticas tenían que pasar por el territorio polaco o rumano, condición sine qua non para la participación de la Unión Soviética en una alianza militar con Inglaterra y Francia.
El 14 de agosto, el Almirante Drax, Jefe la Misión, reconoció: “Creo que nuestra misión ha terminado”; el 23 de agosto, Voroshilov, Ministro de Defensa de la URSS, advirtió a la comisión: “Nosotros no podemos esperar a que Alemania derrote a Polonia para que después se lance contra nosotros… Necesitamos un trampolín desde el cual atacar los alemanes, sin él no podemos ayudarlos a ustedes.” Ante el silencio comprometedor de los delegados añadió: “El año pasado, al encontrase Checoslovaquia al borde del abismo, no obtuvimos una sola señal de Francia… Nuestro gobierno y todo nuestro pueblo estuvieron ansiosos de ayudar a los checos y por cumplir con nuestras obligaciones dimanantes de los tratados… Era necesario obtener una clara respuesta de Polonia y Rumania sobre el paso de nuestras tropas a través de sus territorios. Si los polacos hubiesen querido responder positivamente a esta pregunta, es lógico pensar que hubiesen participado en estas negociaciones.”
A partir del fracaso de las conversaciones con Inglaterra y Francia, el gobierno soviético aceptó firmar el acuerdo de no agresión, que Alemania le había propuesto en reiteradas ocasiones; así buscaba prevenir su participación en uno de los conflictos militares más sangrientos de la historia. El 23 de agosto de 1939, la URSS firmó el Pacto de no Agresión con Alemania. Al firmarlo, el gobierno soviético nunca se hizo ilusiones. El Mariscal Zhukov sostuvo: “En ningún momento escuché a Stalin palabras tranquilizadoras en relación al Pacto de no Agresión.”
Con la firma de este Pacto de Paz, luego de que desapareciera el Estado polaco, la URSS recuperó los territorios que el Imperio Ruso había perdido como consecuencia de su desintegración y que Polonia ocupó ilegalmente; evitó que en el caso de haber guerra, Moscú y Leningrado estuvieran cerca del frente de batalla; obtuvo tecnologías avanzadas de Alemania, que luego uso en su defensa; preparó tras los Urales los terrenos donde instalaría su industria pesada, que sería trasladada desde las zonas que Alemania podía ocupar; desbarató los planes anglo-franceses, tendientes a que se dé el enfrentamiento ruso-alemán, y alejó por cerca de dos años la guerra del frente ruso; impidió que se dé la alianza militar de Alemania e Italia con Polonia que, según el jefe del Estado Mayor del Ejército Rojo, Borís Sháposhnikov, estaba “en la órbita” del bloque fascista. Estos fueron sus principales logros.
La coalición antifascista se hizo factible luego de que Hitler derrotara y ocupara casi toda Europa. Por fin, estás derrotas hicieron ver a EEUU e Inglaterra la amenaza que el nazi-fascismo representaba para ellos y se sentaron las premisas que posibilitaron la formación de una coalición con la Unión Soviética. Pero incluso a lo largo de toda la guerra, los gobiernos de los aliados occidentales, con más virulencia a partir de la muerte del Presidente Franklin D. Roosevelt, siempre buscaron debilitar a la URSS. ¿Por qué dilataron la apertura del Segundo Frente en Normandía? ¿Por qué demoraron los suministros de materiales de guerra a la URSS? ¿Por qué se negaron a mandar tropas al frente soviético-alemán? Porque procuraban preservar y acumular fuerzas con el fin de imponer a Moscú, cuando terminara la guerra, las condiciones de paz y las reglas de comportamiento en la arena internacional. Dichos planes se vieron alentados por el desarrollo de los trabajos para la fabricación de la bomba atómica, que los círculos gobernantes de Estados Unidos pensaban utilizar como instrumento de imposición y hegemonía en el resto del globo terráqueo.
A buena hora, estos planes también fracasaron.
Todavía sangran por la herida
Por Rodolfo Bueno,
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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