Putin, el estadista del siglo
Putin, el estadista del siglo
Antes de hablar del Presidente Putin, vale la pena hacer un recuento de la historia de Rusia, país de muy variada tradición cultural, científica y artística. Los rusos son eslavos descendientes de nobles guerreros vikingos que se cristianizan el 988, luego del bautizo del Príncipe Vladímir.
La simbiosis de las culturas eslava y bizantina, llevada por los santos Cirilo y Metodio, caracteriza al Imperio Ruso y la Rusia moderna. A partir de la derrota de los mongoles, en la batalla de Kulikovo de 1380, el Principado de Moscú se expande y conforma el Imperio Ruso, que se extiende desde Polonia y Finlandia hasta el norte de California y Alaska.
Iván IV consolida el Estado Ruso; Pedro I, el Grande, derrota a los invasores suecos en Poltava, culturiza Rusia y funda San Petersburgo; Catalina II, la Grande, consolida la obra de Pedro I y convierte a Rusia en una potencia europea.
Napoleón invade Rusia en 1812 y es derrotado luego de la batalla de Borodinó; en suelo ruso perece casi el 90% de sus fuerzas. Los oficiales rusos, que ocupan París, llevan a Rusia ideas liberales y en diciembre de 1825 se rebelan contra el zarismo. La fuerte represión a ese levantamiento frena el desarrollo de Rusia. Alejandro II decreta en 1861 la abolición de la servidumbre y emprende reformas que facilitan la industrialización de Rusia.
Después de la Revolución de 1905, Nicolás II nombra Primer Ministro a Stolypin, quien implementa un plan de modernización e inicia una reforma agraria. Su muerte en 1911, en un atentado terrorista, frena estas reformas.
La Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil, que se da a partir de la Revolución Rusa, desangran a Rusia; el socialismo se consolida en su seno luego de que los comunistas derrotan la intervención extranjera y a los blancos, comandados por el barón de Wrangel, el Almirante Kolchak y los generales Yudiénich y Denikin.
La gran mayoría de los derrotados emigra de Rusia, pero jamás pierde el profundo amor por su patria. A Denikin, los nazis le ofrecen todo para recibir su apoyo, pero siempre les responde: “No quiero a los rojos, pero amo mucho más a Rusia”.
La Revolución Rusa se da de la manera siguiente: la poca preparación de Rusia para la Gran Guerra le significan una serie de reveses y derrotas; se generalizan el hambre y el descontento popular, comienzan las manifestaciones políticas, las huelgas ininterrumpidas y los asaltos a los locales comerciales; los revolucionarios se organizan en los Soviets, a los que se unen parte de los miembros de la Duma, ya disuelta por el zar, y juntos lo derrocan en abril de 1917.
Termina así la dinastía de los Romanov, que en los últimos tres siglos ha gobernado Rusia, y se instaura el Gobierno Provisional presidido por Kérensky y el Príncipe Lvov. Las diferencias entre este Gobierno y los Soviets se hacen patentes a propósito de la continuación de Rusia en la guerra; los órganos de poder son captados en su mayoría por las fuerzas bolcheviques, que exigen la salida de Rusia del conflicto, la paz inmediata y la profundización de las conquistas sociales. Después del regreso de Lenin del exilio, los destacamentos de obreros y soldados asaltan el Palacio de Invierno, lo que es el inicio de la Revolución Socialista, hecho que cambia el curso de la vida de todos los habitantes del planeta.
La muerte de Lenin provoca la lucha política entre los partidarios de Stalin y los de Trotsky. Según Stalin, el socialismo se puede construir en Rusia por tratarse de un país gigantesco y con muchos recursos; en cambio, Trotsky postula la tesis de la revolución permanente, según la cual, la revolución en un país poco desarrollado como Rusia no puede sobrevivir a menos que la revolución triunfe en los países más avanzados del mundo. Finalmente, Trotsky es derrotado por Stalin. Luego de ser expulsado de la URSS, organiza la “Oposición de Izquierda Internacional” y forma la IV Internacional después de que Hitler llega al poder en Alemania. Se exilia en México, donde es asesinado por Ramón Mercader, un personaje oscuro de la historia.
Los detractores de Stalin, gobernante que no debe ser ni santificado ni demonizado sino valorado con objetividad, igual a lo que se hace con Isabel I de Inglaterra y Napoleón, lo critican sin tomar en cuenta ni la época ni las circunstancias en que gobernó y le responsabilizan por las injusticias cometidas, o sea, individualizan la responsabilidad colectiva. Lo cierto es que Stalin es el único dirigente comunista que no sueña con la Revolución Mundial y afirma que comprometerse en organizarla “es un error tragicómico”. En 1931 sostiene que en el plazo de diez años la Unión Soviética va a ser invadida por el mundo occidental y que, para que subsista, debe industrializarse, lo que hace mediante planes quinquenales que convierten a ese país en una gran potencia mundial.
Hitler forma la coalición militar más poderosa de la historia e invade la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, lo que causa la muerte de 27 millones de sus ciudadanos y la destrucción de bienes materiales por un valor cercano a los tres billones de dólares; el pueblo soviético, sin ayuda de nadie, reconstruye su país. La bandera roja es izada sobre el Reichstag el 2 de mayo de 1945 y una semana después el nazismo capitula ante los Aliados. Fue Rusia la que llevó el fardo más pesado de esta contienda, merced a su valentía salvaron su vida millones de occidentales y si Rusia no hubiera derrotado a los alemanes en el Frente Oriental, los nazis hubieran podido conquistar el mundo.
El deterioro intencional del Estado Soviético se dio luego un largo período, conocido como Guerra Fría, y desembocó en la reforma mal llamada perestroika, porque, en el fondo, consistió en entregar la soberanía de la URSS por la promesa de gozar del bienestar que disfrutan algunos países de Occidente, canto de sirenas que nunca se cumplió. La URSS se desintegró, aparecieron 15 nuevas repúblicas, que debían ser pulverizadas más aún. Rusia, la más grande de ellas, quedó en capilla. Desmembrarla, tal como habían hecho con el Campo Socialista, Yugoslavia y la Unión Soviética, fue el objetivo principal del sistema unipolar recientemente creado.
La desintegración de la URSS fue acompañada de la destrucción de sus fuerzas armadas, de su industria y sistema de seguridad social y la disminución del nivel de vida del que había gozado. La sociedad rusa se volvió paupérrima, en particular, la mortalidad de Rusia creció tanto que en menos de diez años su población disminuyó en más de 10 millones de habitantes. No sólo eso, sino que, de un día para otro, más de 30 millones de rusos se volvieron extranjeros en países de la exURSS, donde habían nacido o, por lo menos, vivido casi toda su vida, extranjeros que ni siquiera podían expresarse en su propia lengua y que, en adelante, fueron tratados como parias sin derechos, sin que ningún organismo internacional velara por sus vidas. El mérito de Putin y su equipo fue evitar que Rusia desapareciera en una vorágine peor que la de la guerra mundial y lograr que emerja como Estado soberano.
El 31 de diciembre de 1999, luego de la dimisión del Presidente Yeltsin, Putin se convierte en presidente interino de Rusia. El 26 de marzo del 2000 es electo presidente y el 14 de marzo de 2004 es reelecto. Desde mayo del 2008 hasta marzo del 2012 se desempeña como primer ministro. El 4 de marzo de 2012 vuelve a ser electo presidente por un período de seis años. El 18 de marzo de 2018, cuando obtiene el 76,69% de votos, es electo por última vez.
El meollo de su éxito consiste en haber logrado el desarrollo sostenido de Rusia, tanto en lo político como en lo económico y social; en ser el portaestandarte de la ideología rusa, que restaura los más altos valores nacionales, morales, religiosos, culturales, artísticos y filosóficos, que desde siempre han constituido la civilización rusa, y en haber fortificado a sus fuerzas armadas para defender la soberanía y la libertad de Rusia y sus inmensas riquezas.
En respuesta a la instalación de cerca de 400 bases militares estadounidenses a su alrededor, al abandono unilateral de EEUU del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, a la colocación alrededor de Rusia de un sistema antimisiles, que vulnera la paridad nuclear estratégica alcanzada, y a la proclamación de una doctrina militar que le faculta emplear armas nucleares cuando y contra el que quiera, la República Federal de Rusia desarrolló innovadoras armas estratégicas de la más avanzada tecnología. Estas armas son un increíble avance científico, por nadie esperado. Al contrario de lo que se afirmaba, Rusia tiene cultura, ciencia y tecnología no inferiores a las de cualquier país sino, posiblemente, superiores.
El Presidente Putin recalcó que el poderío militar de Rusia no amenaza a nadie, que existe sólo para garantizar la paz y resguardar la soberanía rusa y será empleado solamente en el caso de que su país o cualquiera de sus aliados sean agredidos.
El 25 de diciembre del 2019, Putin destacó que “la situación en la economía es satisfactoria, se mantiene una situación macroeconómica estable, la inflación y el desempleo se encuentran en un nivel bajo, el tipo de cambio de la moneda nacional es estable… Se mantiene la dinámica positiva del crecimiento del PIB…”, lo que se da pese a las sanciones de todo tipo que Occidente aplica a Rusia. Dijo que es necesario mejorar más aún el clima empresarial y crear condiciones propicias que impulsen un crecimiento económico, que conlleve el bienestar del pueblo.
Es imposible imaginar los éxitos de Rusia sin Putin, por eso, desde estas líneas, se lo cataloga el estadista del siglo. Su mérito consiste en combatir la intromisión en los asuntos internos de otros países, luchar por la paz mundial y la igualdad de derechos de todos los pueblos. El factor Putin debería ser estudiado por ser un mandatario que sacó a su país de la cloaca neoliberal, a la que los cipayos la llevaron obedeciendo las órdenes de los organismos internacionales manejados por las potencias imperiales. Y si sus enemigos no lo han derrotado es porque dice lo que piensa y hace lo que dice.
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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