¡Alábate, queso rancio!
¡Alábate, queso rancio!
¿Se trata, acaso, de una revolución a colores, de esas que tan a menudo se dan alrededor del planeta? Tal vez. Las actuales protestas de EEUU tienen un largo prólogo y un epílogo que está muy lejos de terminar. Da la impresión de que esa sociedad se autodestruye y ese país se deshace a pedazos, consecuencia de la injusticia racial, porque se ve acusaciones y amenazas de toda laya, por parte de todos los grupos políticos; noticias falsas y variados clichés, mezclados con hechos verdaderos; soldados de la Guardia Nacional y la policía estatal enfrentándose a manifestaciones pacíficas, a grupos armados y a saqueadores; asaltos y quemas de comisarías; demostraciones pacíficas reprimidas o toleradas, algunas apoyadas, incluso, por la policía. Todo esto no es más que la epidermis de un problema profundo que a futuro el pueblo estadounidense debe resolver.
Luego del asesinato de George Floyd, el Presidente Trump ha declarado representar la ley, ser partidario de todas las demostraciones pacíficas, pero que va a movilizar la totalidad de los recursos civiles y militares para restablecer la paz y el orden social. Hizo un llamamiento a alcaldes y gobernadores para que recurran a la Guardia Nacional y eviten el aumento de la violencia y los disturbios civiles, antes de que sea demasiado tarde, y que si algunas ciudades o estados se negaran a tomar esas acciones, necesarias para proteger la vida y las propiedades de su habitantes, él mismo enviaría a las Fuerzas Armadas y, en lugar de ellos, resolvería rápidamente el problema.
Pero, para resolver los problemas reales de la sociedad estadounidense, de nada va a valer movilizar todos los recursos federales disponibles, ni que los gobernadores recurran a la Guardia Nacional, ni que se envíe agentes del orden público y efectivos militares fuertemente armados, porque esas medidas pueden momentáneamente calmar los disturbios, pero son insuficientes si no van acompañadas de cambios sociales que eliminen las causas reales que motivan el descontento popular, algo que el Presidente Trump está en incapacidad ideológica de realizar.
Tal vez por eso sus declaraciones causaron la dura crítica por parte del ex Secretario de Defensa James Mattis, muy apreciado por Trump, quien afirmó: “Militarizar nuestra respuesta, como vimos en Washington D.C., crea un conflicto, un falso conflicto entre la sociedad militar y la civil. Erosiona la base moral que garantiza un vínculo de confianza entre hombres y mujeres en uniforme y la sociedad a la que han jurado proteger, y de la cual son parte ellos mismos”. Se sobreentiende que no habla por hablar sino que cuenta con un amplio respaldo dentro de fuerzas armadas.
Por otra parte, el grave problema de EEUU es que el problema recién comienza, que todo lo que pasa se va a complicar en la medida en que se acerquen las elecciones de noviembre, y después de ellas, independientemente de quien las gane, porque la sociedad de ese país se está dividiendo cada vez más en dos bandos intolerantes, que no se soportan mutuamente y que, desgraciadamente, están armados hasta los dientes.
También es variada y compleja la urdimbre social que conforma esa colectividad, situación que precisa de un estadista con capacidad de diálogo y no de un mandamás bravucón, acostumbrado a dar órdenes que deben ser obedecidas por sus servidores. Por eso, por la falta de liderazgo, pasa lo que está pasando, es que es necesario rectificar, pero, lastimosamente, esa es una palabra que Trump desconoce.
Si se parte del hecho de que el racismo, por definición, es estúpido, pues, desde el punto de vista de la ciencia, el término raza está en desuso, entonces el problema que se da en EEUU se basa en prejuicios e intolerancias anacrónicas que, sin embargo, están arraigadas en ese país y son factores determinantes que lo desgarran.
El papa Francisco fue bastante claro, calificó el racismo de pecado y lo condenó, se solidarizó con las protestas sociales que, tras el asesinato de George Floyd, tienen lugar en EEUU, hizo un llamamiento a los estadounidenses a la reconciliación y la paz, a mantener la calma y realizar protestas pacíficas, puesto que “con la violencia no se gana nada y se pierde mucho”, e instó a los fieles católicos a rezar por el descanso eterno de George Floyd, pues “no podemos tolerar ni cerrar
los ojos ante ningún tipo de racismo o exclusión y pretender defender la santidad de toda vida humana”. Por lo visto, es hora de recordar a Mahatma Gandhi, aprender de él que las marchas no violentas son efectivas y los actos vandálicos recrudecen la intolerancia.
El estallido popular que se da en EEUU por el vil asesinato de George Floyd no tendría la actual virulencia de no ser por las condiciones sociales reinantes, es que el sistema económico generado por la globalización acumuló grandes desigualdades que han causado inestabilidad social y la crisis habría explotado por cualquier otra causa, aunque no hubiera esta razón. Lo que pasa es algo que no se ve todos los días y requiere, a posteriori, de un análisis sesudo por parte de politólogos y académicos en ciencias sociales.
Noam Chomsky sostiene que el modelo capitalista neoliberal colapsa necesariamente, porque no tiene medios ni valores morales para afrontar los problemas que conlleva la crisis, lo que se comprueba por no poder sustentar un endeble sistema de salud. Denuncia que cuando Trump llegó al gobierno lo primero que hizo fue desmantelar toda la maquinaria de prevención de pandemias, desfinanciar los Centros para el Control de Enfermedades, por lo que EEUU quedó mal preparado. “Ésta es una sociedad privatizada, muy rica, con enormes ventajas, pero dominada por el control privado. No hay un sistema de salud universal, absolutamente crucial ahora”. Piensa que la Casa Blanca está en manos de un sociópata megalómano que solamente está interesado en su propio poder, en sus perspectivas electorales, y al que no le importa lo que pasa en el país ni en el mundo.
Debe mantener el apoyo de la base social que lo sustenta, que son la gran riqueza y el poder corporativo.
De no modificar su política, a Trump no le va a salvar ni la Ley de Insurrección de 1807, que le “autoriza el empleo de las fuerzas terrestres y navales de EEUU”, para enfrentar “cualquier insurrección, violencia interna, combinación ilegal o conspiración que obstaculice la ejecución de las leyes de EEUU o se oponga a ellas o impida el curso de la justicia establecido por esas leyes”, porque, como por acá se dice, montarse es fácil, lo jodido es desmontarse.
Lo cierto es que nadie sabe en qué va a terminar la aventura presidencial de Trump. Nada le va a pasar si gana la elección de noviembre, crucial para el futuro de la especie, y puede ser que lo saquen a empellones, si así lo deciden tanto demócratas como republicanos. Pronto se conocerá el desenlace.
Sucede que gran parte de la humanidad es consciente como nunca de que esos sufragios son vitales para su misma existencia, pues en ellos se juega no sólo el destino de EEUU sino, incluso, el de los seres humanos todavía no nacidos, ya que la reelección del Presidente Trump y su séquito pone en el tapete la extinción de todo lo vivo. Es que Donald Trump, con gran estrépito, cual inquilino cascarrabias, mete sus narices en las casas del vecindario, y en la suya propia, causando gran tremor y crujido de dientes. Y si no las mete él, las mete cualquiera de sus compinches, en particular, Pompeo, cuya brusquedad supera a la de Frankenstein.
María Zajárova, Portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, señala que lo que acontece en EEUU causa “horror y un sentimiento de compasión por el pueblo que está desgarrado por tan terribles contradicciones… Es una tragedia nacional que revela lo que probablemente no querían hablar o escuchar y lo que han enseñado al mundo entero, una tragedia en la esfera de los derechos humanos, en el mismo ámbito que siempre han considerado resuelto y sin problemas para ellos mismos. El liderazgo en la esfera de los derechos humanos, que se atribuían a sí mismos, no era liderazgo” y, tal vez, esa sea la causa por la que EEUU se retiró del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Kellyanne Conway, asesora del Presidente Trump, reconoció: “Es absolutamente cierto que existe un racismo institucional y que hay una falta de igualdad para todas las personas en este país. Creo que eso no se puede negar” y señaló que está muy contenta de que el Departamento de Justicia haya abierto una investigación a nivel federal sobre el fallecimiento de Floyd. “Veremos qué sucede… Lo que le hicieron a George Floyd fue un asesinato”. Indicó, además, que en Estados Unidos hay mucho por examinar y mucho por mejorar, incluidos los cambios institucionales, que los gobiernos anteriores no lograron hacer. Por su parte, el Presidente Trump afirmó: “Mi Administración ha hecho para la comunidad negra más que cualquier otro presidente desde Abraham Lincoln… ¡Y lo mejor está por empezar!”
¡Alábate, queso rancio!, decían nuestros abuelos.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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