Adagio Por Rodrigo Borja Cevallos
La palabra proviene del latín “adagium” y significa sentencia breve, generalmente de naturaleza moral, que enseña algo e induce a la reflexión y que goza de credibilidad.
Célebres fueron los adagios del filósofo neerlandés Erasmo de Rotterdam (1466-1536). El adagio se diferencia del proverbio por su origen, puesto que procede de los pensamientos y de los escritos de los filósofos mientras que los proverbios vienen de la sociedad y reflejan experiencias populares.
Cervantes definió el proverbio como “la sentencia cierta, fundada en una larga experiencia”, mientras que en Francia se llamó proverbios a las composiciones dramáticas en las que se desarrollaba una sentencia o refrán.
Muchos de los adagios y de los proverbios son muy antiguos. Recordemos que en 1559 el pintor holandés Pieter Brueghel compuso un óleo sobre madera de roble de 117 centímetros de alto por 163 centímetros de largo —que se exhibe en el “Staatliche Museen zu Berlin Gemäldegalerie” de la capital alemana— y que es la representación pictórica de cerca de cien proverbios flamencos de su época, en los que aparecen muchos de los adagios que, traducidos a varios idiomas, se usan en la vida cotidiana de nuestros días, como, por ejemplo, “nadar contra corriente”, “armado hasta los dientes”, “echar rosas a los cerdos”, “el pez grande se come al chico” y muchos más.
Desde la óptica lingüística el adagio expresa un pensamiento en forma concisa y con pocas palabras y suele tener carácter moral o doctrinal tanto si proviene de las alturas de las elites sociales como de los niveles populares.
En todo caso, el adagio es una corta frase repetida de forma invariable, que goza de plena credibilidad y en la cual se expresa un pensamiento moral, un consejo o una enseñanza. La Real Academia, en su diccionario castellano, trae una muy pobre y oscura definición de la palabra “adagio”: “sentencia breve, comunmente recibida, y, la mayoría de las veces, moral”.
Definición que es poco clara y que se cruza y confunde con las palabras “apotegma”, “aforismo”, “paremia”, “proverbio” o “refrán”. Y a Erasmo de Rotterdam se debe el adagio: “No hagas estima de ti por tu apersonamiento físico o los bienes que la fortuna te deparó, sino por tu prestancia moral o los bienes del alma”.
Y, en este sentido, Erasmo interpuso gran distancia con el pensamiento de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), quien con todos sus embelesos estéticos e intelectuales no llegó a sospechar siquiera que con el pasar del tiempo habría de ganar tanta celebridad y que su propio apellido daría a la literatura política de la posteridad un sustantivo: “maquiavelismo”, y un adjetivo: “maquiavélico”, para calificar a la política iconoclasta de simulación, engaño y felonía, alejada por completo de los cánones éticos, en la que el fin justifica los medios
OPINIÓN
ADAGIO
Por Rodrigo Borja Cevallos
ExPresidente Constitucional de la República del Ecuador
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