La Gran Guerra Patria
La Gran Guerra Patria
El domingo 22 de junio de 1941, exactamente a las 4 horas de la madrugada, Alemania nazi dio inicio al Plan Barbarossa. Un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi.
El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético en un discurso, célebre porque, pese a no ocultar para nada la gravedad de la situación en frente, sus palabras imbuían en el pueblo soviético la seguridad en la futura victoria. En su discurso dijo: “Hombres del Ejército Rojo, de la Armada Roja, oficiales y trabajadores políticos, luchadores guerrilleros! ¡Camaradas! ¡Los pueblos de Europa esclavizados os miran como libertadores! ¡Sed dignos de tan alta misión!… Ojalá, os inspiren en esta lucha los espíritus de nuestros grandes antepasados… ¡Adelante, hacia la Victoria!” A partir de entonces se inicio la conflagración conocida como la Gran Guerra Patria.
En los primeros meses de guerra, los grupos “Centro” y “Norte” de la Wehrmacht lograron acercarse a Moscú y Leningrado, dos de sus principales metas; nada parecía capaz de detener a este monstruo apocalíptico, cuyas botas habían pisado casi toda Europa. Sin embargo, el primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú y no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja, tal cual había sido planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, después los soldados se dirigieron al frente y ganaron la Batalla de Moscú; cosechaban el ejemplo del Mayor Klochkov, que se arrojó debajo de un tanque alemán con granadas en las manos exclamando: “Aunque Rusia es inmensa, no hay a donde retroceder, ¡detrás está Moscú!”
La siguiente victoria soviética se dio en la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada que se conoce, la suma total de las perdidas por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de ininterrumpidos y feroces combates, culminó con la victoria del Ejército Rojo sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.
Cuando el General Vasili Chuikov llegó a hacerse cargo de la comandancia del 62.º Ejército que se enfrentó al Sexto Ejército Alemán, fuerza élite de la Wehrmacht que había conquistado Europa continental, el Mariscal Yeriómenko le preguntó: “¿Camarada, cuál es el objetivo de su misión?” Su firme respuesta fue: “Defender la ciudad o morir en el intento”. Yeriómenko tuvo la certeza de que Chuikov había entendido perfectamente lo que se le exigía. Según Chuikov, “por todas las leyes de las ciencias militares, los alemanes debieron ganar la batalla de Stalingrado y, sin embargo, la perdieron. Es que nosotros creíamos en la victoria. Esa fe nos permitió vencer y evitó que fuésemos derrotados”. Comprendía cabalmente que Alemania ganaba la guerra si triunfaba en Stalingrado.
Sobre la Batalla de Stalingrado, el General alemán, Dorr, escribió: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller… Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”.
El 23 de noviembre de 1942 cerca de 330.000 soldados alemanes fueron cercados y el 2 de febrero de 1943 cesó la resistencia alemana en Stalingrado. En la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió cerca de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental.
La Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial y resultó una auténtica catástrofe militar para los alemanes, cuyas tropas no pararían de retroceder hasta rendirse ante el Mariscal Zhúkov en Berlín, dos años y cuatro meses después. La victoria Stalingrado marcó el inicio de la derrota de Alemania, sentó las bases para la expulsión masiva de los invasores del territorio soviético, desbarató los planes alemanes, resquebrajó su sistema de alianzas y llenó de esperanzas a todos los pueblos de los países que luchaban contra el fascismo. La casi totalidad del material militar que se empleó fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la Unión Soviética habían trasladado desde la zona central de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.
Después de la Batalla de Stalingrado, la URSS conoció que en 1943 tampoco se abrirá el Segundo Frente, lo que significaba que Alemania podía concentrar en el Frente Oriental a lo más selecto de sus tropas para luchar contra la URSS. Stalin le escribió a Roosevelt: “Otra vez nos tocará luchar casi solitariamente”. Y en carta a Churchill escribe: “Usted me dice que comprende por completo mi desilusión. Es mi deber aclararle que no se trata de una simple desilusión del gobierno soviético sino de mantener la confianza entre los aliados. No hay que olvidar que se trata de salvar la vida de millones de personas que viven en las regiones ocupadas de Europa, así como también de reducir las inmensas bajas del Ejército Soviético”.
Bajo estas circunstancias se produjo la Batalla de Kursk. Para ganar esta batalla los alemanes concentraron 70 divisiones de 900.000 soldados, 10.000 cañones, 2.700 tanques y más de 2.000 aviones. La operación no correspondía a las posibilidades reales de la Wehrmacht, pues los soviéticos habían construido 4.240 km de trincheras en Vorónezh y otra cantidad semejante en la frente central. El 5 de julio de 1943 comenzó la batalla. La victoria soviética marcaría el fin del último intento alemán de recuperar la iniciativa en el Frente Oriental, iniciativa que a partir de ese momento quedó en manos del Ejército Soviético.
El General Guderian escribe en Memorias de un soldado: “Sufrimos una derrota demoledora en Kursk. Las tropas blindadas, que habían sido repuestas con gran esfuerzo como consecuencia de las grandes pérdidas de hombres y de material de guerra, quedaron fuera de servicio por largo tiempo. Era imposible restituirlas a tiempo para… el caso del desembarco con el que los aliados amenazaban para la primavera siguiente. Como consecuencia del fracaso del plan Ciudadela, el frente oriental absorbió todas las fuerzas que estaban emplazadas en Francia”.
La victoria soviética de Kursk demostró a los aliados de Occidente que si no desembarcaban en Europa, la URSS sola era capaz de derrotar a Alemania; fue el factor decisivo para que no se aplazara más el desembarco en Francia.
Según el plan Barbarrosa, el grupo de ejércitos del norte y las tropas alemanas de Noruega, a los que se sumaría el Ejército de Finlandia, deberían ser suficientes para tomar todas las fortalezas soviéticas del Báltico y los puertos de Kronstadt y Leningrado, para dejar a la flota soviética sin bases en el Báltico. Los sueños de Hitler de ocupar Leningrado no se hicieron realidad, porque sus habitantes la defendieron sacrificándose más allá de lo imaginable. El alto mando alemán detuvo su avance. El 8 de septiembre de 1941 ordenó a sus tropas atrincherase y se preparó a romper la resistencia del pueblo ruso a través de un prolongado bloqueo, suponían que el hambre los doblegaría. Como consecuencia murieron más de un millón de leningradenses, la inmensa mayoría de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió.
Durante el bloqueo las condiciones de trabajo eran muy duras, no había ni luz, ni calefacción, ni transporte, el frío era insoportable y no había que comer, y sin embargo, nadie se quejaba. Ni siquiera en el momento de la muerte. La gente moría en silencio. Por eso, sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.
Nada es más patético que el diario de Tania Sávicheva, una niña soviética que sintetiza en pocas líneas el sufrimiento de millones de ciudadanos de Leningrado. Escribe: “Zhenia murió el 28 de diciembre de 1941, a las 12:30 horas. La abuela murió el 25 de enero de 1942, a las 3:00 de la tarde. Leka murió el 17 de marzo de 1942, a las 5:00 de la madrugada. El tío Vasia murió el 13 de abril de 1942, 2 horas después de la medianoche. El tío Lesha, el 10 de mayo de 1942 a las 4:00 de la tarde. Mi mamá murió el 13 de mayo de 1942 a las 7.30 de la mañana. Los Sávichev murieron. Murieron todos. Solo queda Tania”. Gloria eterna a esta heroica ciudad.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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