El mejor ecuatoriano
El mejor ecuatoriano
Años atrás, buena parte del pueblo ecuatoriano siguió con interés una encuesta popular que buscaba encontrar, según la opinión del público, quién era el mejor ecuatoriano de la historia.
Favorecido por cierta manipulación político-mediática, el personaje que resultó elegido fue Eloy Alfaro. El mejor presidente, quizá, pero no el mejor ecuatoriano. Dice el dicho: “Todo es cuestión del cristal con que se lo mira”, y esto nos hace pensar que el cristal que primó en aquella elección no fue el que se mira con los ojos del alma, aquel que nos hace ver lo esencial y optar por lo que es justo. De haber sido éste el cristal con que la mayoría mirara en aquella ocasión, ésta hubiese elegido al monseñor Leonidas Proaño, o a alguien como él.
El ser mejor implica llevar la bondad a un grado más alto de lo común, y esto es realizable solo por medios no violentos, pues la bondad es incompatible con la violencia. No fue ése el camino que siguió Eloy Alfaro para llegar al poder y mantenerse en él. Aunque es de innegable valor el que haya instituido importantes cambios políticos y mejorado el contexto socioeconómico de nuestro pueblo, eso no lo hace ser el mejor.
Sucede que la civilización actual, en su afán de conseguirlo todo a como dé lugar, se ha regido por el enunciado de Maquiavelo que sentencia que “el fin justifica los medios”, llegando en ocasiones a ponerlo en práctica hasta de la forma más descabellada. En oposición a esto, Gandhi nos dijo que nada de lo que se consiga con violencia -así traiga mejores condiciones de vida- es lo mejor, por la sencilla razón de que la violencia genera violencia. Consecuentemente, aseveró, “no es el fin el que justifica los medios, sino que son los medios los que justifican el fin”. Por más útil y necesario que sea un bien material, su consecución no nos hace mejores, puesto que lo mejor del ser humano –su esencia- no radica en el plano material sino en el espiritual; por lo tanto, somos mejores cuando priorizamos lo espiritual por encima de lo material.
He allí la diferencia entre aquellos dos personajes ecuatorianos: el uno priorizó lo material por encima de lo espiritual, el otro priorizó lo espiritual por encima de lo material; el uno ejerció los medios violentos, el otro ejerció el amor; el uno propició bienes materiales, el otro sembró bienes espirituales. Esto nos deja en claro que, en aquella ocasión, la mayoría de los electores optaron, como casi siempre sucede, por lo material y no por lo espiritual. Tal parece que nos pasamos la vida escogiendo a Barrabás y no al Cristo. Lo curioso es que, a la hora de la hora, nadie se hinca de rodillas ante Barrabás: vivimos honrándolo en nuestra fatuidad, pero cuando la cosa se pone peliaguda, a quien suplicamos es al Cristo. Apología de la insensatez, ecología de lo absurdo…
En “El principito”, Antoine de Saint-Exupéry plasmó esta magnífica frase: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Y lo invisible a los ojos es el espíritu, cuya esencia es el amor. Entre las cosas buenas que ha provocado la pandemia está el que nos haya hecho valorar lo esencial y mirar con el cristal que utilizan los ojos del alma; nos ha hecho dar cuenta cuánto nos hemos equivocado al mirar -y juzgar- solo con los ojos condicionados de la mente y nos ha hecho sentir -ojalá a muchos- la necesidad de mirar cada vez más con los ojos del alma. Si hemos de ser mejores y construir un mundo mejor, la única forma será ésa, mirando cada vez más con los ojos del alma.
El gran Maestro nos dijo: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Allí está la clave de la vida, allí está la solución de todos los problemas que aquejan al ser humano. Pero como somos egoístas y soberbios no le hacemos caso y preferimos seguir amándonos solo a nosotros mismos, es decir, a nuestros egos. Claro que también amamos a nuestros seres queridos, pero tengamos presente que ellos representan una extensión de nuestros egos. Amar al prójimo implica salirnos de ese círculo egótigo y amar a los desconocidos, incluso a nuestros enemigos (no fusilarlos, como hizo Eloy Alfaro). Un reto difícil de afrontar, pero necesario en nuestra realización como seres humanos.
Estamos en los albores de una humanidad más consciente, en el inicio de una era basada en la solidaridad y el bien común. Tiempo propicio para que empecemos a ver con los ojos del alma lo que habremos de elegir, y si elegimos a otro mejor ecuatoriano de la historia, que éste sea cada uno de nosotros mismos proponiéndonos ser cada día un poco mejores que el día anterior, pues eso es lo que la vida requerirá de cada individuo en lo futuro.
Y hay que tener presente siempre que el camino a ser mejores es, simplemente, amar al prójimo.
OPINIÓN
Eduardo Neira
Especial para Ecuador News
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