Rusia y la Revolución de Octubre III
Rusia y la Revolución de Octubre III
A partir de la muerte de Stalin surgieron las componendas políticas en el gobierno y en la sociedad. En la Unión Soviética, la expansión del mercado negro se dio en correspondencia con la escasez de productos básicos, consecuencia de los gigantescos destrozos causados por la guerra. A este país le correspondió el 30% de los costos de la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial; para reconstruir la URSS no hubo Plan Marshall y pagó con oro la ayuda militar que llegó de sus Aliados.
El mercado negro posibilitó, según la definición de Mijail Djilas, la formación paulatina de “la nueva clase”, compuesta por seres humanos carentes de principios morales, éticos y religiosos que, luego de instituir sus propias reglas de propiedad, tomaron el control del aparato productivo y los bienes de la sociedad; se trata de los chanchitos de “La rebelión en la granja”, de Orwell, convertidos en hipopótamos.
El deterioro del Estado Soviético desembocó en la “perestroika”, reforma que, en el fondo, consistió en entregar la soberanía de la URSS por la promesa de que sus habitantes iban a gozar algún día del bienestar que se disfruta en ciertos países de Occidente, engañabobos que nunca se cumplió. Por escuchar cantos de sirena, la URSS se desintegró y aparecieron quince nuevas repúblicas, destinadas a ser pulverizadas más aún.
El 8 de diciembre de 1991, Gorbachov anunció la disolución de la URSS, que en poco tiempo generó la desintegración del sistema socialista en el este de Europa, una de las mayores calamidades del siglo XX, pues causó la eliminación física de millones de sus habitantes, debilitó la organización obrera del mundo, rompió el equilibrio geopolítico del planeta mantenido desde la derrota del nazi-fascismo y posibilitó la actuación de los países imperialistas con la absoluta desfachatez actual.
La desintegración de la URSS fue acompañada de la destrucción de sus fuerzas armadas, de la seguridad social y educación, de su industria y de la disminución del nivel de vida que gozaba su población. En particular, Rusia se volvió paupérrima, su mortalidad creció tanto que en menos de diez años su población disminuyó en más de diez millones de habitantes. Y no sólo eso sino que, de un día para otro, más de treinta millones de rusos se volvieron extranjeros en países de la ex URSS, donde habían nacido; extranjeros que en adelante fueron tratados como parías sin derechos, sin que ningún organismo internacional, de esos que abundan y reclaman donde menos se espera, velaran por sus vidas, realmente amenazadas.
El colapso del socialismo a nivel europeo no fue casual sino organizado por las potencias de Occidente, en contubernio con testaferros internos camuflados de libertadores. El grueso de la suma, con la que iniciaron sus incursiones en el naciente sistema financiero, provenía de europeos, israelíes y norteamericanos, que invirtieron una pizca de sus capitales, para sacar buena tajada de las fraudulentas oportunidades que durante el derrumbe del socialismo ofrecieron las privatizaciones.
Los nuevos patrones insistían en que la redistribución de las riquezas y la economía moderna eran incompatibles, y a los obreros, que se quejaban por las malas condiciones de trabajo y los bajos salarios, les amenazaban con que si protestaban, serían despedidos y se irían a casa a rascarse la barriga con las manos vacías. Les pagaban en especies porque dizque no tenían liquidez y les bajaron tanto los salarios que muchos trabajadores se comían a los perros callejeros. Como era de esperar, el capitalismo sólo trajo miserias y angustias a la población de esos países.
La nueva clase en el poder fue fruto de la decadencia moral de los herederos de la vieja guardia bolchevique; sus intereses de rapiña coincidían con los de los corruptos funcionarios de las más altas esferas del Estado, de la delincuencia común y del crimen organizado. Con el pretexto de las privatizaciones, obtuvo por una bagatela las riquezas de la sociedad, en una época dorada para los intereses de esos buitres hambrientos. El ciudadano común y corriente fue engatusado por sus “libertadores”, que se adueñaron del producto del sacrificio de una gran parte del mundo, que alguna vez soñó con tomar el cielo entre sus manos. ¡Para qué realizar una revolución sangrienta! ¡Para qué ganar la más cruenta guerra de la historia! ¿Para que unos cuantos vivos se levanten con el santo y la limosna? Es inconcebible que los nuevos dueños del sistema productivo se repartieran el resultado del esfuerzo y el sudor de millones de trabajadores, que se sacrificaron durante una buena parte del siglo XX.
Todo lo pasado explica porque en la actualidad Rusia es hoy lo que es. Sucedió que un sector de Occidente declaró una guerra que debía concluir con la muerte de Rusia y el reparto de sus despojos entre las hordas vencedoras.
Casi logran esta finalidad con la desintegración de la URSS, pues Rusia pasó a ser gobernada por títeres que respondían a intereses foráneos. Parece que en un momento de sobriedad, Yeltsin, molesto ante tanto engaño, recuperó la cordura y delegó el poder a Putin. Pocos cayeron en cuenta del significativo cambio que este paso representó para Rusia y el mundo, aunque sus primeros movimientos, decisivos y firmes, indicaban que todo era para el bien de la humanidad.
En su discurso del 10 de febrero de 2007, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, señaló que las cosas iban en serio. No le hicieron caso y continuaron actuando como si nada hubiera ocurrido: rodearon a Rusia con casi cuatrocientas bases militares; apoyaron a los movimientos terroristas y separatistas; en contra de lo que habían prometido, durante la reunificación de Alemania, no mover a la OTAN ni una sola pulgada, la acercaron casi hasta las mismas puertas de Moscú; en Ucrania dieron un golpe de Estado fascista, seguros de que desde ese país podían extender aún más sus dominios. Pasó lo contrario, Crimea retornó al seno de su madre patria.
Trataron de acabar con Rusia. Desde hace mucho tiempo que sus abundantes recursos naturales eran un apetitoso bocado para las potencias de Occidente, además posee los más extensos bosques y las mayores reservas de agua dulce del planeta, lo que nadie le puede arrebatar por la fuerza y que para obtenerlos se debe convivir con ella, algo que no desean porque la tratan como al odiado enemigo de antaño.
Lo cierto es que cuando en Occidente se critica a Rusia por su falta de libertad, democracia y autonomía judicial, en realidad se está conspirando para robarle sus riquezas. Desintegrar Rusia -lo que hicieron con Yugoslavia y la URSS- es la finalidad del engranaje de una rueda macabra construida para lograr su destrucción, pues su sola existencia obstaculiza la hegemonía que pretenden para sí mismos. Desaparecería entonces el único competidor serio que frena sus pretensiones de dominio universal.
Cuando Putin asumió la presidencia de Rusia, recuperó los sectores estratégicos de la economía, que luego de la caída de la URSS habían sido privatizados, mejor dicho, robados por los mafiosos devenidos en oligarcas. Él y su equipo evitaron que Rusia desapareciera en esa vorágine, y el meollo de su éxito es haber logrado el desarrollo sostenido de Rusia, en ser el portaestandarte de la ideología rusa, que restaura los más altos valores nacionales, morales, religiosos, culturales, artísticos y filosóficos, que constituyen la civilización rusa, y en haber fortificado a las Fuerzas Armadas para que defiendan su soberanía, sus riquezas, su libertad y su independencia.
En Putin, las fuerzas imperiales de Occidente encontraron la horma de su zapato, pues él, para evitar que su país se desmoronara, creó al todopoderoso Ministerio de Seguridad, su bastión básico de apoyo. Desde ahí profundizó la persecución a los oligarcas, aliados de las mafias extranjeras, que desde la Perestroika habían saqueado y hambreado a Rusia. Durante algún tiempo, los rusos habían imaginado que la tan cacareada libertad de los países occidentales era un estrato político superior, que valía la pena probar e instaurar en su país; la consiguieron, la saborearon y comprobaron que su propio mejunje es mucho mejor. Putin gobierna con mucho tino y el ciudadano medio no quiere volver a vivir bajo un régimen oligárquico mafioso, semejante al que casi lo deja sin resuello.
Actualmente, las inmensas riquezas naturales, intelectuales y espirituales de Rusia permiten prever que la sociedad rusa superará las dificultades que todavía subsisten en su seno.
Finalmente, si Rusia zarista fue la tesis y Rusia soviética su antítesis, la Rusia de hoy es la síntesis que tiene el potencial político y espiritual, las tradiciones religiosas y culturales, la experiencia acumulada, la mentalidad nacional y el alto grado de cohesión social, necesarios para convertirse en el paladín de las causas más nobles.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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