UN VERDADERO MAESTRO CAMBIA EL DESTINO DE LA SOCIEDAD
UN VERDADERO MAESTRO CAMBIA EL DESTINO DE LA SOCIEDAD
Tengo una deuda que pagar, que la asumí hace 60 años. No tengo excusa alguna, simplemente soy un insensible e irresponsable moroso porque le debo a quien jamás debí deberle nada sino agradecerle todo, al que moldeó mi vida, al que puso las bases sobre las que construiría más tarde al periodista que soy hoy.
La deuda es con don ELOY VELÁZQUEZ CEVALLOS, un maestro de verdad, como muy pocos.
Don Eloy –manabita de cepa y, obviamente, rebelde montonero como su padrino de bautizo Eloy Alfaro–, nació en Portoviejo el 5 de junio de 1907 (la Revolución liberal estalló el 5 de junio de 1905) y creció entre espadas y conspiraciones siendo uno de los doce hijos de una patriarcal familia, asentada en El Salto, a 5 kilómetros de Portoviejo, que recorría a diario para ir a la escuela “Tiburcio Macías”.
Terminada la primaria su padre quiso que estudie para telegrafista: “De ninguna manera -le dijo- yo seré sacerdote, maestro o periodista” y se matriculó en el colegio “Olmedo” y fue maestro y periodista, de los buenos, pero NO alcanzó a ser sacerdote.
Estudió secundaria en el colegio “Olmedo”, pero paradójicamente en mayo de 1926 fue nombrado profesor de la escuela fiscal “Tiburcio Macías”, de la que había sido su alumno, hasta 1934 y sacó la revista “Educación”, la primera en su género que circuló en Manabí, a medias con el tipógrafo Joaquín Ramírez, pero ya antes se había iniciado en el periodismo haciendo un periódico a mano para tumbar a un rector anquilosado en sistemas educativos del pasado.
Le había prendido la “chispa gremialista”, pues, siendo parte de la Sociedad de Preceptores de Manabí llevó a los profesores sin títulos a capacitarse en el normal Juan Montalvo, de donde egreso el año 33: Clases presenciales por las mañanas, práctica por las tardes.
Para el 36 ya estaba en el Magisterio de Los Ríos de donde vino a Guayaquil y el 37 fue designado Inspector de Educación del Guayas, fundó el Sindicato de Maestros de la provincia; luego fue Director de Educación del Guayas y se unió a la lucha política contra el “Déspota Ilustrado”, como llamaban a Carlos Alberto Arroyo del Río, desaprobado como Presidente de la República por la firma del Protocolo de Río de Janeiro en 1942. Estuvo con la Revolución del 28 de Mayo –la Gloriosa—y fue diputado por la Educación de la Costa en la Constituyente
de 1944, que produjo la mejor Constitución del Ecuador.
En la Asamblea logró la Ley de Escalafón de los maestros, que NO existía y el aumento de las pensiones de los maestros jubilados. Mandó a callar –en un hecho insólito– al embajador USA de entonces cuando en la Asamblea proponía la cesión de las Galápagos por 99 años: Se levantó de su curul y gritó, “Cállese, señor… no podemos seguir oyendo tanta infamia con su propuesta deshonesta”. Meses más tarde, por retaliación, el presidente Velasco Ibarra lo canceló del cargo de Director de Educación.
Fundó su propio colegio en Guayaquil, el CICLO EDUCATIVO TARQUI, donde estudié y me gradué, que tenía como lema “Ante todo la Patria”, del que me he apropiado, porque lo observó permanentemente en este periodismo sin frontera al que estoy dedicado ahora, que me permite ver, como Cortázar lo vio en 1939, que “en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte”. Don Eloy, quien fue un verdadero maestro, cambió mi destino: Mi madre me quiso hacer maestro como ella y soy periodista.
OPINIÓN
Por Antonio Molina
Premio Nacional de Periodismo
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