La mendicidad en Quito
La mendicidad en Quito
Esta mañana estuve en la Orellana y Amazonas. Un hombre de mediana edad ponía gasolina en su boca y luego emitía una bocanada de fuego. Terminaba su “show” y luego pedía limosna. Mientras cambiaba el semáforo, con su cara cubierta de hollín, él recorrió los vehículos que habíamos parado y nadie le dio nada. Regresó a la vereda mascullando. Y mientras me daba la espalda yo leía en su camiseta un mensaje que decía: “soy un hombre poderoso, honesto, amoroso…”.
Sé que hay programas llevados por el MIES, el Municipio de Quito, las ONG y, sin embargo, Quito tiene decenas de personas mendigando. Cada vez la gente en situación de calle utiliza las más conmovedoras formas para pedir dinero: hace dos semanas en La Gasca y América vi a un hombre que cargaba en sus brazos a un niño muy pequeño a quien le salía del vientre una sonda de un metro de largo que en su punta tenía sangre. Me horrorizó.
La ciudad ha cambiado durante la pandemia. Muchos lugares se han vuelto ferias ambulantes en la calle. Allí puedes encontrar ropa, repuestos de licuadoras, mascarillas… Así está la Mariana de Jesús en la zona de la Empresa Eléctrica, entre la 10 de Agosto y la Amazonas. Allí también hay quienes piden caridad, como una mujer sentada contra la pared, con su hija pequeña, que espera que le pongan dinero en un tarrito.
En la Coruña y Orellana, la otra mañana encontré a un chico muy joven, pálido y delgado que tenía dos perros con los que se comunicaba como si fueran humanos. Les compartía el pan que comía. Detrás había un gran cartel que decía algo así como: “Quien maltrata a un animal no tiene buen natural”.
En el momento más crítico de la pandemia muchos comentaban de lo fantasmagórico que se había vuelto el centro histórico. Dicen que la gente vivía y dormía en la calle. El lugar se había convertido en un dormitorio al aire libre. Hace un año El Expreso publicaba datos de cómo la mendicidad en Quito se había duplicado y describía la gravedad de la situación debida a la movilidad humana interna y externa. Los esfuerzos de entidades públicas como el Patronato San José del Municipio de Quito eran insuficientes y, aún peor, el tratar de convencer a la gente de que retornara a sus lugares de origen. El artículo decía: “las calles del Centro Histórico e incluso las cavernas en los alrededores de quebradas se han convertido en hogar para cientos de personas en situación de calle”.
Dicen los conocedores que los sectores vulnerables donde todavía hay mayor permanencia y persistencia de personas que viven en la calle son la plaza de San Francisco, la calle Chile, la Marín, el Tejar, San Roque, y la Basílica.
Las campañas “Quito: ¿cómo vamos?”, “Quito con conciencia”, “Solidaridad sin mendicidad” parecen haber paliado en algo el sufrimiento de nómadas y pordioseros, recogiéndolos de las calles, dándoles albergue y alimentándolos. Por otro lado, estas campañas han insistido en el mensaje de sensibilizar a las personas y pedirles que no den caridad en las calles, pues hacerlo perpetúa e inclusive aumenta la mendicidad y el trabajo infantil.
Existen otros ángulos para ver el problema de la mendicidad y hay quien asegura que hay mafias controlando a la gente que pide limosna. Que hay niños que son “rentados” para lograr lástima. Que hay gente que gana el doble del salario mínimo trabajando en la calle. Dios quiera que las entidades estatales puedan contener y apoyar a la gente que vive o pide dinero en las calles de Quito. Es un espectáculo desolador y muestra una sociedad que excluye a los más vulnerables. El Estado debe actuar más decididamente. Los ciudadanos comunes solo podemos pagar nuestros impuestos y apoyar los esfuerzos de fundaciones que trabajan en ese ámbito. Y tenemos que hacerlo como obligación moral e nclusive para mejorar nuestra presencia de ánimo. Los quiteños estamos desmoralizados al recorrer las calles de nuestra amada ciudad. No alcanza el corazón para contemplar estas escenas en cada esquina.
Edicion 1177
Por Ximena Ortiz Crespo
En especial para Ecuador News
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