¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
Se dice que las costumbres de antes eran mejores que las de ahora y hasta se cree que en la antigüedad los perros eran amarrados con longaniza. Incluso, el poeta Jorge Manrique escribe: “Como a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Y uno se pregunta: ¿Será verdad tanta belleza? Se recuerda algunos hechos del pasado, que han sido excavados al azar.
Benedicto IX es electo papa a la edad de doce años, aunque tal vez haya error en este dato, su vida sí es escandalosa. Con el propósito de casarse, renuncia al pontificado y por 1500 libras de oro lo vende a su padrino, el Arcipreste Juan de Graciano, futuro papa Gregorio VI. Este hecho disgusta al emperador Enrique III, que lo destituye y se otorga el derecho de nombrar papas. Nicolás II, coronado pontífice el 24 de enero de 1059, logra que el emperador no intervenga en la designación de papas, sino que sean electos por el colegio cardenalicio, lo que desagrada al nuevo Emperador Enrique IV.
Se da entonces la Querella de las Investiduras, entre Enrique IV y el nuevo papa Gregorio VII. Sucede que el papa considera un atropello a los derechos de la iglesia que el emperador hubiera nombrado al arzobispo de Milán, por lo que le amenaza con la excomunión. El emperador convoca al Concilio de Worms, que se pronuncia en contra del papa y lo depone. En respuesta, el papa excomulga al emperador y a todos los miembros del concilio; Enrique IV pide clemencia. Para obtenerla, Gregorio VII le obliga a permanecer ante el castillo de Canossa, en pleno invierno durante tres días, vestido de penitente y tiritando de frío, junto a su mujer y su tierno hijo.
El emperador es perdonado luego de jurar que en adelante obedecerá las órdenes del papa, promesa que viola apenas puede. Por segunda ocasión, el papa excomulga a Enrique IV, que no se amilana, nombra papa a Clemente III y se hace coronar emperador por este antipapa. Su hijo Enrique y su esposa Eufrasia de Kiev se rebelan en su contra y en 1105 abdica Enrique IV.
El Emperador Federico II se cría en Palermo, donde se entremezclan las culturas musulmana, bizantina y europea. Habla y escribe cultamente en siete idiomas, por lo que lo llaman stupor mundi, el asombro del mundo. En 1220, a la edad de 25 años, el papa Honorio III lo corona emperador del Sacro Imperio Germánico Romano, a cambio, debe ceder derechos en Sicilia, perdonar las deudas de la iglesia y comandar una cruzada para liberar Jerusalén; lo excomulgan por no cumplir este último compromiso. El papa Gregorio IX lo llama anticristo y convoca a una cruzada en su contra, que no cuenta con el respaldo de los monarcas europeos.
Federico II parte en 1228 para Tierra Santa. Gregorio IX se encoleriza, no concibe que la lucha contra los musulmanes sea encabezada por un excomulgado, por lo que lo excomulga de nuevo. Federico II, que a la sazón está casado con la princesa Yolanda, heredera del reino por conquistar, negocia con los musulmanes y en 1229 es reconocido rey de Jerusalén. Ante este anatema, Gregorio IX monta en cólera, no acepta que en lugar de que de Federico II pelee por la fe, parlamente con el enemigo de Dios.
Los problemas que hay en Italia obligan a Federico II a abandonar la cruzada. Es nuevamente excomulgado luego de retornar y derrotar en la batalla de Cortenueva al ejército de los aliados del papa. El papa convoca a un concilio para deponerlo; Federico II lo impide encarcelando a los delegados. Gregorio IX fallece.
Deviene un breve período de paz en el que Federico II funda la universidad de Nápoles, que ahora lleva su nombre, reedita el derecho romano, acuña las primeras monedas de oro del imperio y abole leyes aduaneras que obstaculizan el comercio.
El nuevo papa Inocencio IV, su enemigo acérrimo, por temor se refugia en Francia, convoca al concilio de Lyon, que depone a Federico II, excomulga a él, y a cualquiera que le apoye, y dispone que desde todo púlpito se predique en su contra. Desde ese entonces, Federico II mantiene una guerra encarnizada y violenta contra el papado e incluso planifica fundar una nueva religión cristiana, pero en 1250 la muerte sorprende a este gigante del Medioevo.
Bonifacio VIII es el último papa que intenta imponer la autoridad eclesiástica sobre las monarquías y era vox populi que sacaba buen provecho de la compra de la silla de san Pedro. Acerca de este pontífice, Dante pudo escribir “mi pluma lo condenó”, porque en la Divina Comedia lo coloca patas arriba en el infierno, adonde lo envía tres años antes de su muerte.
Cuando el rey Felipe IV, el Hermoso, decreta un impuesto al clero de Francia, Bonifacio VIII promulga una bula en la que prohíbe, bajo pena de excomunión, que sin su consentimiento se cobre impuestos a los miembros de la iglesia. Felipe IV le responde bloqueando las exportaciones a Roma, después acusa de alta traición a Bernard Saisset, obispo de Pamiers, y ordena su detención; pretende así imponer su autoridad sobre la iglesia. Bonifacio VIII publica la bula, “Escucha Hijo”, que es quemada por orden de Felipe IV. El papa convoca a un concilio para condenar al rey por abusos contra la iglesia. Felipe IV acusa al papa de herejía y simonía y prohíbe al clero francés asistir al concilio. Bonifacio VIII emite una bula que sostiene que su autoridad es suprema y que todo hombre, para salvarse, le debe obediencia. Felipe IV ordena capturar al papa y trasladarlo a París para ser procesado.
En busca de protección, Bonifacio VIII se traslada a Anagni, desde allí piensa emitir la bula de excomunión contra Felipe IV. Durante tres días, en la residencia papal de esta ciudad, Bonifacio VIII es secuestrado y humillado por las fuerzas del rey. El pueblo se rebela y lo libera. Bonifacio VIII huye a Roma, donde fallece; con él muere el intento de dominio universal de la iglesia. Felipe IV se las amaña para tener bajo su férula al papado; para lograrlo, Guillermo de Nogaret, su consejero real, envenena al siguiente papa, Benedicto XI. En 1305, el cónclave de Perugia nombra papa al arzobispo de Burdeos, Clemente V, que fija su residencia en la ciudad de Aviñón.
Este papa es tan sumiso al rey que nombra cardenales del círculo real y bajo su pontificado es eliminada la orden de los Caballeros del Temple. Toda la historia de los templarios transpira mitos y leyendas. Se trata de una orden militar y sacerdotal que rinde cuentas sólo al Papa y cuya misión es defender a los cruzados de los múltiples peligros que les acechan en su ruta a Jerusalén.
En poco tiempo, la Orden del Temple se convierte en una poderosa organización de combate, la primera en el ataque y la última en la retirada; también crea un sistema semejante al bancario. Pese a que los templarios cumplen rigurosamente el voto de pobreza al que se someten al ingresar, la misma orden es más rica que incluso el rey. Felipe IV quiere entrar al Temple para controlar sus riquezas. Jacques de Molay, el último gran maestre de esta orden y compadre Felipe IV, le indica que debe iniciarse como aprendiz. Como al rey le falta tiempo, habla con el papa, que le debe el papado. Clemente V le responde: “Lo que el papa hace, de igual manera lo deshace”.
Los templarios son arrestados el viernes 13 de octubre de 1307 y son sometidos a torturas bárbaras para que confiesen supuestos delitos; desde entonces el viernes 13 es considerado día de mal agüero. La noche de la Candelaria de 1314, cuando Jacques de Molay es quemado vivo, ve que Felipe IV y Clemente V se regocijan de su ejecución; entonces, los maldice y los conjura para que antes de un año se encuentren ante el Señor para que Él les juzgue y sentencie quién es culpable y quién es inocente. Los maldecidos mueren antes de que se cumpla este plazo.
La Iglesia se queda sin cabeza hasta que Felipe V, hijo de Felipe IV, en 1316 encierra a los cardenales en Lyon y los alimenta con pan y agua hasta que elijan al papa. Durante este cónclave le da un patatús al cardenal Duèze, de edad muy avanzada, por lo que los demás cardenales, para zafarse del encierro, lo eligen papa. Juan XXII, nombre que toma el nuevo papa, gobierna en Aviñón durante dieciocho años.
La maldición de Jacques de Molay surte efecto sobre la dinastía de Felipe IV, cuyos hijos no dejan herederos al trono de Francia, y sobre la Iglesia católica, que se vuelve bicéfala, o sea, que tiene dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. Posteriormente, el concilio de Pisa elimina a los papas de Aviñón y Roma y nombra papa a Juan XXIII, que es desconocido por los papas destituidos, con lo que la iglesia tiene tres papas. Este cisma dura hasta que en 1417 el concilio de Constanza nombra papa único a Martín V, con lo que supera ese “diabólico dualismo y el maldito trinomio”, que casi destruyen a la iglesia.
Siglos después se dan la Reforma, las guerras religiosas de los treinta años y un sin fin de acontecimientos más. Finalmente, Napoleón zanja en favor del Estado terrenal la polémica entre la iglesia y los emperadores, cuando el 2 de diciembre de 1804, en la catedral de Notre Dame de París se corona a sí mismo emperador, pese a que había invitado al papa Pio VII para ser coronado por él.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
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