LOS CELULARES A LA CANASTA
LOS CELULARES A LA CANASTA
En muchas familias, por no decir la mayoría, la hora de la comida se ha convertido en un espacio en el que no se dialoga, no se comparte, y, por el contrario, los diversos miembros de la misma, independientemente de su edad, se concentran cada uno en su celular, adquiriendo una fisonomía de autómatas, incapaces de relacionarse entre ellos, entre los que están presentes, prefiriendo concentrarse en quienes están, a la distancia, acaparando una atención que debería dedicarse a los que nos acompañan.
Tal vez ese sea un síntoma o al mismo tiempo la causa del descalabro de las familias, y nos apena mucho constatarlo, cuando es evidente el beneficio que el diálogo entre los miembros de la misma nos trae, la capacidad de compartir cosas comunes, de enterarnos de lo que pasa con los diferentes miembros, de detectar los posibles problemas que los niños y los adolescentes pueden estar sufriendo.
Por ello, me atrevo a sugerir, alguna estrategia para preservas estos espacios de diálogo irremplazables, que hacen que la familia sea ese ambiente tan especial que logra restañar heridas, aliviar el peso de los dolores, hacer que los problemas parezcan menores, que consigamos renovar ese tejido tan importante para el desarrollo y la pervivencia misma de la sociedad.
Los espacios de las comidas en familia deberían ser sagrados, ya sea el desayuno, el almuerzo o la cena, si son los tres mejor, pero al menos uno de esos espacios al día es indispensable si queremos preservar la unidad familiar.
Pero esos espacios deben ser de calidad, sin la perturbación causada por el uso de los celulares ubicados omnipresentemente sobre la mesa, a un lado de los cubiertos o incluso en la falda o pantalón, al que los dueños de esos adminículos tecnológicos subrepticiamente colocados, les lanzan miradas y extienden los oídos sin el menor recato.
Esa sugerencia tiene que ver con la decisión que al comienzo puede ser vista como atropelladora de las libertades individuales, pero que en realidad salvan los valiosos espacios de diálogo. Puede ser la decisión de colocar una canasta, un cesto, a la entrada del espacio destinado a la comida y depositar ahí los celulares de todos los asistentes, quienes, por el lapso de una hora o un poco más, pueden dejar de estar pendientes de las llamadas y mensajes. Tengan la seguridad que el mundo no va a acabarse si adquirimos esta práctica, y ganaremos en riqueza de diálogos y del compartir familiar.
OPINIÓN
Por Rosalía Arteaga Serrano
Ex Presidenta Constitucional de la República del Ecuador
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