La plaga de la impunidad
Javier Marías, el gran escritor español muerto hace pocas semanas, en su novela “Los enamoramientos”, reflexiona sobre la ausencia, el dolor, la muerte, pero, especialmente, sobre la impunidad.
A la impunidad la considera una plaga (a él le debo el título de la columna), una plaga que, en nuestro caso, se ha tomado el país; que describe lo que pasa en el día a día, con la ausencia de responsabilidad, a cualquier nivel, como una suerte de marca, sin importar a donde miremos, en que nos fijemos, salta inmediatamente más de una historia de decepción, porque se sabe que alguien se salió con la suya, no importa en qué: el acosador al que se le “ratifica su estado de inocencia”, porque el sistema en su conjunto parece pensado para protegerlo y desproteger a la víctima; el conductor ebrio que atropella, causa un accidente, hiere, mata, pero se sale con la suya acudiendo a todo tipo de trampas, atajos, dilaciones; el funcionario corrupto que se enriqueció a costa de lo público; el empresario “exitoso” a costa de corromper, trampear, abusar; el familiar cercano al poderoso que usa esa cercanía para traficar favores; el funcionario que “facilita” autorizaciones de construcción, permisos de funcionamiento, desvanecimiento de multas, procesos, glosas; el agente de tránsito, el inspector, el policía, o la persona de la ventanilla que ofrece “ayuda”; el actuario judicial que vende decisiones o influencia o el fiscal que alquila absoluciones o acusaciones.
Lenidad, miedo, corrupción o incompetencia, han dejado una marca que la mayoría sufre gracias a la delincuencia común, que se alimenta de la falta de respuesta y de la sensación del “aquí no pasa nada”, “todo se puede hacer”.
Entre la delincuencia organizada que ha llevado esto a niveles superlativos, “industrializados”, y el ciudadano que abusa o se excede, al final no pasará nada.
Días oscuros, en que los causantes de esto se presentan como nuestros salvadores. Presente difícil, con un futuro lleno de incertidumbre.
OPINIONES
FARITH SIMON
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