Nuestra anomia boba
Las noticias que vienen de Esmeraldas muestran una ciudad tomada por el miedo, por las bandas criminales; es la expresión a mayor escala de lo que viven varias zonas del país, comunidades enteras, barrios gobernados por grupos que han desplazado al Estado, que ofrecen protección o castigo, que van eliminando en esas zonas cualquier vestigio de algo parecido a un Estado de derecho, peor aun, a los que se pregonan como signos distintivos de un Estado constitucional de derechos y de justicia.
Aún no vivimos en un país sumido en un estado completo de ilegalidad, aún quedan restos de institucionalidad, pero caminamos hacia una sociedad tomada por lo que Santiago Nino llamó un estado de anomia boba, donde la ilegalidad, la inobservancia generalizada del derecho, convierten al conjunto de la acción social en ineficiente, provocando una sensación de frustración colectiva, desesperanza y desamparo.
En la anomia boba hay un acumulado de personas que se saltan las reglas asumiendo que todos los demás lo hacen; no saltárselas -creen- les pone en desventaja, algo que sucede con frecuencia a nivel judicial, porque hay muchos que actúan a partir de la idea de que hay que pagar para obtener un resultado, piensan: seguramente el otro lo hará; porque parecen ya no importar la verdad o los méritos del caso.
Es una sociedad que desconoce la legitimidad de las autoridades y busca implantar sus propias reglas, no negociando, sino forzando por medio de la amenaza violenta. Están los que actúan desde el “todo vale” para alcanzar un objetivo, finalmente los abusivos parecen salirse con la suya. Tenemos a legiones de burócratas con sus rituales inútiles para dar apariencia de legalidad, y aprovechadores de todos los resquicios, para sacar ventaja. Al final todos estamos en riesgo porque el abusivo puede ser víctima de otro abusivo, el tramposo de la trampa de otro, el violento de la violencia; en la mitad los demás, la mayoría, sumidos en la inseguridad.
OPINIONES
Farith Simon
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