Los pendientes
Por Farith Simon
La Asamblea Nacional es de las instituciones peor valoradas y solo un dramático deterioro de la confianza en la Función Judicial ha hecho que deje el último lugar). Ese desprestigio es un acumulado histórico derivado de los permanentes escándalos que se viven en su interior, y de la respuesta selectiva a ellos: dura con los contrarios, blanda con los cercanos; el bajísimo nivel de debate, con excepciones que siempre existen, y una evidente incapacidad de desarrollar su trabajo de reformas normativas capaces de responder a las apremiantes necesidades sociales. Da la sensación de que es la Corte Constitucional, con sus decisiones, la que ha asumido la tarea, que no le corresponde, de poner al día el ordenamiento jurídico ecuatoriano, mientras que la Asamblea acaba como una suerte de testigo mudo esos cambios.
Es una obviedad decir que el derecho no cambia la realidad; únicamente es capaz de modificar el entorno jurídico, pero puede contribuir a dar o quitar legalidad a ciertas conductas o formas de vida, enmarcar prácticas que afectan derechos y obligaciones, sentar las bases para coadyuvar a la solución de los problemas, dar una salida normativa a conflictos, etc. Pero gracias a una mezcla de fetichismo legal, pensamiento mágico y demagogia, hay muchos que ante cualquier situación compleja miran al derecho como la principal respuesta.
No se pretende pedir al órgano legislativo que se muestre a la altura del duro momento histórico que vive el país, o de los profundos cambios sociales en que vivimos, es, claramente, un imposible, considerando su composición y funcionamiento. Pero debería, al menos, cumplir mínimamente sus tareas normativas para generar respuestas a todos los cambios que el Constitucional ha introducido en una diversidad de temas, especialmente en el derecho de familia, que vive en una tensión permanente por la convivencia de decisiones jurisprudenciales que abordan problemas del siglo XXI, con un marco normativo que responde a la visión, realidad y conocimientos del siglo XIX.
OPINIÓN
Farith Simon
Columnista Invitado
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