Pobres y delincuentes
Una explicación recurrente de la crisis de inseguridad es el incremento de la pobreza, como si existiera una relación de causalidad entre las dos variables; en otras palabras, se dice que a más pobreza más delincuencia y se confunde, así, una correlación con una causa. La delincuencia depende de muchos factores, como lo demuestran varios estudios y no es un tema solo de ingresos; de hecho no se ha encontrado una relación entre mejora de los ingresos y trabajo con rebaja del delito; la relación es inversa: cuando el crimen aumenta es la pobreza la que crece porque se desalientan las actividades económicas legales.
Se ha establecido que ciertos hogares tienen mayores probabilidades de que se repita un ciclo de pobreza y delincuencia; estos suelen presentar ciertas condiciones: paternidad o maternidad a corta edad, consumo de drogas, temprano abandono de la escolaridad, relaciones inestables, con permanentes rupturas y constantes cambios de pareja, violencia intrafamiliar. No todos quienes crecen en esas condiciones se convierten en delincuentes; hay factores individuales que incrementan esa posibilidad y se ha encontrado que un pequeño número de delincuentes habituales son responsables de una buena parte de los delitos, y estos tienen rasgos de personalidad que se manifiestan desde su niñez: impulsividad, poco auto control, egoísmo.
Identificar pobres con delincuencia es equivocado y peligroso. Hay que trabajar para mejorar las condiciones de vida, la escolaridad, el acceso a los derechos; esa es una obligación. Pero con las miradas centradas en explicar todo desde la pobreza, se criminaliza y castiga a los pobres, promoviendo medidas que provienen, unas, de un paternalismo ingenuo que libera de responsabilidad personal a quienes cometen delitos (víctimas de las circunstancias, dicen), o de una dureza ciega que promueve la represión contra los más pobres. Es hora de dejar los prejuicios y buscar respuestas informadas y completas.
Farith Simon
Columnista Invitado
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