Perú enfrentado
Por Monseñor Julio Parrilla
El enfrentamiento, como los problemas, viene de muy atrás, de esos malditos males endémicos que acompañan como una maldición a nuestros pueblos latinoamericanos. Perú no es una excepción. Al contrario, la inequidad que parte el mundo en dos es en el Perú una herida que sangra a borbotones.
Duele el dolor de un pueblo que, en medio de tanta violencia, no acaba de encontrar un camino de integración y de paz.
He leído en Vida Nueva la entrevista realizada al Cardenal Pedro Barreto, arzobispo de Huancayo, un hombre lleno de sabiduría y de dignidad y, por supuesto, de amor a su pueblo. En la época de Fujimori lo tildaban de comunista; y en la de Castillo, Aníbal Torres, quien fuera presidente del consejo de ministros, decía de él que era un “miserable” y “un agente infiltrado de la derecha”. Ahora, en plena crisis política, muchos miran a la Iglesia como un agente social de paz y de concordia.
La sociedad peruana percibe con claridad una pugna de poder entre el legislativo y el ejecutivo, un enfrentamiento abierto y provocativo por ambas partes que se extiende a toda la sociedad del Perú, una espiral de violencia que llega a un punto difícil de encauzar.
Una violencia que nunca viene sola, a la que acompaña conflictividad social, desigualdad, polarización, corrupción y falta de esperanza.
Puede que la legitimidad política de Dina Boluarte sea indiscutible jurídicamente, pero para ejercer la legitimidad se necesita algo más: una política inclusiva que promueva la justicia y la fraternidad en un pueblo que, como el nuestro, es pluricultural y fragmentado.
Sin duda que Castillo intentó romper el orden democrático de forma ilegal y que nadie debe obediencia a un gobierno usurpador; pero hoy, más allá de sus buenas intenciones, la señora Boluarte debe mantener la unidad, la justicia y la paz. Como dijeron los obispos frente a las manifestaciones que asolan el país, “ni violencia ni desgobierno”. Y es que “la violencia no es la solución”. A la luz de lo que ocurre en el Perú bueno sería que pusiéramos nuestras barbas a remojo.
OPINIÓN
Monseñor Julio Parrilla
Especial para Ecuador News
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