Demasiados adioses
Por Monseñor Julio Parrilla
Dicen los psicólogos (y el sentido común) que vivir conectados, sobre todo con la familia, los amigos y la comunidad, es garantía de felicidad. Conectados no significa vivir abrumados por personas, ideologías, noticias o tecnologías al uso. También en este tema, como en tantos otros, el abuso o las dependencias pueden volverse tóxicas y dañinas, destructivas del equilibrio personal y social.
Para los cristianos, la comunión de fe, vida y amor se convierte en garantía de crecimiento personal y comunitario. Si esa comunión lograra impregnar nuestra vida social y política puede que muchos de los nubarrones que oscurecen nuestro horizonte desaparecieran y, aunque tímido, saliera el sol. Hoy no vivimos conectados sino enfrentados. El otro, barrido por el viento del individualismo y de la codicia, se ha convertido en enemigo al que hay que suprimir como sea. ¡Adiós hermano, adiós amigo, adiós compañero!
No deja de ser curioso que en un mundo interdependiente y globalizado las distancias cortas se hayan vuelto tan agresivas y peligrosas. ¿Quién está matando hoy a los ecuatorianos como si fueran chinches apestosos? Los propios ecuatorianos: los de la troncha, la banda, la bancada, el pabellón carcelario o la calle de al lado. Dicen que tenemos una débil institucionalidad. Más débil que las instituciones son nuestras conciencias, nuestros valores y nuestra fe en Dios y en el hombre. El clima adverso que se está creando nos hace todavía más desconectados y ajenos al dolor del vecino. ¡Adiós diálogo, adiós tolerancia, adiós compasión!
La gran tentación es aislarse, desconectarse, huir y aprender a vivir ignorando el conflicto. Mientras la sangre no nos salpique, todo es agua de limón. Cuando la realidad es tan dura mirar de frente produce vértigo. A pesar de que el conflicto ya está servido. Y la violencia cada día está más cerca. ¿Será el miedo más grande que el valor, que los sueños de construir un país mejor? ¡Adiós profecía, adiós rebeldía, adiós compromiso, adiós libertad! Demasiados adioses y desconexiones, demasiado egoísmo, cada uno encerrado en su caparazón y Ecuador, el precioso país de las tortugas gigantes, se nos escapa de las manos.
OPINIÓN
Monseñor Julio Parrilla
Especial para Ecuador News
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