La guerra no es un juego
Por Monseñor Julio Parrilla
Acabamos acostumbrándonos a casi todo. Sería terrible que nos acostumbráramos a la guerra. De ahí a la pérdida de la esperanza hay un paso. Me refiero a la guerra en Ucrania, pero lo dicho es válido para cualquier aspecto de la vida. ¿Se dan cuenta lo que significaría acostumbrarse al amor? Puede que fuera la mejor forma de perderlo, medio perdido entre la rutina y el aburrimiento.
La guerra de Ucrania tiene un especial significado en la geopolítica del mundo y, poco a poco, se ha convertido en un catalizador polarizado de la política de bloques. Cada día resulta más evidente quiénes son los amigos y quiénes los enemigos.
Y, sin embargo, para la Iglesia, envuelta en otro tiempo en guerras sin cuento, el hecho mismo de la guerra se convierte en algo profundamente inmoral: cuesta comprender que se dé el más mínimo equilibrio o proporcionalidad entre medios tan destructivos y fines.
De por medio están las pérdidas humanas (incluidas las llamadas “pérdidas colaterales”, un eufemismo indignante): decenas de miles de jóvenes que han perdido la vida en una guerra que ellos no declararon y, seguramente, nunca quisieron. Así pasó y pasa en todas las guerras.
En 1914 y en 1945 Europa se convirtió en un inmenso cementerio. A ello habría que sumar la destrucción apocalíptica de ciudades enteras. Los reportajes sobre las ciudades ucranianas destruidas (las carcasas ruinosas de casas vacías y desoladas resulta espeluznante. Y con las ciudades destruidas, las fuentes de riqueza, los bienes culturales y, sobre todo, el dolor de las familias, rotas, separadas, en permanente duelo.
La guerra mata. Y destruye. Y nos recuerda nuestra miseria moral. No son los marcianos quienes nos destruyen. Somos nosotros mismos, orgullosos de nuestro poder, de nuestros medios, de nuestra fuerza, de nuestra supremacía, de nuestra estupidez. Es el hombre quien mata al hombre, quien deshumaniza la vida y la historia, quien se acostumbra a la injusticia y juega con su propio destino. Así será hasta que la paz dependa de la justicia y de la compasión.
Por el momento, rusos, salgan de Ucrania.
OPINIÓN
Monseñor Julio Parrilla
Especial para Ecuador News
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