Operación rescate para encontrar a Lulú
Operación rescate para encontrar a Lulú: familia migrante alega que la Patrulla Fronteriza le “arrebató” a su perrita
Christian Montilla, su esposa Nicole y su hija Mia, de 5 años, imploran ayuda para poder dar con el paradero de su mascota, quien tras dos meses de dura travesía para llegar a la Gran Manzana desde Venezuela, fue separada, dejando un profundo dolor
Por:Edwin Martínez Publicado 05 Jun 2023, 8:21 am EDT
Christian Montilla mira los edificios altos de Times Square, y aunque reconoce que es un valiente, por haber llegado vivo, y en buenas condiciones a Nueva York, junto a su esposa, de 23 años, y su hijita de 5, huyendo de la pobreza y los malos tratos de la Guardia y las autoridades de Venezuela, suelta un par de lágrimas.
Los Montilla Gutiérrez están incompletos: Lulú, “la menor de la familia”, “la consentida”, una perrita “sin raza”, de 2 años, quien era el “tesoro” de los jóvenes padres y su niña, está desaparecida hace siete meses. Y ellos, cada vez más “deprimidos”.
Sentado en la acera del hotel donde la Ciudad les dio albergue, en Manhattan, el migrante mira en su celular un par de fotos de su mascota, y con la voz entrecortada, y apretando los dientes, muestra su dolor.
“Un oficial de la Patrulla Fronteriza me arrebató a Lulú de las manos, en el puesto de entrada de El Paso, Texas, cuando entramos, el 12 de octubre. El tipo me dijo que pa’ qué veníamos con pinches perros. Me la quitó, y la metió a una patrullita que había ahí. Lulú se quedó llorando”, contó el venezolano, quien rescató a su mascota de un matorral en la zona humilde de Petare, en Caracas, donde había sido tirada, siendo una bebé, con menos de 1 mes de nacida.
El joven de 27 años asegura que lleva meses haciendo llamadas y mandando correos electrónicos a la Patrulla Fronteriza junto a su esposa para que les den razón de Lulú, pero nadie responde. Mientras más pasa el tiempo, más se atormenta.
“Es que Lulú no es un simple animal, ella es una hija, es parte de la familia, y sin saber de ella, todos estamos muy mal. Nos la pasamos llorando. Solo pedimos que nos la devuelvan para estar felices”, dijo el “papá” de Lulú. “Cuando decidimos venirnos pa’ acá, porque en Venezuela la policía nos matraqueaba (quitar dinero), ya no teníamos ni pa’ comprar la harinita pa’ las arepas, ni el arrocito, ni la pastica y mucho menos la carne, nunca dudamos en traernos a Lulú. Ella cruzó siete países con nosotros, se reventó sus paticas, se enfermó en el camino y luego se recuperó. Es una valiente y necesitamos que nos ayuden a encontrarla”.
Christian parece sumergirse en sus recuerdos y cuenta con un esbozo de sonrisa en el rostro, que traer a Lulú a Estados Unidos fue toda una odisea, donde él y su familia debieron “ingeniárselas” para que la perrita no se quedara a mitad de camino, como ocurre con muchas mascotas que los migrantes intentan llevar en sus recorridos.
“De Caracas salimos solo con un bolsito, con tres cositas de ropa, medicamentos, Perrarina (la comida de la mascota) y los papeles de las vacunas de Lulú. Y cuando llegamos al Darién (la espesa y peligrosa selva que deben cruzar los migrantes para pasar de Colombia a Panamá), luego de andar con Lulú en lancha hasta Acandí y en buses pa’ Cúcuta, Medellín y Necoclí, la perra sufrió mucho”, narra el trabajador de mecánica. “Íbamos como unas 800 personas, con unos guías que lo cruzan a uno por $50 dólares. Como Lulú sabe nadar, cuando nos tocaba meternos al río, ella cruzaba sola, al lado de nosotros, y una vez casi se la lleva la corriente. Tuvimos que caminar días enteros, desde las 5:30 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, cuando se oscurecía, y Lulú al final ya tenía las paticas reventadas. Un día ella estaba tan cansada, que se quedó atrás, dormida. Nos tocó devolvernos y la encontramos. Nos atrasamos, pero logramos salir de ese infierno, todos, en familia. No como pasó con otros perritos, que dejaban abandonados, porque se les partían las patas. Nos decían que después se los comían los tigres”.
Y fue en el tramo siguiente del trayecto desde Panamá hasta la frontera sur de Estados Unidos, donde los Montilla cuentan que tuvieron que recurrir a estrategias más creativas para que no le negaran la entrada a autobuses a la pequeña Lulú, una perrita de pocas libras y tamaño, con carita tierna, estilo “antifaz de El Zorro”, de pelaje blanco y negro, como el resto de su cuerpo.
“Pa’ pasarla a Costa Rica, luego a Nicaragua, Honduras y México, eso si que fue todo un show. Nos tocó ponerla embojotada en una cobija, como si fuera un bebé. Cuando nos montábamos en los buses, decíamos que era una recién nacida. Pero en Costa Rica, como a las 3:00 de la mañana, una noche ya a punto de arrancar, paso el ayudante revisando, y Lulú sacó la trompa y la cabeza por la cobija y nos pillaron. Nos bajaron a los cuatro y nos dijeron que no podían viajar perros. Estábamos muy cansados, pero con eso que pasó Lulú nos hizo reír mucho”, dijo el venezolano, uno de las más de 71,000 migrantes que han llegado a Nueva York en el último año.
De repente, y como regresando a la realidad. Sin permiso de trabajo todavía, porque el procesamiento está muy tardado para los solicitantes de asilo, pero con la esperanza de tener pronto una mejor vida, y poder recuperar a Lulú, el joven migrante vuelve a implorar que la Patrulla Fronteriza le diga exactamente qué pasó con su perrita y en dónde puede rescatarla.
“Cuando me la quitaron en El Paso, fue la primera vez en todo el viaje que Lulú comenzó a ladrar. Esa noche, ella estaba muy asustada por los gritos con los que los oficiales de la Patrulla Fronteriza lo mandan a callar a uno. Gritan como locos amenazando con que nos van a deportar”, recordó el venezolano. “Creo que Lulú presentía que nos iban a separar. Ella ahí estaba muy nerviosa. No me puedo quitar de la cabeza esa imagen del oficial desprendiéndonos de la perrita. Fue muy duro, mi hija, mi esposa, yo, y Lulú, todos llorando, al tiempo. Solo queremos volver a estar con Lulú“.
Y tras consolar a su esposo, Nicole Gutiérrez, quien asegura haber mandando más de 20 mensajes a diferentes lugares en El Paso, Texas, preguntando por la suerte que corrió la perrita, confiesa que a veces teme que “al no haberle encontrado familia”, la hayan podido sacrificar.
“Esa idea se me mete y me da mucho miedo. Me da una cosa fea aquí (se lleva la mano al estómago). Me da rabia e impotencia, y la verdad, prefiero mil veces que alguien la haya adoptado, pero poder saber de ella, y hacer un acuerdo con su nueva familia para poder al menos verla”, dice la joven, quien era publicista en Venezuela, recordando con tristeza las primeras noches que estuvieron sin su mascota.
“Cuando nos quitaron a la perrita, nos quitaron también la ropa y todo, y nos dieron unos uniformes antes de encerrarnos en una celda grande, como con 40 personas, con niños y adultos. Nos dieron un colchón y una sábanas, como en aluminio, que no abrigaban nada, para arroparnos. Pero todos los seis días que estuvimos ahí, antes de que nos trasladaran a una iglesia que nos ayudó a venir a Nueva York en bus, estuvimos muy deprimimos, pensando el Lulú y mirando las fotos con ella en la selva”, contó la caraqueña.
Y ante el silencio de la Patrulla Fronteriza, que hasta ahora sigue sin responder nada sobre el paradero de Lulú, ni a ellos ni a la prensa, Christian no para de “rezarle a los santos” para que les hagan el “milagrito” de volver a tener a su lado a la más chica de los Montilla: “la perra todo terreno, alegre y juguetona”, a la que “no le gusta estar solita”, y que la familia cree, “está pagando un precio alto por ser un animal migrante“, mascotas de quienes las autoridades fronterizas no llevan reportes, como confirmó una fuente de Servicios Animales, de El Paso.
“Lulú es nuestra hija y uno no puede renunciar a sus hijos asi nomás. Sé que hay días que pensamos que ya no la vamos a volver a ver, y otros días que pensamos que sí, pero nunca perdemos la fe de poderla recuperar. Los animalitos también tienen valor para los que los amamos, y si no aparece pronto, vamos a seguir con este sufrimiento”, dice Christian, en la acera, con decenas de migrantes sentados al lado, con una tristeza en sus ojos, más espesa que la selva del Darién. Su hijita Mia lo abraza con ternura, y, llena de inocencia, con voz poderosa y haciendo carita de enojada, asume el rol de la fuerte de la familia.
“Yo sé que Lulú está triste, porque el policía de los perros se la llevó ese día y la metió a la cárcel. Y yo amo mucho a Lulú, y quiero que me ayuden a buscarla, porque no quiero que mi papi llore más“, exigió la pequeña, quien hace dos años, cuando de camino a un parque con sus padres en Caracas, encontró a la perrita a la intemperie, la levantó, la consintió y la bautizó con el nombre de Lulú. “Mi perra se llama Lulú porque ella juega mucho, siempre mueve la cola y porque no muerde. Cuando la encontremos, todos la van a querer mucho, hasta el policía que nos la quitó”.
Por: EL DIARIO
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