¿Quién, en verdad, será capaz de heredar el legado de Fernando Villavicencio?
Opinión de La Hora, Ecuador
Hace un mes se apagó la voz de uno de los políticos más protagónicos del momento político del país: Fernando Villavicencio. Hoy, queda en el aire la pregunta de quién, en verdad, será capaz de heredar ese rol, que tanto enriquece a la democracia y tanto demanda el país.
Políticamente, Fernando Villavicencio surgió de sectores que en el país suelen asociarse con la ‘izquierda’, como el movimiento indígena, el sindicalismo petrolero y el periodismo militante. Aunque en el auge de su carrera no exhibiría el radicalismo propio de dichas agrupaciones, ello sí le dotaba de la mayor ventaja con la que, en ese entonces, contaban quienes se habían formado en la izquierda: no deberse, al menos en sus inicios, a ningún grupo económico. Eso le proveía de autoridad y solvencia suficientes como para acusar y encarar a muchos de los más poderosos grupos del país, a veces incluso de forma simultánea.
Esa misma formación sindical, con toda la familiaridad con las argucias del sector público que implicaba, y su cercanía como asesor a diferentes personalidades, le permitía entender las complejas tramas de las que se extraía y repartían los recursos nacionales. En esquemas en los que estaban en juego billones de dólares, Villavicencio lograba dar con la interrogante, o con el elemento clave rebosante de subjetividad, de cuya definición dependía el destino de todo ese caudal de riqueza.
Sin embargo, tan esquiva era la irregularidad y tan grande era el monto del botín, que en muchos casos su obra —como sucedió con ‘Ecuador Made in China’ o con sus investigaciones del feriado bancario o del feriado ‘petrolero’— bastaba para predisponer a sectores de la opinión pública, pero no para allanar el camino a la justicia. En otros casos, en cambio, como en “Arroz verde”, sí pudo ver a la Justicia dándole la razón. Es necesario reconocer que pocos políticos o periodistas pudieron igualar esa particular mezcla de valentía casi temeraria, militancia comprometida y paciencia para investigar.
Como político, se vio a veces arrastrado por fuerzas geopolíticas que rebasaban al país entero. Su trabajo fue empleado como argumento por los detractores de las iniciativas de integración regional dirigidas desde Brasil o China. Igualmente, muchos de los casos que denunció, tanto en infraestructura como en petróleo, contaron con apoyo internacional ya que permitían a esos gobiernos extranjeros interesados en ajustar cuentas con los funcionarios que habían perjudicado a empresas de sus países. Pero, al mismo tiempo, era de los poquísimos funcionarios electos que alcanzaba a tener una clara sensibilidad geopolítica, lo que le permitía entender el verdadero calibre de las fuerzas que enfrentaba.
En su último trecho, se tornó usual la acusación de que era ‘candidato del Gobierno’. Es que la oposición que había mantenido ante esa ‘Revolución Ciudadana’, la que había allanado su casa y lo había llevado a exiliarse en Perú o en territorio sarayaku, hacía que, en su caso, oponerse al expresidente Correa y todo lo que representaba su proyecto fuese lo primero. Sin embargo, así como supo mantenerse fiel a su aversión al Socialismo del Siglo XXI, también supo, llegado el momento, marcar la distancia con el régimen del presidente Guillermo Lasso.
Ese proceder denotaba ecuanimidad, pero también representaba muy bien el drama de un candidato que había terminado siendo definido fundamentalmente por una posición apenas de ‘anti’. Ello, sumado a su estatura moral, lo llevó a acusar o denunciar a cualquiera, sin miedo. Los protagonistas de la política se disputaban por hacerle llegar ‘denuncias’.
Pese a todo, retumba aún su mensaje, su plena convicción de que “Ecuador no es un país pobre, sino empobrecido; no le falta dinero, sino que le sobran ladrones” —una máxima que repetía con mucha frecuencia—. Estaba convencido de que el problema de Ecuador, antes que productividad, educación o sistemas mal planteados, era el de las mafias que según él saqueaban al país, y prometía luchar contra ellas. Semejante afirmación y promesa, eran aceptados a pie juntillas por el electorado, siempre predispuesto a creer en el mito de la supuesta prosperidad nacional por descubrir. Le destinó acusaciones de igual calibre a amplios sectores de la fuerza pública.
En un sentido político, quienquiera que sea el continuador de Villavicencio deberá mostrar un grado similar de cultura, comprensión de la materia, nociones geopolíticas y manejo temerario de archivos. Caso contrario, los asesinos habrán logrado su cometido.