VIAJE AL INFIERNO SIN DEMONIOS
Por Iván Rodrigo Mendizábal
Diego Mondaca presentó recientemente en Ecuador su filme Chaco (2020), coproducción boliviano-argentina, cuyo tema es el errar de un destacamento de soldados en el chaco seco, al sureste de Bolivia, escenario, en 1932, de una guerra entre este país y el Paraguay.
La película, así, podría ser bélica, pero su trama más se orienta a la convivencia y a la soledad que enfrenta tal destacamento en aquella región inhóspita. Y esta es la virtud de esta cinta, en el sentido en que se nos presenta el periplo de un grupo humano, primero, tratando de comprender el lugar donde están y, segundo, uno que intenta sobrevivir en un entorno peor que el enemigo paraguayo que imaginariamente ronda por los alrededores.
La Guerra del Chaco, en efecto, fue un hecho en el que Bolivia afrontó su destino como nación. Mondaca no hace historia, tampoco explica las razones del fracaso militar boliviano. Pero sí pone de relieve uno de los factores que causó luego el pensamiento nacionalista que llevaría décadas después a la revolución de 1952: la presencia indígena en la guerra que le era ajena y cómo esta fue diezmada, más si se consideran los cambios extremos de temperaturas, por un lado, y, por el otro, la pobreza de los armamentos, sin descontar las malas estrategias militares en manos de asesores alemanes.
La película entonces es el cuadro vívido de un deambular en medio de lo que se llamó el “infierno verde”, el chaco, una región con pocas condiciones para subsistir. Mondaca, al poner en juego las relaciones entre soldados indígenas, sus miedos, tensiones y sueños perdidos, retrata la realidad de los destacamentos que intentaban sobrevivir, entablando lazos de solidaridad y concienciando de que, pese a la autoridad, el indígena estaría traicionando a su hermano al tratar de ser siervo de un mando militar falto de liderazgo.
La fuerza de Chaco, entonces, es su historia inquietante. El viaje poco a poco se torna horroroso. Contribuye una fotografía que contrasta el paisaje con los planos medios o los rostros cetrinos de los soldados indígenas y sus uniformes que los deforman. Mondaca los sitúa entre algún oasis o en medio del vacío de tierra seca para verlos desgranarse cegados por la muerte. En otras palabras, si tuviéramos que pensar en el viaje de dichos soldados indígenas, no sería más que como la metáfora de una travesía hacia el infierno, donde los demonios están ausentes. En este periplo, el castigo tampoco sería por los pecados cometidos, sino uno que tiene que ver con la mala conciencia de las naciones andinas hasta el pasado siglo: la presencia de las sociedades indígenas en su seno, que para el mundo blanco-mestizo seguiría siendo un lastre. Mondaca adelanta, de este modo, una tesis singular —por lo menos la leemos así—: si había que eliminar al indígena de la nación, se tendría que sacrificarlo en la guerra, haciéndole ver que es un excedente. De acuerdo con ello, Chaco es una película sugerente, impresionante y valiente.
OPINIÓN
Iván Rodrigo Mendizábal
Columnista invitado
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