Una exploración cultural a comunidades multicolores de Angochagua en Ecuador
Ecuador tiene muchos lugares donde los turistas encuentran un mundo maravilloso, digno de admirar. Sin embargo, tanta noticia negativa evita su difusión. Por ejemplo Angochagua, Imbabura.
-“¡Señora! ¡Espere!”
Estoy en la ladera de una montaña ecuatoriana y una mujer con traje andino acaba de pasar a toda velocidad en una motocicleta, con su sombrero de plumas de pavo real envuelto en una bolsa negra para protegerse de la lluvia.
La mujer, llamada Mayra Perugachi, se detiene, se da vuelta y se ríe de nuestro equipo con nuestras cámaras y rostros esperanzados. Sonríe de buena gana para su primer plano, mientras alisa su falda granate bordada y ajusta su collar de cuentas de oro.
La seguimos montaña arriba, ya que compartimos el mismo destino: La Magdalena, una comunidad dentro de la parroquia de Angochagua, en la provincia de Imbabura.
Las comunidades de Angochagua ofrecen a los visitantes una visión de las vidas de los indígenas andinos Kichwa, incluida la comida, la artesanía y los rituales. “Hacemos trekking (viajes largos a pie), montamos a caballo, ordeñamos vacas, peinamos lana”, dice Tania Endara, líder comunitaria de La Magdalena, mientras nos conduce a La Casa de los Girasoles: una casa familiar y centro turístico. “Cada casa intenta mostrar su vida normal”.
Sobre un mantel tejido hay jarras de jugo de mora y canastas de tortillas de tiesto, las suaves tortillas de maíz que han sido un alimento básico aquí durante siglos. “Todo ha sido hecho por nuestras propias manos desde tiempos preincaicos”, dice Tania. “Estamos orgullosos de nuestra cultura”.
Por orgullosos que puedan estar, la cultura kichwa andina está amenazada por la tecnología y la globalización. “La gente mayor habla completamente en kichwa”, dice Tania. “Pero los jóvenes hablan en una mezcla de kichwa y español, y los más jóvenes completamente en español”. El turismo les da a los kichwa un incentivo económico para mantener sus tradiciones y su idioma.
Después del desayuno, nos adentramos más en las montañas para conocer la comunidad de Angochagua, que comparte su nombre con la parroquia más amplia. Nos detenemos y caminamos una corta distancia hasta la cima de una colina envuelta en nubes. Cuando llegamos, nos acompañan los ritmos galopantes de una banda de cumbia: guitarra, acordeón y un güiro de metal con crestas ásperas.
El líder comunitario Milton Chuquin pide silencio mientras comienza un ritual para limpiar las malas energías y recordarles a los reunidos lo que es verdaderamente importante: un reinicio espiritual, por así decirlo. Dispersas en una espiral ante él están las riquezas naturales de Ecuador: frutas, hierbas y pétalos de rosa, además de una olla de barro llena de agua y una armónica. “La espiral representa nuestras vidas y nuestras necesidades”, dice. “Necesitamos comida, agua y aire, sí, pero no vivimos solo para respirar. Vivimos para crear”.
En este punto, toma la armónica y toca una nota solitaria. Incluso los pájaros parecen haber quedado en silencio. “¿Qué es el dinero, cuando llegas al final?”, grita. “¿Qué es el dinero, si se ha hecho explotando los bosques, explotando la Tierra? Nuestra responsabilidad es servir al planeta”.
Una vez terminado el ritual, la banda toca de nuevo y los aldeanos bailan alrededor de la espiral. “En realidad, solo somos pasajeros en esta Tierra”, me dice Milton. “Queremos que la gente aprenda nuestras costumbres para que cuiden más de nuestro planeta”.
Descendemos hasta la comunidad de La Rinconada, conocida por su cerámica tradicional. En el taller de Allpa Manka, los visitantes aprenden cómo se hacen las vasijas de barro y pueden intentar hacerlas ellos mismos.
El artesano David Guamán recoge una piedra de color gris opaco. “Tomamos la arcilla de estas montañas, tal como lo hacíamos hace siglos”, dice. La aplasta con un palo de madera y luego tamiza los gránulos a través de una cacerola de metal, listos para mezclarlos con agua.
Me acompaña José Alvear, presidente de la parroquia de Angochagua. “No se ve mucho plástico aquí”, dice, sonriendo, mientras David extiende una piel de cuero, sobre la que comienza a amasar la arcilla.
“Nuestro objetivo es mantener el legado de nuestros antepasados entre los jóvenes”, continúa José. “El turismo mejora nuestra economía y nos permite mostrar nuestra cultura y raíces al mundo”.
De las diversas comunidades de Angochagua, quizás la más documentada sea Zuleta. La Hacienda Zuleta todavía es en parte propiedad de la familia Plaza Lasso, que dio a Ecuador dos presidentes; el último, Galo Plaza Lasso, instituyó reformas agrarias que devolvieron grandes extensiones de tierra a familias indígenas. Los indígenas zuleteños son conocidos por el bordado: venden sus productos localmente y enseñan sus habilidades a los visitantes en la hacienda (ahora un hotel).
En La Casa del Bordado, una de las muchas tiendas de bordados en el pueblo de Zuleta, me encuentro con Tania Bozmediano y María Chachalo, que cosen tranquilamente entre un alboroto de pañuelos florales.
“Todo lo que hacemos es de acuerdo con el entorno natural que tenemos, las flores y las montañas”, me dice Tania. “Cada prenda que hacemos es única; no la encontrarás en ningún otro lugar”.
“Unos 45 o 46 años: ese es el tiempo que este trabajo me ha mantenido a mí, a mi familia, a mis hijos y a su educación”, añade María. “No a gran escala, no. Pero al menos a un nivel en el que no nos falta gran cosa”.
Artículo en inglés aparecido en National Geographic Traveller (UK)
REPORTAJE
Por Sarah Gillespie
con fotografias de Ben Pipe
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