La Batalla de Stalingrado en la historia
Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939. Dos días después, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania. Así comenzó la Segunda Guerra Mundial. El 14 de mayo de 1940, los tanques alemanes rompieron las líneas defensivas francesas en Sedan y se precipitaron en dirección a occidente. El 20 de mayo, las divisiones motorizadas alemanas llegaron a las costas de la Mancha. El 27 de mayo, comenzó la retirada de las fuerzas inglesas de Dunquerke, operación que tuvo éxito gracias a que las Fuerzas Armadas de Alemania, la Wehrmacht, detuvieron su marcha inesperadamente, lo que facilitó la evacuación de las tropas británicas. Este hecho tiene una explicación política, eliminada Francia, Hitler esperaba ponerse de acuerdo con Gran Bretaña para lograr la división de las esferas de influencia en el mundo y la creación de un frente común contra su principal enemigo, la Unión Soviética. Muchos investigadores creen que para esa negociación, Rudolf Hess, el segundo hombre fuerte de Alemania, voló a Gran Bretaña y se lanzó en paracaídas.
La mañana del 14 de junio, las tropas Alemanas entraron en París y desfilaron por los Campos Elíseos. El 21 de junio de 1940, en el bosque francés de Compiègne, en el mismo vagón en el que 22 años atrás Alemania se habían rendido a Francia, bajo los acordes de “Deutschland Uber Alles” y el saludo nazi hecho por Hitler, Francia se rindió a Alemania.
El 18 de diciembre de 1940, Hitler firmó la orden para desarrollar todo un conjunto de medidas políticas, económicas y militares, conocidas como Plan Barbarrosa. En el que se contemplaba la destrucción de la Unión Soviética en tres o cuatro meses. Hitler ordenó ejecutar el Plan Barbarossa cuando trabajaban para la Wehrmacht cerca de 6.500 centros industriales de Europa y en las fábricas alemanas laboraban 3’100.000 obreros especialistas extranjeros; además, Alemania poseía cerca de dos veces y media más recursos que la URSS, lo que la convertía en la potencia imperialista más poderosa del planeta. Acompañaron a Alemania en esta mortífera aventura la mayoría de estados de Europa continental y numerosos voluntarios del resto del mundo.
La guerra de Alemania contra la URSS era esperada, pero las fechas sobre su inicio, recolectadas por los servicios secretos soviéticos, no coincidían, algunas eran reales y otras erróneas. La “Orquesta Roja” informó a Moscú que “la cuestión del ataque armado contra la Unión Soviética estaba decidida”; Harro Schulze-Boisen, sobrino del Almirante Tirpiz y funcionario del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de Alemania, comunicó que “la cuestión de la agresión de Alemania a la Unión Soviética definitivamente está decidida. Su comienzo debe esperarse próximamente”; Richard Sorge informó desde Japón que la guerra se iniciaría a fines de junio; Zoia Voskresenskaya relata en “Ahora puedo contar la verdad”, que el conde Von Schulenburg, Embajador de Alemania en la URSS, dio una recepción poco antes del comienzo de la guerra, en ella, Schulenburg la invitó a bailar. Mientras bailaban el embajador disimuladamente la hizo pasar por distintas salas y Zoia cayó en cuenta de que la embajada iba a ser evacuada, pues las salas y los despachos estaban atiborrados de maletas, cajas (…) y los armarios estaban vacíos. Horas después, Zoia informó a sus superiores lo que había visto, los que, a su vez, informaron a Stalin. Todo esto se sabía, pero la Wehrmacht tenía el mayor poder destructivo conocido hasta entonces.
El domingo 22 de junio de 1941, exactamente a las 4 horas de la madrugada, Alemania nazi dio inicio al Plan Barbarossa. Un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi. No se cumplieron las expectativas del plan Barbarossa porque, a diferencia del resto de Europa, la Wehrmacht encontró en Rusia una resistencia no esperada, que los desesperó desde el inicio. El General Galdera, jefe de Estado Mayor de las tropas terrestres de Alemania, escribió: “los rusos luchan siempre hasta la última persona”.
El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético en un discurso, célebre porque, pese a no ocultar para nada la gravedad de la situación en frente, sus palabras imbuyeron en el pueblo soviético la seguridad en la futura victoria. En su discurso dijo: “Nuestras tropas luchan heroicamente, a pesar de las grandes dificultades, contra un enemigo superiormente armado con tanques y aviones (…) El propósito de la guerra popular consistirá no sólo en destruir la amenaza que pesa sobre la Unión Soviética sino también en ayudar a todos aquellos pueblos de Europa que se encuentran bajo el yugo alemán (…) Camaradas, nuestras fuerzas son poderosas. El insolente enemigo se dará pronto cuenta de ello (…) ¡Hombres del Ejército Rojo, de la Armada Roja, oficiales y trabajadores políticos, luchadores guerrilleros! ¡Camaradas! ¡Los pueblos de Europa esclavizados os miran como libertadores! ¡Sed dignos de tan alta misión! La guerra en la que estáis luchando es una contienda libertadora, una guerra justa. Ojalá, os inspiren en esta lucha los espíritus de nuestros grandes antepasados (…) ¡Adelante, hacia la Victoria!” A partir de entonces se inició la conflagración conocida como la Gran Guerra Patria. Se necesitó del colosal esfuerzo del pueblo soviético para revertir la grave situación y lograr la victoria.
El primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú y no pudo desfilar por la Plaza Roja el 7 de Noviembre de 1941, tal cual había sido planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, cuyos soldados se dirigieron al frente y ganaron la Batalla de Moscú. El General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.
La siguiente victoria soviética se dio en la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada que se conoce, la suma total de las pérdidas por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de ininterrumpidos y feroces combates, culminó con la victoria del Ejército Rojo sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, fuerza élite de la Wehrmacht comandada por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.
Cuando el General Vasili Chuikov llegó a Stalingrado para hacerse cargo de la comandancia del 62.º Ejército, que se enfrentó al Sexto Ejército Alemán, el Mariscal Yeriómenko le preguntó: “¿Camarada, cuál es el objetivo de su misión?” Su firme respuesta fue: “Defender la ciudad o morir en el intento”. Chuikov había entendido perfectamente lo que se le exigía. Comprendía que en Stalingrado se sellaba el destino del orbe entero, que si en esa batalla Alemania lograba derrotar a la URSS, se apoderaría del Cáucaso y de los recursos energéticos soviéticos, sin los cuales colapsaría todo el Frente Oriental; que después de tomar Stalingrado se le facilitaría a Alemania culminar con éxito el Plan Barbarossa y la toma posterior de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde sus tropas se unirían con las japonesas, con lo que los anglosajones serían eliminados de Asia, África y Europa continental; también, que España, Portugal y Turquía se sumarían a las naciones del Eje; que con la victoria en Stalingrado, Alemania y sus aliados lograría el dominio total del mundo.
Según Chuikov: “Por todas las leyes de las ciencias militares, los alemanes debieron ganar la Batalla de Stalingrado y, sin embargo, la perdieron. Es que nosotros creíamos en la victoria. Esta fe nos permitió vencer y evitó que fuésemos derrotados”. Chuikov seguía la doctrina del conde Súvorov: “Sorprender al contrincante significa vencerlo”. Por eso, luchaba en las condiciones que los alemanes detestaban, lo que le permitió derrotarlos. Chuikov comenzó con menos de 20.000 hombres y 60 tanques, pese a ello fortificó las defensas en los lugares donde era posible contener al enemigo, especialmente, en la colina de Mamáyev Kurgán, donde cayó abatido Rubén Ruiz Ibárruri, hijo único Dolores Ibárruri, la Pasionaria, dirigente comunista de España; además, estimuló la formación y el uso de francotiradores, uno de ellos, el famoso Vasili Záitsev.
Después de tres meses de sangrientos combates, los alemanes habían capturado el 90% de la ciudad y dividido a las fuerzas soviéticas en tres bolsas estrechas. Gracias a la moral combativa de los defensores de Stalingrado, en los doce días de la ofensiva de octubre de 1942, los alemanes lograron avanzar apenas medio kilómetro. El 11 de noviembre, y por última ocasión, los alemanes atacaron en Stalingrado, intentaron llegar al río Volga en un frente de cinco kilómetros; el ataque fracasó porque los rusos defendieron cada metro y cada piedra de Stalingrado.
El General alemán Wilhelm Dörr escribe sobre la Batalla de Stalingrado: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller (…) Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue el que ideó esa forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedía el radio de acción de un lanzador de granadas.
Un episodio épico de la Batalla de Stalingrado es el de la Casa de Pávlov, que sucedió entre el 23 de septiembre y el 25 de noviembre de 1942. Los alemanes fueron incapaces de apropiarse de ese edificio de departamentos, defendido por una docena de aguerridos soldados rusos. Los hombres de Yákov Pávlov, suboficial que tomó el edificio y comandó la defensa de ese fortín, eliminaron más soldados del enemigo que los soldados alemanes que murieron durante la liberación de París.
En el discurso del 7 de noviembre, Stalin anunció que “pronto llegará la fiesta a nuestro barrio”; en efecto, el 19 de noviembre de 1942 se inició a la operación Urano, contraofensiva soviética que fue preparada con el mayor de los secretos, por lo que fue inesperada para los alemanes, el objetivo donde convergían las tenazas de la ofensiva era el pueblo de Kalach y su puente. El pueblo soviético exclamó con mucho júbilo: “¡Comenzó!” Al cuarto día, el 23 de noviembre, 330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud. El ultimátum enviado por el Mariscal Rokosovsky al General Paulus fue rechazado.
El 30 de enero, Hitler ascendió al General Paulus al rango de Mariscal de Campo. En realidad, el acenso era una orden de suicidio, pues en la historia de las guerras no hay un sólo caso en el que un mariscal de campo fuera hecho prisionero. Pero Paulus no tenía la intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a varios generales, y prohibió que lo hagan los demás oficiales, que debían seguir la suerte de sus soldados.
El 2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron todos los intentos por romper el cerco, cesó la resistencia alemana en Stalingrado. El Ejército Soviético capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg. Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de Investigación Histórica Militar de la República Democrática Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.
La épica Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión que marcó el inicio de la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, sentó las bases para la expulsión masiva del territorio de la URSS de los invasores nazis y sus acólitos, desbarató los planes de Alemania nazi, resquebrajó su sistema de alianzas y llenó de esperanzas a los pueblos del mundo que luchaban contra el nazi-fascismo. La derrota de Stalingrado fue una auténtica catástrofe militar para los agresores alemanes, cuyas tropas no pararon de retroceder hasta rendirse en Berlín, ante el Comando Aliado, dos años y cuatro meses después. La casi totalidad del material militar que se empleó en Stalingrado fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la URSS habían trasladado desde las zonas centrales de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones. ¡Gloria eterna al heroico pueblo soviético que libró al mundo del nazi-fascismo!
Rodolfo Bueno