Aniversario 80 de la victoria Aliada (I)
El 1 de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia. Dos días después Inglaterra y Francia le declararon la guerra al invasor, estos hechos dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial. La “Blitzkrieg” fue la estrategia de guerra que dio grandes éxitos a las Fuerzas Armadas de Alemania, la Wehrmacht. Consistía en concentrar gran cantidad de fuerzas en zonas estrechas del frente, con lo que adquiría absoluta superioridad, tanto de soldados como de instrumentos de guerra. El Ejército Polaco fue derrotado en cinco semanas.
El 14 de mayo de 1940, los tanques alemanes rompieron las líneas defensivas francesas, en la región de Sedan, y se precipitaron en dirección a occidente, el pánico se apoderó de las tropas francesas. El 14 de junio, las tropas nazis entraron en París y desfilaron por los Campos Elíseos. El Mariscal Petain formó un nuevo gobierno. El 21 de junio de 1940, en el bosque de Campiegne, a unos 70 kilómetros de París, en el mismo vagón en el que 22 años atrás se habían rendido los alemanes a los franceses, bajo los acordes de “Deutschland Uber Alles” y el saludo nazi hecho por Hitler, Francia se rindió a Alemania. Todo el potencial industrial de Francia, las fábricas de automotores, de aviación y de productos químicos, comenzó a trabajar para las necesidades bélicas de Alemania. La mitad de Francia iba a ser zona ocupada, allí vivía el 65% de la población, se producía el 94% del acero, el 79% del carbón, el 75% del trigo y el 65% de la ganadería; la otra mitad, desde la ciudad de Vichy, iba a ser gobernada por Petain.
El 18 de diciembre de 1940, Hitler firmó la orden para desarrollar todo un conjunto de medidas políticas, económicas y militares, conocido como el Plan Barbarrosa. En él se contemplaba la destrucción de la Unión Soviética en tres o cuatro meses. Hitler ordenó ejecutar el Plan Barbarossa cuando trabajaban para la Wehrmacht cerca de 6.500 centros industriales europeos y en las fábricas alemanas laboraban 3’100.000 obreros especialistas extranjeros y Alemania poseía cerca de dos veces y media más recursos que la URSS, lo que la convertía en la más poderosa potencia imperialista del planeta; lo acompañaron en esta mortífera aventura la mayoría de estados de Europa continental y numerosos voluntarios del resto del mundo.
El domingo 22 de junio de 1941, exactamente a las 4 horas de la madrugada, Alemania nazi dio inicio al Plan Barbarossa. Un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi. No se cumplieron las expectativas del plan Barbarossa porque, a diferencia del resto de Europa, la Wehrmacht encontró en Rusia una resistencia no esperada, que los desesperó desde el inicio.
El primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú. Sobre esta batalla, el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.
La siguiente victoria soviética se dio en la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada que se conoce, lse prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de ininterrumpidos y feroces combates, culminó con la victoria del Ejército Rojo sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba. En la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió cerca de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. La victoria en Stalingrado llenó de esperanzas a todos los pueblos de los países que luchaban contra el fascismo.
A fines de 1943 tuvo lugar la reunión cumbre de Teherán en la que por primera vez se encontraron los dirigentes de las tres potencias más importantes que luchaban contra el nazi-fascismo: Stalin por la Unión Soviética, Churchill por Gran Bretaña y Roosevelt por Estado Unidos. El tema central fue la apertura del Segundo Frente, de cuya realización dependía que terminara la Segunda Guerra Mundial.
Señores -dijo Roosevelt durante un desayuno-, quiero comunicarle al Mariscal Stalin una novedad de su agrado. Hemos resuelto hoy que la operación ‘Overlord’ se ha fijado para mayo de 1944 y se realizará con el apoyo de un desembarco en el sur de Francia”. Stalin respondió: “Estoy contento de esta decisión. Por fin, los aliados se comprometen formalmente a desembarcar en Francia. ¿Pero por qué les costó tanto dar la palabra?” y anunció que para impedir que los alemanes pudieran maniobrar con sus reservas, la URSS se comprometía a organizar una gran ofensiva en varios lugares a la vez. También se comprometió a declarar la guerra a Japón tres meses después de la derrota de Alemania.
La “Venecia del Norte”, como también es conocida San Petersburgo, fue fundada en 1703 por Pedro I, el Grande, y le dio a Rusia salida al mar Báltico. Ha sido la cuna de muchos pensadores y poetas: Pushkin, Gogol, Dostoievski, Blok y otros. Es también una de las ciudades más bellas del planeta: El Palacio de Invierno, el Hermitage, la Catedral de San Isaac, el Palacio de Pedro… son hermosos monumentos de belleza sin par. Pero su nombre nos debe recordar que sus hijos realizaron un acto de heroísmo sin parangón en la historia, ante cuya grandiosidad es poco lo que se diga.
El 8 de septiembre de 1941, Hitler ordenó al alto mando alemán detener su avance, atrincherar a las tropas alemanas y que se preparen para romper la resistencia rusa a través de un prolongado asedio, con ayuda del bombardeo continuo de la aviación a la ciudad y mediante el fuego de artillería.
El invierno de 1941 fue largo, duro y frío, en Leningrado la gente gastaba sus últimas fuerzas en cruzar las calles cubiertas de gruesas capas de nieve. Las condiciones de trabajo eran de las más duras, no había ni luz, ni calefacción, ni transporte, el frío era insoportable y no había que comer, y sin embargo, nadie se quejaba. Ni siquiera en el momento de la muerte. La gente moría en silencio.
La ciudad sufrió un bloqueo de 872 días, una de las páginas más negras de la historia de Rusia. Como consecuencia del bloqueo, murieron un millón doscientos mil leningradenses, el 90 %, de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió. Durante el bloqueo, el pueblo ruso repetía como estribillo: “Si Leningrado resiste, nosotros también resistiremos”.
El 18 de enero de 1943, las tropas soviéticas, mediante la operación Iskrá, chispa en español, consiguieron romper parcialmente el cerco de Leningrado, abrir un corredor de diez kilómetros y restaurar la conexión entre esta ciudad y el resto del país. Faltaban todavía doce meses hasta la ruptura total del bloqueo de Leningrado, que se dio el 27 de enero de 1944.
A través del congelado lago Ládoga, llamado “el Camino de la Vida”, no se interrumpió nunca el envío de alimentos, medicina, armas y demás pertrechos. Pese al intenso bombardeo de la aviación alemana, los conductores manejaban días enteros sin descansar. Por este camino se evacuó a un millón de leningradenses. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y el frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día. Se tendió un oleoducto por el fondo del lago y Leningrado revivió. Las fábricas volvieron a producir y la población de nuevo tuvo luz y calefacción. Por eso, sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.
El 6 de junio de 1944, el día D, se inició en la playa francesa de Normandía la tan dilatada apertura del Segundo Frente, que en algo alivió la presión que las tropas alemanas habían ejercido durante los últimos tres años en el frente soviético-alemán. La apertura del Segundo Frente en el noroccidente de Francia estuvo al mando del General Dwight David Eisenhower, quien comandó una fuerza expedicionaria compuesta por 1.213 barcos de guerra y 4.126 de transporte. Durante los dos primeros días desembarcaron 107 mil hombres, 14.000 vehículos y 14.000 toneladas de diferente material de guerra. La fuerza expedicionaria se componía en su totalidad de 2’876.436 hombres, de los cuales 1’533.000 eran norteamericanos.
Rodolfo Bueno