INGRATITUD Y DESAMOR AL ADULTO MAYOR
Por: Holguer Mariano Jara
Los “abuelitos” padecen discriminación, marginación, exclusión social, negligencia y abandono; algunos hijos los consideran una carga, sufren despojo patrimonial, los abandonan en asilos, en la calle o simplemente los olvidan, o se hacen de la vista gorda.
Sus derechos son poco o nada respetados; reciben pensiones atrasadas, los hijos se cobran sus pensiones, son maltratados. Pero sin duda, la mayor agresión se presenta desde el mismo Estado, en su descuido para ofrecer calidad y dignidad de vida.
¿Alguna vez has pensado que ocurrirá contigo cuando seas anciano? Nadie está exento de llegar a la vejez. La Tercera edad es natural, es un período al que la mayoría queremos llegar, es sinónimo de una vida larga. La vejez no es una enfermedad, sino un privilegio que nos otorga la vida.
La idea que tenemos acerca de la vejez es la misma con la cual despedimos el año; le decimos adiós y esperamos no volverlo a ver. Un ciclo perverso, pero, sobre todo, revelador del desprecio que existe sobre la vida en su última etapa.
La Tercera Edad fue abanderada políticamente por el gobierno nacional en las elecciones pasadas para captar su voto; Noboa, su esposa, ministros y su militancia los pusieron en el cielo, les prometieron el oro y el moro, reconocieron que por ellos ganaron la Presidencia de la República, sin embargo, nada hacen ni piensan hacer, al contrario, están ignorados absolutamente.
El dolor aflige a los ancianos y aunque algunos están resignados, pues la soledad, la depresión y sus ganas de vivir se han ido desde el momento en que se vieron sin el cariño de sus hijos, que los ven sólo por interés económico, hermanos, nietos, a quienes consideraban incondicionales, como el amor que ellos, desde la lejanía guardan todavía para sus seres queridos.
Así es como, desde un corazón quebrantado, los “abuelitos”, desean con una pizca de esperanza, no sólo una vida mejor, también volver a ver a quienes alguna vez le enseñaron a comer, hablar, reír, caminar o correr, a esos que hoy les niegan el amor, un abrazo, un saludo, les dan el olvido y los dejan a su suerte, como quien desecha lo que ya no sirve.
Esta es la triste realidad de aquellos que sólo nos dieron amor, nos guiaron y nos cuidaron o criaron, incluso cuando nuestros padres no pudieron o no quisieron. Ellos, a quienes se les debe mucho, se les paga con la peor moneda: la ingratitud y el desamor.
La soledad es triste, pero no miente y mucho menos traiciona. La vejez puede ser el camino de sanación y paz. Un anciano en hogar incomodo, se siente como un miembro secundario y sin autoridad. La pregunta es: ¿dónde queda el lado emocional y humanitario que necesitan los ancianos?, porqué la ingratitud de los hijos y el menosprecio del gobierno? .