RUBIO EN QUITO: Lecciones incómodas para los revolucionarios
La visita de Marco Rubio al Ecuador tiene un efecto que el socialismo del siglo XXI detesta, porque recuerda que todavía existe un mundo donde la política no se reduce a repartir subsidios, inventar ministerios inútiles y aplaudir dictaduras fracasadas. El secretario de Estado, con todo el poder, pragmatismo y geopolítica real que representa, aparece como un visitante incómodo que desnuda la precariedad de los discursos revolucionarios de feria.
Mientras en Caracas, Managua o La Habana se predica contra “el imperio”, en nuestras calles imperan las balas y la cocaína, el narcotráfico controla barrios, financia campañas y dicta silenciosamente la agenda nacional. Curiosamente, aquella tendencia, siempre guarda un extraño silencio, como si la revolución se alimentara con el diezmo de la droga.
La ironía es cruel, esos caudillos que prometieron justicia social terminaron convertidos en distribuidores de pobreza y asesores del crimen organizado. Ahora, que se empieza a hablar de cooperación, de inteligencia compartida, de enfrentar juntos al narco, surge la comparación inevitable, ¿que será mejor? que unos ofrezcan drones y tecnología o que otros solo se ocupen con discursos sobre mártires imaginarios.
La ventaja de la visita es evidente, obliga al Ecuador a sacudirse del letargo ideológico, está claro que no se puede combatir al narco con declaraciones de “solidaridad latinoamericana” ni con foros de presidentes que compiten por quién odia más a Washington. El narco se combate cerrando puertos, desmontando laboratorios, estrangulando las rutas financieras y castigando tanto al campesino que cultiva la hoja como al banquero suizo que lava la fortuna. Y también, sí, al consumidor neoyorquino que cree que su “línea de fin de semana” no financia la muerte de un policía en Esmeraldas.
La receta hay que implementarla, inversiones y seguridad, frente al desastre que ellos ofrecen y que ya sabemos cómo termina, control de precios, economías arruinadas y jóvenes huyendo a pie por las carreteras.
Por: Mauricio Riofrío Cuadrado



