Dimes y diretes del Presidente Trump
Los decires del Presidente Trump deben verse bajo la lupa del cinismo: “Somos imperialistas. Y qué”. Basta con escucharlo para entender lo que significa esta idea, porque él dice, se desdice y se contradice, dejando al desnudo la política de EEUU, cuyos mandatarios han pretendido que el mundo esté constituido de manera que sus crímenes de Estado sean la norma común y el destino de la humanidad dependa de las acciones aventureras y peligrosas de los gobiernos estadounidenses.
Con esta praxis de fondo, despedazan o se niegan a cumplir las más elementales normas del derecho internacional, que ellos mismos patrocinaron a partir de la Segunda Guerra Mundial y que han sido el fundamento del convivir humano; rompen convenios alcanzados después de largos y arduos años de negociaciones y pueden rehacerlos, si se les da la gana. Además, consideran que un país tiene una economía de mercado si es privada y está controlada por el FMI y el BM, es decir, también por ellos. Por último, han convertido la guerra en el más lucrativo negocio, es como si hubieran encadenado a Ares, dios griego de la guerra, en el sótano de la Casa Blanca para que no se les escape, igual a lo que hacían los espartanos, que lo adoraban.
Por eso, cuando el Presidente Trump notificó en su primera administración que “EEUU utilizará todas sus herramientas económicas y diplomáticas para asegurar que las transacciones comerciales del gobierno venezolano, incluidas las operaciones con reservas de las empresas estatales e internacionales, sean coherentes con el reconocimiento de Guaidó como presidente interino” y promulgó sanciones contra PDVSA, que incluía el bloqueo de los pagos que emitan sus empresas cuando compren petróleo venezolano. También expresaron lo mismo cuando Inglaterra, siguiendo sus instrucciones, se negó a devolver el oro venezolano a Venezuela, porque, según Bloomberg Businessweek: “Los funcionarios de Estados Unidos están tratando de dirigir los activos de Venezuela en el extranjero a Guaido, para de manera efectiva ayudarlo a aumentar sus posibilidades de tomar el control del gobierno”.
Hablaban de igual manera cuando anunciaron: “Llegó la hora de acabar con la dictadura de Maduro de una vez por todas, pues este no es el momento de dialogar, sino que es el momento para la acción” y exigieron a los militares venezolanos que “salven a su gente y a su país” y dejen de apoyar a Maduro porque “si lo hacen no encontrarán salida y lo perderán todo”, puesto que “van a hacer las cosas que se deben hacer para que la democracia reine y haya un futuro más brillante para el pueblo de Venezuela”, o cuando aconsejaron “a los banqueros y a otros negociantes no comerciar con oro, petróleo u otros productos venezolanos que son robados al pueblo venezolano por la mafia de Maduro”, por lo que desechan toda posibilidad de diálogo entre los factores en pugna en Venezuela, “salvo para negociar la salida del poder de Nicolás Maduro”.
Y alguien podría suponer que hablan así por tratarse de su “patio trasero”, de pueblos subdesarrollados del tercer mundo, y eso no es así. El significado de ese metalenguaje es bastante claro: para los gobiernos de Estados Unidos, un país es democrático sólo si está sometido a su vasallaje, da apoyo total a todo lo que hagan y cumple sin chistar las instrucciones de las instituciones internacionales dominadas por ellos, como implementar la política de privatizaciones impulsada por el FMI y el BM, o la entrega de la soberanía nacional de todo país para que se rija por los intereses geopolíticos de EEUU y envíe tropas a las guerras que llevan a cabo mediante la OTAN, o sin ella; en otras palabras, todos los pueblos deben ajustarse los pantalones para que ellos realicen sus planes de dominación imperial.
Esto siempre fue así, aunque los gobiernos anteriores a Trump hacían lo mismo guardando las apariencias. Tanta desfachatez, llevada a cabo últimamente, obliga a todo país que respete un poco su dignidad a reaccionar contra las formas con que el Presidente Trump desmantela el viejo orden, causando el desconcierto de quienes atónitos observan sus métodos incendiarios, que destruyen lo poco que hasta ahora ha logrado la diplomacia internacional en favor de la paz. Pero los tiempos cambian, y tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe.
Rodolfo Bueno



