Primer centenario de Maya Plisétskaya
El 20 de noviembre de 1925 nació Maya Plisétskaya, la más grande artista del ballet ruso y mundial. La vi bailar El Lago de los Cisnes y Don Quijote en el Bolshoy de Moscú en mis primeros años de estudiante en la Lumumba, cuando mi desarrollo intelectual no me daba para entender cabalmente el espectáculo que absorto admiraba y sólo me dejaba contagiar por el entusiasmo de un público que enloquecía ante la mejor bailarina de ese entonces y, tal vez, de toda la historia.
Es que descollar en un mundo donde abundaban las estrellas de ballet es tarea de titanes y Maya, sin lugar a dudas lo fue. Nació en Moscú y, para desdicha de los que la amamos, murió el 2 de mayo del 2015, pero sobrevive en su obra inmortal.
Comenzó a bailar desde los tres años de edad en la Escuela de Danza de Moscú y lo continuó haciendo toda su vida. Su padre fue ejecutado en 1938 durante las purgas de la URSS y su madre fue internada en un campo de concentración en Kazajistán. A Maya la crió su tía, la bailarina Sulamif Messérer, que la apoyó para que practique el ballet y fuera admitida en el Teatro Bolshói, la escuela de ballet más prestigiosa del mundo. Bailó por primera vez en este teatro el 21 de junio de 1941, el día anterior a la agresión alemana a la URSS. En 1943, a los 18 años, Maya se convierte en primera bailarina del Teatro Bolshoi cuando interpreta una de sus más hermosas danzas: La Muerte del Cisne de Saint Saёns. Triunfar en un país donde las buenas bailarinas abundan, no es tarea fácil, pero Maya era la mejor entre las mejores, tenía mucha energía y trabajaba duro, a veces bailaba hasta doce horas diarias. Maya, la “diva del Bolshoi”, fue para la sociedad soviética una revolucionaria en todos los sentidos de la vida, algo que en ese entonces era poco común.
Rodion Shchedrin es uno de los tantos gigantes que la cultura soviética produjo en su corta existencia. Estéticamente estuvo vinculado a Shostakovich, de quien su padre fue secretario privado, y hasta que enviudó estuvo casado con Maya Plisetskaya. Su interés por el arte español es parte de la idiosincrasia rusa, admiradora de las ricas manifestaciones culturales de España. En su caso particular, en el hogar de Shchedrin siempre hubo vínculos con la música española, pues su tío materno tocaba música de Albéniz en todas las celebraciones. Shchedrin orquestó Dos Tangos de Albéniz, que fueron estrenados por Rostrópovich; esa fue la tónica de todas sus obras, ser interpretadas por grandes músicos como Sitkovitski, Maazel, Vengerov, entre otros; su máxima creación es Carmen Suite Ballet que, según se dice, se toca todos los días en algún lugar del mundo.
A Shchedrin le gusta experimentar y respetar el papel del intérprete, por lo que no da indicaciones ni de tempo ni de dinámica, en este aspecto imita el estilo de Bach. En ocasiones sucede que los artistas descubren en sus partituras cosas que él mismo no había visto; es que, según Shostakovich, cualquiera es capaz de leer una melodía o un acompañamiento, pero sólo los grandes intérpretes pueden ver lo que hay en el fondo.
La historia de Carmen Suite es bastante interesante. Maya, admiradora de Bizet, se quejaba amargamente: “¿Por qué Georges Bizet compuso una ópera en vez de un ballet?” En 1966, Plisétskaya asistió a un concierto del Ballet Nacional de Cuba, de gira en Moscú. Le gustó tanto la obra de Alberto Alonso, el coreógrafo cubano casado con Alicia Alonso, que no tuvo reparo en preguntarle: “¿Podría crear un ballet para mí?”. El cubano respondió que para él sería un sueño. Cuando, con el libreto en la mano, visitaron a Shostakovich para solicitarle que hiciera la adaptación, éste compositor se negó aduciendo que le tenía miedo a Bizet. Lo mismo sucedió cuando el pedido se lo hicieron a Jachaturian; Shchedrin se encontró en un callejón sin salida y no halló otra solución que dedicarse él mismo a realizar el proyecto. Lo acabó después de veinte días. La obra, de difícil interpretación, fue estrenada por la Orquesta del Teatro Bolshoi. Pero todo fue un escándalo, se sostuvo que Shchedrin había destruido la música de Bizet. Pasó algo semejante a lo sucedido durante el estreno de la ópera Carmen, que el público parisino aquel día pifió y arrojó tomates y zanahorias al autor. Pero, según Maya: “Como lo ha demostrado el tiempo, la partitura es genial. Si Bizet la hubiera oído, seguro que le habría gustado”.
Tal vez pasó así porque en esa época, el arte vivía en la URSS situaciones por demás ridículas. En el ballet Anna Karenina, en el que Maya debía ir al suelo con el otro bailarín, el Ministro de Cultura impidió esta adaptación por tratarse de una escena demasiado sensual. Ella le reclamó: “Eso es algo que también existe en la vida”; pero la censura era por demás estúpida entonces y no le hicieron caso.
Maya siempre bailó, incluso cuando fue directora del Ballet de la Ópera de Roma, lo mismo en España, donde dirigió el Ballet Lírico Nacional de Madrid. Su amor por España comenzó en 1950, cuando interpretó el ballet Don Quijote. Amor que luego se transformó pasión. “¿De dónde me viene a mí esta pasión por España y por todo lo español: el flamenco, los toros, la flor que las mujeres llevan en el pelo, las mantillas…? No hay una respuesta clara. Pero tengo una complicidad mística con todo eso”. La prima del Bolshói pasó por España durante una gira de la compañía en 1983. En 1987 aceptó la dirección del Ballet del Teatro Lírico Nacional, en Madrid, que encabezó hasta 1990.
Cuando interpretó por primera vez el papel de Carmen en Madrid, estaba tan nerviosa que pidió que le dieran un calmante, algo que no había hecho nunca. “Pero cuando al final de la presentación la sala de Madrid se puso de pie y gritó ‘¡olé!’, mis ojos se llenaron de lágrimas”. En 1990, cuando finalizó el contrato con el Teatro Lírico Nacional, decidió volver a Moscú: “Empecé a cansarme. No puedo pasar más tiempo sola, sin Shchedrín. Hablar por teléfono no es suficiente. La vida me dicta que me separe de España… Pero, ¡me duele tanto dejarla! Es mi país. ¡Es mi Carmen!”, escribió en su autobiografía Yo, Maya Plisétskaya.
Vivió y murió amada por su público, colaboró con grandes personalidades y obtuvo el merecido reconocimiento internacional en los más importantes centros culturales del mundo y, si los portugueses enterraron a Amalia Rodríguez en el Panteón de los Héroes, los rusos deberían enterrar a Maya Plisetskaya en el Panteón de los Dioses.
Rodolfo Bueno



