La mañana en que todo NY despertó de fiesta por la Parada de Thanksgiving
Carmen Arboleda y Félix Lam especial para Ecuador News
El jueves 27 de noviembre de 2025, mientras muchos neoyorquinos aún se desperezaban tras la cena de Acción de Gracias de la noche anterior — pavo, relleno, gratinados y gratitud — la ciudad ya bullía desde temprano. A eso de las 8:30 a.m. comenzó oficialmente la 99ª edición del Macy’s Thanksgiving Day Parade: desde la 77th Street en el Upper West Side, bajando por Central Park West, pasando por Columbus Circle, girando por Central Park South, hasta descender por la 6ª Avenida y culminar en la emblemática tienda insignia de Macy’s, en Herald Square, en la calle 34.
El frío reinaba en el aire: las temperaturas rozaban los 4–5 °C (alrededor de 40 °F) — pero con ráfagas de viento de 25 a 30 millas por hora (40–48 km/h), que hacían que el frío se sintiera aún más. Aun así, miles de personas — muchas familias, niños con bufandas, abuelos con café en mano, cámaras listas — se agolpaban en las aceras, con la emoción al tope.
Para quienes no estaban en las calles, la transmisión arrancó en paralelo: la señal de NBC y la plataforma Peacock inició la cobertura oficial con los animadores clásicos del evento — Savannah Guthrie, Hoda Kotb y Al Roker — desde las 8:30.
Así arrancó una mañana destinada a ser memorable: globos gigantes, carrozas pintorescas, música, risas, y la magia colectiva de miles disfrutando juntos.
Globos, carrozas y personajes: un desfile de fantasía
El desfile de 2025 destacó por una mezcla de lo clásico y lo nuevo — tradición y sorpresa, todo en una coreografía urbana de 2.5 millas llena de color y movimiento.
Este año desfilaron 34 globos gigantes y nuevos inflables, incluyendo personajes que despertaron nostalgia y entusiasmo por igual. Entre las novedades, algunos de los globos más celebrados fueron los de Buzz Lightyear, PAC‑MAN, y Mario (de Super Mario Bros.), así como figuras originales — por ejemplo, un globo inspirado en personajes del reciente fenómeno televisivo/vidojuego de moda, y un “onion carriage” de temática de fantasía basado en “Shrek”.
No faltaron los clásicos: helados inflables, personajes infantiles, mascotas de caricaturas, globos de animales, y héroes de cómics que desde niño yo esperaba ver en el cielo de Manhattan. Y más allá de los globos, 28 carrozas — coloridas, creativas, algunas con luz, otras con efectos — desfilaron a lo largo de la ruta. Entre ellas se destacaron las de grupos como LEGO, que presentó una carroza con temática “Brick‑tastic Winter Mountain”; la de chocolates de Lindt — “Master Chocolatier Ballroom”; y otras carrozas de fantasía, música y cuento, pensadas para divertir y contagiar el espíritu navideño.
Y para rematar la fantasía: payasos, 11 bandas de marcha, decenas de grupos artísticos, bailarines, acróbatas, músicos… Un carnaval urbano en medio del concreto neoyorquino.
El desfile concluía con la clásica aparición de Santa Claus — el símbolo del fin formal del desfile, pero también del arranque oficioso de la temporada navideña.
Sonidos, letras, polémicas: cuando la fiesta tiene matices
Pero el desfile no fue solo globos y risas; también hubo momentos que generaron conversación, debate, diversión e incluso controversia entre quienes lo vieron.
Entre los artistas invitados de este año hubo nombres notables: música en vivo, cantantes consagrados, artistas pop, e incluso estrellas del rap. La lista fue larga: desde intérpretes de musicales de Broadway, bandas emergentes, hasta nombres veteranos.
Por ejemplo, un momento que llamó muy especialmente la atención fue la actuación del rapero Busta Rhymes sobre una carroza inspirada en “Teenage Mutant Ninja Turtles”. Aunque muchos disfrutaron de su energía, en redes sociales rápidamente surgieron críticas: se le acusó de hacer lip‑syncing — es decir, de sincronizar sus labios con una pista grabada en lugar de cantar en vivo — lo que para algunos resta autenticidad al evento.
Algo similar pasó con otro invitado: Shaggy sorprendió al interpretar su famoso tema “It Wasn’t Me” desde una carroza mientras cantaba para un público que incluía muchos niños. Aunque omitió las partes más explícitas de la letra, la elección causó desconcierto: muchos consideraron que no era apropiada para un evento familiar.
Este tipo de decisiones — repertorio sorpresa, mezclas de géneros, combinaciones de música popular con fantasía infantil — generaron un debate entre quienes ven el desfile como una tradición íntimamente familiar y quienes lo disfrutan como un espectáculo masivo de entretenimiento abierto.
Por otro lado, participantes voluntarios y organizaciones sociales también tuvieron su lugar: por ejemplo, la colaboración con la organización Big Brothers Big Sisters (BBBS) apareció en la carroza tradicional del “Tom Turkey”, poniendo en escena la dimensión social y comunitaria del desfile más allá del show comercial.
Entre las aceras: voces, asombro y espíritu colectivo
Para muchos asistentes — turistas, lugareños, familias — el desfile fue una experiencia que trasciende lo visual: se convirtió en ritual, memoria compartida, emoción colectiva. Caminando entre la multitud podían escucharse risas de niños señalando globos, abuelos con mirada nostálgica, amigos con café en manos y cámaras listas.
Una espectadora, de visita desde otro estado, comentó que “el frío era mucho, pero valió totalmente la pena — esos globos allá arriba, ese ruido de la banda, la mezcla de generaciones… es algo único”.
Para otros, fue una tradición reafirmada: familias que acampaban la noche anterior para asegurar un buen lugar, grupos de amigos que se reúnen cada año, generaciones completas que mantienen viva la costumbre de ver el desfile juntos, entre risas, abrigos, pancartas, mantas. Decenas de miles en las aceras, más millones frente a televisores; todos, por unas horas, compartiendo el mismo asombro, el mismo canto, el mismo frío compartido.
Y aunque el clima no fue amable — viento y bajas temperaturas — muchos dijeron que la emoción, la música, los globos, la fantasía, hicieron que el frío se olvidara por momentos: la energía de la multitud y la grandiosidad del desfile calentaron los corazones.
Una tradición que evoluciona, con luces y sombras
El desfile de este año mostró lo que ya muchos han señalado: el equilibrio — a veces inestable — entre tradición, espectáculo comercial, cultura contemporánea y entretenimiento global.
Por un lado, mantiene elementos clásicos: globos gigantes, carrozas, bandas, Santa al final. Eso lo hace reconocible, nostálgico, entrañable. Por otro lado, incorpora populares fenómenos de hoy — videojuegos, cultura pop, películas, artistas jóvenes — lo que lo renueva, lo hace atractivo para nuevas generaciones, más diverso, más glocal.
Esto también trae interrogantes: ¿hasta dónde es apropiado mezclar magia infantil y pop adulto? ¿Se diluye la esencia familiar y tradicional en favor del show y la viralidad? Las críticas a las canciones elegidas, al lip‑syncing, y al carácter comercial del desfile — planteadas por algunos espectadores — señalan tensiones entre quienes quieren un evento “para todos” y quienes lo ven como espectáculo masivo, de consumo, rutinal.
Pero quizá esa sea la clave de su longevidad: su capacidad para mutar, para adaptarse, para reinventarse. Cada año, nuevas generaciones de niños alzan la vista, nuevos personajes flotan sobre la ciudad, nuevas canciones suenan, nuevos debates surgen. Y la tradición sigue viva.
Conclusión: un espejo de NY, un puente entre
generaciones
En Nueva York, el desfile no fue solo un desfile — fue un mosaico de nostalgias, emociones, fantasía, contradicciones, risas y recuerdos. Fue la ciudad volviéndose niño por unas horas, con globos gigantes iluminando avenidas grises, con música que cruzaba barrios, con familias que compartían un momento irrepetible.
Para muchos, fue simplemente mágico: la confirmación de que, pese al frío, las prisas, el caos urbano, siempre hay lugar para la maravilla. Para otros, fue un espectáculo en que tradición y modernidad chocan, generan preguntas — sobre autenticidad, consumo, espectáculo, memoria.
Pero, sobre todo, fue un recordatorio de que en Nueva York — como en pocas ciudades — la diversidad cultural, la renovación constante, la mezcla de pasado y presente funcionan como motor: un desfile que revive cada año, reinventado, reinventándose.
Y cuando las carrozas se desinflen, los globos bajen del cielo, y las calles se limpien, la ciudad volverá a su ritmo habitual. Pero por unas horas, ayer, todos compartimos un pedazo de fantasía, de urbano encantamiento — y de esperanza.



