Poder no es querer
Desconcierta pensar que en el país más poblado del mundo no nace suficiente gente. Pero China tiene el mismo problema de envejecimiento y baja natalidad que medio planeta.
Los demógrafos no se ponen de acuerdo sobre si se ha alcanzado ya el crecimiento negativo, pero en todo caso lo veremos antes de diez años.
Es un atolladero, no solo para la propia China. Contar con menos población en edad de trabajar impactará en su economía, pero también en el consumo y el comercio mundiales. Algunos expertos hablan de un efecto parecido al que provocó el estancamiento japonés de los noventa.
El Partido Comunista lleva años tratando de solucionar el problema que él mismo creó con la política del hijo único. Pero el rumbo de un buque tan pesado se corrige muy despacio.
En 2016 se abrió la veda a un segundo hijo (antes podían las minorías, matrimonios de hijos únicos, o simplemente los ricos que pagaban una multa), creyendo que la gente se animaría.
No ha sido así. En algunas ciudades la natalidad ha caído el 35%. Académicos como Yi Fuxian, de la Universidad de Wisconsin-Madison, creen que el Gobierno podría haber maquillado las estadísticas sobre el impacto del control de natalidad de los últimos 30 años para que no cunda el pánico.
Si la demografía es complicada, a escala china los números marean: casi 1.400 millones de personas. Tiene poco que ver el habitante de Heilongjiang, al lado de Siberia, con el de la frontera con Birmania.
Ni comen ni visten ni aspiran a lo mismo, salvando los mínimos de todo ser humano. Pero a la mayoría les afecta el problema 4-2-1: el cuidado de cuatro abuelos y dos padres recae sobre los hombros de un solo hijo. La presión es tremenda. Aun así, no procrean.
Los planes quinquenales ya no lo deciden todo. Cuando los precios de los pisos se han disparado y no existen sanidad ni educación infantil gratuitas, ampliar la familia no suele ser una opción.
La competencia académica es tan brutal que muchos padres prefieren invertir todos sus recursos en sobrepreparar a un solo retoño. Y existe otro factor, más complicado de medir: con la apertura económica ha calado un culto al individualismo que está reñido con la obsesión del Partido por controlarlo todo.Pekín empieza a lidiar con la aleatoriedad de sus ciudadanos.
Abrir la espita a un determinado comportamiento social no garantiza ningún resultado. A los chinos les dejan tener más hijos, pero no quieren.
Para unos es imposible, por muchas exenciones fiscales que se concedan. A otros simplemente no les interesa, ni tampoco ahorrar todo lo que ganan, sino ir al cine y tomar cafés insípidos en vaso de cartón. Están en su derecho, aunque eso pueda comprometer el crecimiento global.
Poder no es querer
Por Ana FuentesColumnista Invitada
www.ecuadornews.com.ec