Carentes de vergüenza
Carentes de vergüenza
Cada vez resultan más grotescas las evidenciables motivaciones de nuestra clase política. Parecería que la actividad por la cual se desgañotan y medio matan cada vez que hay elecciones, lleva como único objetivo mantener o alcanzar ciertas parcelas de poder, para sus particulares beneficios o el de los suyos. Mandando al caño los de quienes, sobre las tarimas, aseguraron que defenderían.
Frente a ellos, un país que parecería vivir de espaldas. La mayoría mirando a cualquier lado, menos al lugar desde donde el bienestar común se construye o destruye.
Preocupados en la última contratación de su equipo favorito o en los entresijos de la farándula criolla. Solo así entenderíamos cómo las sinvergüencerías de la clase política se manifiestan y se mantienen de lo más tranquilas. En esa relación entre la sinvergüencería de cierta clase política y la poca importancia de la mayoría, encaja el caso de Diana Atamaint dentro de la Comisión de Fiscalización de la Asamblea.
Hasta el momento de escribir esta columna, socialcristianos y correístas, junto a otros que se dicen “morenistas”, hacen todo lo posible para evitar lo que la decencia política obliga. Actitud de la que prescinden por deshonestas motivaciones. En el mismo nivel está lo que sucede en Los Ríos.
Aquí la Defensoría del Pueblo armó un zafarrancho por la paridad de género en las vicealcaldías de la provincia, hasta que tocó el turno de la vicealcaldía de Babahoyo. Ahí terminó todo. ¿Por qué? Se creería por el actual poder del cuestionado prefecto socialcristiano de esta provincia que blinda, de cualquier malestar, a su casi impúber hijo para que siga tranquilo en la vicealcaldía de ese cantón.
Política y cargos asunto de patrimonio familiar, así lo han ratificado las denuncias sobre el control de los hospitales del IESS en Los Ríos.
Una asambleísta coloca a sus hijos en cuantos cargos pretenda en ese espacio público y otros. Le inquieren sobre el tema y, luego de amenazar a quienes la denuncian, pide que no nos preocupemos, que mejor es que sus hijos estén ahí y no en las calles, delinquiendo. Ya poco les avergüenza. Casi nada, diría
OPINIÓN
Por Xavier Villacís
Ecuador News
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