ORGULLO ARGENTINO
ORGULLO ARGENTINO
No hay mucho motivo para el orgullo si se nace argentino, como en mi caso. Alguna gesta individual, nombres que cuan milagros nos mejoraron la vida y me acuerdo de Piazzolla, Julio Cortázar o María Elena Walsh, entre otros, ejemplos de vida, como los soldados caídos en Malvinas o los que se jugaron el pellejo por otros, y muy poco más.
Pero hubo una vez, en Addis Abeba, capital de Etiopía, donde pude sentir el orgullo de ser argentino, y gracias a un grupo de mis compatriotas.
Un gran amigo colombiano me había llevado al Museo del Terror Rojo. Estaba parado frente a un cofre cargado de calaveras y de lo que se había encontrado en las tumbas comunes de las víctimas del genocidio perpetrado por el régimen de Mengistu Mariam (1987-1991).
El guía del museo se me acerca y pregunta de dónde soy. Cuando le respondo: “Argentina”, de inmediato dijo: “Los que hicieron este trabajo, los que identificaron a las víctimas, son argentinos…”. Enseguida la piel de gallina y algunas lágrimas.
Era la primera vez que al decir Argentina no me decían ni Maradona ni Messi. Me estaban recordando a ellos, los hombres y mujeres del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), quienes, luego de trabajar arduamente, por años y en silencio, para identificar a las víctimas del genocidio argentino (1975-1983), fueron convocados en distintos países de África, en México, en Guatemala y en diversas partes del mundo, para colaborar con la justicia y con la verdad histórica. Por cuestiones profesionales conozco pormenorizadamente su trabajo y su entrega.
Solo basta escuchar a los familiares de las víctimas que ellos lograron identificar en las tumbas de diversas partes del globo, para entender el tamaño y la importancia de su trabajo.
No en vano, hace unos días, un grupo de intelectuales argentinos decidió presentar al EAAF como candidatos al Premio Nobel de la Paz 2020, ante la fundación homónima en Oslo.
Convencidos, como estamos, que se lo merecen como nadie, aunque ellos no se detengan en ello. No tienen tiempo de detenerse en esas cuestiones, cuando aún quedan tantos restos óseos sin nombre y apellido, aquí y en el mundo, y nos sigan ayudando a sentir el orgullo, ese bien por demás escaso por estas pampas.
OPINIÓN
Por José Valé
Ecuador News
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