EL CONTINENTE DE LA ESPERANZA Y DE LAS BARRICADAS ENCENDIDAS
EL CONTINENTE DE LA ESPERANZA Y DE LAS BARRICADAS ENCENDIDAS
La idea persistente de poner etiquetas, cuál más idealista, soñadora o sugestiva que la otra, nos caracteriza, aunque con matices. Somos el continente de la esperanza, se decía con convicción. Una certeza que se pone a prueba con la realidad.
Si miramos al gran México, rico de vertientes culturales, raíces indígenas y herencia colonial, templos de arquitectura admirable, potente literatura, pensadores progresistas, muralistas formidables, pionero en la televisión y potencia taurina del planeta en un siglo XX, la huella del mono partidismo del PRI derivó en un sistema abierto, de candidatos ‘partidos’ en cada comicio por las balas del crimen y el narcotráfico.
En Centroamérica la figura de Morazán no logró proyectar sus afanes libertarios de la colonia y de una potencia pasaron a una dependencia con el país del norte que influyó, decidió, sacó y puso presidentes a placer y conveniencia.
O, como en Nicaragua, trocó del perverso dictador Somoza al nefasto tirano Daniel Ortega que despeja el camino para una elección con los contrincantes presos y la prensa libre perseguida.
Venezuela fue la Arabia Saudita de América. El bipartidismo, que pareció ejemplo de madurez democrática, no supo manejar los millones de los petrodólares, se ahondó la brecha social y cayeron en una dictadura disfrazada de revolución bolivariana, que ahora vive la tragicomedia del tiranuelo de Maduro, quien pasará a la historia por haber propiciado el éxodo más grande en nuestro continente. Mareas humanas de pobres, famélicos, buscan pan y trabajo.
La Colombia siempre tan rica, vivaz e inteligente que admiramos, hoy se prende en llamas. Allí tampoco la violencia dejó de acompañar la historia de la República. El bipartidismo y los poderes regionales se establecieron a sangre y fuego y el siglo 20 dejó, tras el Bogotazo, la estela de una guerrilla que creció incipiente y se convirtió en poderoso ejército con ideales que quedaron en nada al sucumbir a los encantos del dinero fácil, el secuestro y las rutas de la droga.
Ni los acuerdos de paz frenaron la barbarie y el asesinato de dirigentes populares no cesó. Hoy las barricadas ganan las calles. Los manifestantes protestan de día y saquean de noche.
Las fuerzas del orden acostumbradas a reprimir la lucha armada se desatan en demostraciones de fuerza que no contienen la anarquía popular, siempre atizada por los afanes extremistas que quieren dar el golpe de una vez por todas y cosechar, desde la inequidad y pobreza extrema, un poder autoritario con celofán de justiciero. Mal asunto, y peor para los pobres de siempre, que lo serán más.
En el Perú el poder se pasa factura a sí mismo. La corrupción lo copó y el populismo llevó a una segunda vuelta descabellada entre el pasado sombrío de Keiko y la inercia de un Castillo cuya deriva izquierdista podría ser destructiva.
El Chile pos Pinochet creció la economía pero no supo distribuir la riqueza. La nueva Constitución: un reto hacia una democracia con prosperidad.
OPINIÓN
Por Gonzalo Ruiz Alvarez
Especial para Ecuador News
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