Nueva maravilla en el mundo del tenis
Nueva maravilla en el mundo del tenis, es hija de un ex futbolista ecuatoriano
SUBCAMPEONA DEL US-OPEN TIENE SANGRE NUESTRA EN SUS VENAS
La rebelión de las jóvenes llegó al mundo del tenis femenino con la inglesa Emma Raducanu, de 18 años, y la canadiense-ecuatoriana Leylah Fernández, de 19, que disputaron la final del Abierto de Estados Unidos más inesperada y a la vez esperanzadora para el mundo del tenis de mujeres.
Raducanu, a la postre campeona, y Fernández, con un tenis muy similar, basado en la rapidez y en una anticipación especial, llegan a pelotas a ras del suelo, que luego las devuelven con facilidad, y esto les ha permitido sorprender en Flushing Meadows y triunfar.
La historia será muy diferente a partir de los próximos torneos, cuando estudien sus estilos y cada aspecto de su juego, pero en la pista central Arthur Ashe Stadium se desenvolvieron con una madurez sorprendente, sin importarles que rival tenían enfrente.
Su juego, actitud y rendimiento en el campo hizo que los aficionados neoyorquinos, ante la ausencia de la legendaria Serena Williams, se lo comprasen de inmediato y le diesen todo su apoyo para ayudarlas a estar en su primera final de Grand Slam.
Aunque la noche del jueves, Raducanu, que llegó como la número 150 del mundo, y Fernández, en el 73, tomaron caminos completamente diferentes hacia el partido por el campeonato en Flushing Meadows.
Sin embargo, ambas consiguieron su objetivo y regresaron al Arthur Ashe Stadium el sábado para la primera gran final entre dos jugadores muy jóvenes desde el Abierto de Estados Unidos de 1999, cuando Serena Williams, de 17 años, derrotó a Martina Hingis, de 18.
BELLA HISTORIA
Todo empezó con un rechazo y una promesa. Leylah Fernández tenía apenas seis años cuando le notificaron, después de un año de trabajo, que ya no sería tenida en cuenta en el programa de desarrollo patrocinado por la provincia de Quebec en su Canadá natal.
Para su papá Jorge, un ex futbolista ecuatoriano y que había jugado en la liga semiprofesional de fútbol como delantero, la noticia era un alivio: “Me puso contento porque pensé en que íbamos a poder hacer cosas normales durante el fin de semana, pero eso le dolió mucho a mi hija. Nunca la había visto con tanto dolor. Era una niña, conversamos y ella me dijo que era lo que quería hacer y que le dolía mucho. Entonces, como padre, le hice la promesa de que yo la iba a ayudar, que no se preocupara, que iba a entrenar con ella y que le íbamos a ganar a todas, como cualquier padre que tiene que decirle eso a su hija. Sinceramente, pensé que iba a durar uno o dos años máximo, y que como muchos niños iba a abandonar. Pero nunca lo hizo”, recuerda su padre y entrenador.
Número uno del mundo y campeona de Roland Garros junior en 2019, su relación con el tenis fue una casualidad. Leylah quería ser futbolista como su papá en un país que tiene un poderoso desarrollo de la rama femenina: su selección se consagró como campeona olímpica en Tokio 2020 tras dejar en el camino a potencias como Brasil, Estados Unidos y Suecia. “No quise que mi hija jugara al fútbol. Quería que verdaderamente le naciera la pasión por el deporte, que fuera una pasión de ella y no condicionarla porque su papá había jugado. Ahí fue la introducción al tenis, por suerte y de una manera inocente.
Y ahí empezó una historia increíble”, recuerda Jorge sobre los primeros pasos de Leylah. Hasta el día en que Leylah fue desafectada del programa provincial, Jorge Fernández apenas había tenido dos acercamientos al tenis en su vida, siempre como una alternativa recreativa para divertirse con sus compañeros futbolistas. Ya retirado de la práctica profesional, Fernández había comenzado el curso de entrenador de fútbol que abandonó cuando le faltaban entre seis y ocho meses para recibirse y conseguir la licencia para dedicarse a tiempo completo a su hija.
Fueron las lágrimas de la joven Leylah las que lo llevaron a incursionar en el mundo del tenis, una aventura que encaró en modo autodidacta: “Después de hacer mi promesa, comencé a leer más, a ver videos, a estudiarlo. Tuve la suerte de poder estudiar el tenis de la misma manera que el fútbol. Me ayudó que ella era jovencita, y que pude comenzar desde el inicio. Fuimos trabajando con canchas más pequeñas, adaptadas. Los primeros años fueron un desastre, yo nunca había entrenado niños, había estado con hombres de 16 años para arriba. Así que tuve que adaptarme lo más posible a ella, y ella a mí. Fueron años difíciles. Yo quería que hiciera tenis de forma recreativa, no quería que lo hiciera en alto nivel”.
Pero Leylah, motivada por su pasión, tenía otros planes: “Llegaba de la escuela y quería ir al parque. ‘Pero papi, usted me prometió’ y ahí íbamos. La gente pensaba que yo era abusivo porque en las canchas de tenis, que se alquilan por hora, yo le decía que teníamos que irnos porque nos quedaban cinco minutos, pero ella insistía y me pedía tres peloteos más. Y ella se ponía a llorar, la gente entraba a la cancha y pensaba que yo le pedía que golpeara tres pelotas más, pero no era el caso, era difícil equilibrar su pasión para entrenar, golpear y divertirse, mantenerlo de una manera recreativa que era lo que yo quería”.
Jorge se dio rápidamente por vencido con la idea de que su hija mantuviera al tenis como una práctica amateur. Fue a los siete años, en el primer torneo que disputó y ganó, que se dio cuenta que Leylah era distinta: “Le vi algo diferente en los ojos.
Le vi una concentración fatal, enorme, que ni siquiera veía en los chicos de veinte años que entrenaba en el fútbol. El timing estaba ahí, se movía muy bien, y ganaba, que ganar es difícil. Hay ciertas cosas que la gente con experiencia se da cuenta por la mirada, y ahí empecé a pensar que podía lograr sus sueños”.
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