Rusia y la Revolución de Octubre PARTE II
Rusia y la Revolución de Octubre PARTE II
Trotsky era un judío impaciente que se dejaba arrastrar por su inmodestia y no lograba ocultar sus ambiciones personales, lo que le granjeaba el rechazo de muchos de sus camaradas. Proclamaba que el capitalismo jamás permitiría edificar una nueva sociedad y que sus ataques derrumbaría lo poco que se lograra erigir; asimismo, manifestaba que los rusos eran tan atrasados que, en el mejor de los casos, lo único que podrían establecer sería una caricatura del comunismo. Pero, a pesar de que era un conocedor erudito de la cultura europea y de su enorme preparación intelectual, fue derrotado por Stalin, que controlaba el Partido Comunista.
Stalin no era eslavo sino georgeano y, según un decir ruso, por donde pasa un georgeano un judío no tiene nada que hacer. También fue un típico capricorniano: tan testarudo y diamantino de voluntad, que sus mandatos eran casi inamovibles; le sobraba astucia para urdir todo tipo de intrigas; tenía la paciencia de una araña que espera a su víctima en un rincón; no se conocía ni lo que pensaba ni lo que deseaba y, según él afirmaba, desconfiaba hasta de sí mismo; dominaba el don de la ubicación, siempre estaba en mayoría y en los lugares y momentos precisos. Mientras que sus camaradas dirigían el ejército, la seguridad y los sindicatos, creyendo estar más próximos al poder, tomó un puesto que todos despreciaron, la Secretaria General del Partido Comunista de Rusia y, a través de sus organismos, controló todos los resortes del Estado Soviético. Supo sacar ventaja de las debilidades y aspiraciones de sus adversarios: se unió con Zinóviev y Kámeniev, para vencer a Trotsky, y con Bujarin, para derrotar a Zinóviev y Kámeniev. Después no le costó trabajo ganarle la partida a Bujarin, que quedó totalmente aislado.
Finalmente triunfó Stalin, y Trotsky, luego de ser expulsado del Partido Comunista, se exilió y, a través de una facción de la III Internacional, organizó la “Oposición de Izquierda Internacional”. Después de que Hitler llegara al poder en la Alemania Nazi y de la persecución de los comunistas en Europa, Trotsky formó la IV Internacional y se exilió en México, donde fue asesinado por Ramón Mercader, un personaje oscuro de la historia, de quien se cree que era agente de los servicios secretos soviéticos.
Lo cierto, y más allá de toda duda, es que Stalin era el único dirigente comunista que no soñó con la Revolución Mundial, pues tenía los píes bien asentados sobre la tierra, y manifestó que comprometerse en organizarla “era un error tragicómico”. En 1931 sostuvo que en el plazo de diez años la Unión Soviética, o la URSS, -así pasó a llamarse Rusia Soviética- iba a ser invadida por el mundo occidental, se equivocó en unos pocos días. Comprendió que, para subsistir, la revolución dependía de sus propias fuerzas, para lo cual la URSS debía industrializarse, lo que se hizo mediante planes quinquenales, que convirtieron a ese país en la segunda potencia mundial.
Pese a que Rusia se transformó en una moderna sociedad industrial, estuvo al borde de desaparecer derrotada por la coalición militar más poderosa de la historia, que en 1941 aglutinó a toda Europa continental bajo el mando de Hitler. Sin embargo, luego de heroicas batallas y de liberar a muchos países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entraron a Berlín y el 2 de mayo de 1945 izaron la bandera roja en el Reichstag, el parlamento alemán. Una semana después, el 9 de mayo, el nazismo capituló ante los Aliados, y ese mismo día, las últimas tropas alemanas se rindieron en Praga ante el General Kóniev.
Gracias a la valentía y al enorme espíritu de sacrificio del pueblo ruso y de las demás naciones que conformaban la URSS, la humanidad se libró de ser esclavizada por el nazi-fascismo, pues en las entrañas de este gigantesco país fue destrozado el 75% del más potente complejo militar bélico creado por la especie humana, la Werhmacht, las Fuerzas Armadas de Alemania Nazi, que solo conoció victorias cuando, de manera arrolladora e invencible, marchó a lo largo y ancho de Europa, esclavizando a sus pueblos y apoderándose de sus industrias y riquezas. Hoy, ante tanta falsificación de la historia, vale la pena recalcar que la Segunda Guerra Mundial fue una conflagración que se desarrolló, en lo fundamental, en el frente soviético-alemán, donde se libraron las más decisivas batallas, que significaron el viraje radical de la guerra y resquebrajaron la espina dorsal de la Werhmacht.
La guerra ocasionó a la Unión Soviética la muerte de 27 millones de sus ciudadanos y la destrucción de bienes materiales por un valor cercano a los tres billones de dólares; el pueblo ruso, sin ayuda de nadie, reconstruyó su país. Fue Rusia la que llevó el fardo más pesado de esta contienda, merced a la valentía de su pueblo se salvó la vida de millones de europeos y estadounidenses. Edward Stettinus, Secretario de Estado de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial, reconoció que los norteamericanos deberían recordar que en 1942 estuvieron al borde de la catástrofe. Si Rusia no hubiera sostenido su frente, los alemanes hubieran estado en condiciones de conquistar Gran Bretaña y apoderarse de África y América Latina.
Stalin gobernó la URSS desde 1922, cuando enfermó Lenin, hasta su muerte en 1953, y dirigió la construcción del socialismo, sistema que garantizó los mismos derechos para todos sus ciudadanos; donde las clases sociales dejaron de ser antagónicas y la tierra y los medios de producción fueron comunes; donde el trabajador era justamente remunerado y perdió el miedo a la enfermedad y el desempleo; donde la salud, la cultura y la educación eran gratuitas; donde cada ciudadano tuvo la oportunidad de desarrollar sus capacidades artísticas, científicas o espirituales; donde las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres; donde la única “clase privilegiada” fueron los niños; donde no hubo ni racismo, ni discriminación racial, ni religiosa; en fin, donde fue eliminada la explotación del hombre por el hombre, raíz de todos los males sociales.
Los detractores de Stalin critican estas conquistas por su alto costo humano, pero no toman en cuenta ni la época ni las circunstancias en que gobernó y responsabilizan únicamente a él por los excesos e injusticias cometidas, o sea, individualizan lo que fue responsabilidad colectiva. Así, por ejemplo, Kruschev, quien era más estalinista que el mismo Stalin, durante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS descargó toda su culpa y la ajena sobre los hombros de Stalin, gobernante que no debe ser ni santificado ni demonizado sino valorado con objetividad, igual a lo que se hace con Isabel I de Inglaterra y Napoleón Bonaparte de Francia.
OPINIÓN
Por Rodolfo Bueno,
Corresponsonsal de Ecuador News en Quito
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