Cuando se pierde la paz
Por Miguel Rivadeneira Vallejo
La decepción en la clase política, la parsimonia y la buena fe de la mayoría de los ecuatorianos explican la indiferencia cuando acechan grupos violentos, unidos a la narco política y movimientos que conspiran permanentemente contra la estabilidad democrática y la institucionalidad desde esa Asamblea desprestigiada.
Solo cuando se pierde la paz se añora luego, pero ya es demasiado tarde. Así perdieron en su momento la democracia y la institucionalidad los pueblos de Venezuela, Nicaragua, Cuba. Les engañaron, les silenciaron y perdieron las libertades, les impusieron el pensamiento único, les persiguieron, destruyeron las economías y lograron la igualdad, que tanto se añora, pero todos en la pobreza, sin perspectivas de prosperidad, con salarios de miseria, a excepción de los que dirigen esos regímenes y disfrutan del poder. Los que discrepan y disienten, a la cárcel sin miramientos y luego expulsados de su propio país, sin nacionalidad, como unos parias (Nicaragua). O la diáspora venezolana, con la huida de más de siete millones de personas. ¿Eso se quiere en nombre de la revolución y de sus jefes?
Cuando los pueblos se preocupan, se quitan las vendas de los ojos, se sacuden de los engaños de los populistas y demagogos, a veces resulta demasiado tarde. Se ha perdido el sentido de pertenencia, de la unidad nacional. La soberanía radica en los pueblos y no en los que se atribuyen el mandato y en su nombre hacen lo que les viene en gana.
El momento actual es complejo por la agenda que tienen los grupos extremistas, que se ha evidenciado en países de la región. El caso de Perú, tras la última irrupción violenta, que dejara 70 muertos, luego que el Presidente intentara dar un golpe de Estado y hoy está preso y procesado judicialmente.
Este momento no solo está en juego la estabilidad del gobierno de turno, que por cierto ha cometido errores, sino la estabilidad democrática e institucional del país. El escenario de la violencia y el caos no arregla los problemas; al contrario, los agrava y profundiza.
OPINIÓN
Miguel Rivadeneira Vallejo
Columnista Invitado
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