Stalingrado, la batalla que salvó al mundo
Por Rodolfo Bueno
Hace 81 años finalizó la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada de la historia, la suma total de víctimas mortales por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de feroces e ininterrumpidos combates, culminó con la victoria del Ejército Soviético sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.
La derrota de Stalingrado fue una catástrofe militar para los alemanes, cuyas tropas no pararían de retroceder hasta rendirse en Berlín ante el Mariscal Zhúkov, dos años y cuatro meses después. La Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial, marcó el inicio de la victoria de los Aliados en dicha guerra, sentó las bases para la expulsión del territorio de la URSS de todos los invasores, resquebrajó los pactos y alianzas nazis y generó esperanzas de victoria en los pueblos que luchaban contra el nazi-fascismo.
El 18 de diciembre de 1940, Hitler firmó la orden para desarrollar el conjunto de medidas políticas, económicas y militares, conocidas como “Plan Barbarrosa”. En el se contemplaba la destrucción de la Unión Soviética en tres o cuatro meses. El alto mando alemán estaba tan seguro de su éxito que, luego del cumplimiento del plan, planificaba la toma, a través del Cáucaso, de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas esperaban encontrarse con las japonesas. Esperaban también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y EEUU, con lo que lograrían el dominio del mundo.
A finales de abril de 1941, la dirección política y militar de Alemania estableció la fecha definitiva para el ataque a la URSS: el domingo 22 de junio de ese mismo año, a las cuatro en punto de la madrugada. Ese día, la Wehrmacht se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión.
El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético en un discurso, célebre porque, pese a no ocultar la gravedad de la situación en frente, sus palabras imbuían en el pueblo soviético la seguridad en la futura victoria. En su discurso dijo: “Nuestras tropas luchan heroicamente, a pesar de las grandes dificultades, contra un enemigo superiormente armado con tanques y aviones. (…) El propósito de la guerra popular consiste no sólo en destruir la amenaza que pesa sobre la Unión Soviética sino también en ayudar a todos aquellos pueblos de Europa que se encuentran bajo el yugo alemán. (…) Camaradas, nuestras fuerzas son poderosas. El insolente enemigo se dará pronto cuenta de ello. (…) ¡Hombres del Ejército Rojo, de la Armada Roja, oficiales y trabajadores políticos, luchadores guerrilleros! ¡Camaradas! ¡Los pueblos de Europa esclavizados os miran como libertadores! ¡Sed dignos de tan alta misión! La guerra en la que estáis luchando es una contienda libertadora, una guerra justa. Ojalá, os inspiren en esta lucha los espíritus de nuestros grandes antepasados. (…) ¡Adelante, hacia la Victoria!” Se necesitó del colosal esfuerzo del pueblo soviético para revertir la grave situación y vencer.
La primera victoria soviética se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú. Sobre esta batalla, el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.
La siguiente victoria se dio en Stalingrado. Cuando el General Vasili Chuikov llegó a hacerse cargo de la comandancia del 62º Ejército que en esa Batalla enfrentó al Sexto Ejército Alemán, fuerza élite que había conquistado Europa continental, el Mariscal Yeriómenko le preguntó: “¿Camarada, cuál es el objetivo de su misión?” Su respuesta fue: “Defender la ciudad o morir en el intento”. Yeriómenko tuvo la certeza de que Chuikov había entendido perfectamente lo que le exigían.
Según Chuikov, “por todas las leyes de las ciencias militares, los alemanes debieron ganar la batalla de Stalingrado y, sin embargo, la perdieron. Es que nosotros creíamos en la victoria. Esa fe nos permitió vencer y evitó que fuésemos derrotados”. Comprendía cabalmente que Alemania ganaba la guerra si triunfaba en Stalingrado.
Comenzó con menos de 20.000 hombres y 60 tanques, pese a ello fortificó las defensas en los lugares donde era posible contener al enemigo, especialmente, en la colina de Mamáyev Kurgán; además, estimuló el uso de francotiradores, uno de ellos, el famoso Vasili Záitsev. Chuikov seguía la doctrina del conde Suvorov: “Sorprender al contrincante significa vencerlo”. Por eso, luchaba en las condiciones que los alemanes detestaban, ello le permitió derrotarlos.
Sobre la Batalla de Stalingrado, el General alemán, Dorr, escribió: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller. (…) Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue quien ideó esa forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedan el radio de acción de un lanzador de granadas.
Después de tres meses de sangrientos combates, los alemanes habían capturado el 90% de la ciudad y dividido a las fuerzas soviéticas en tres bolsas estrechas. Gracias a la moral combativa de los defensores de Stalingrado, los alemanes lograron avanzar apenas medio kilómetro en doce días de la ofensiva de octubre del 1942. El 11 de noviembre, y por última vez, los alemanes atacaron en Stalingrado, intentaron llegar al río Volga en un frente de cinco kilómetros; el ataque fracasó porque los rusos defendieron cada metro de su tierra.
Stalin, en el discurso del 7 de noviembre, anunció que “pronto llegará la fiesta a nuestro barrio”; en efecto, el 19 de noviembre de 1942 se dio inicio a la operación Urano, ofensiva soviética que fue preparada en el mayor de los secretos, por lo que para los alemanes fue inesperada, el lugar adonde convergían las tenazas del ataque era la estratégica aldea Kalach y su puente. El pueblo soviético exclamó con todo júbilo: “¡Comenzó!” Al cuarto día, el 23 de noviembre, 330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud. El ultimátum enviado al General Paulus por el Mariscal Rokossovsky fue rechazado.
El 30 de enero, Hitler ascendió al General Paulus al rango de Mariscal de Campo. En realidad, el acenso era una orden de suicidio, pues en la historia de las guerras no hubo un sólo caso en que un mariscal de campo hubiera sido prisionero. Pero Paulus no tenía la intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a varios generales, y prohibió hacerlo a sus oficiales, que debían compartir la suerte de sus soldados.
La resistencia alemana en Stalingrado cesó el 2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron todos los intentos por romper el cerco. El Ejército Soviético capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg. Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de Investigación Histórica Militar de la República Democrática Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.
La Wehrmacht perdió en la batalla de Stalingrado más de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. En Memorias de un Soldado, el General Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”.
La casi totalidad del material militar que se empleó en Stalingrado fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la URSS habían trasladado desde las zonas centrales de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.
Una historia épica de esta batalla es la de la Casa de Pávlov. Los alemanes fueron incapaces de apropiarse de este fortín, defendido por una docena de aguerridos soldados rusos. Los hombres de Yákov Pávlov, suboficial que tomó el edificio y comandó su defensa, eliminaron más soldados del enemigo que los soldados alemanes que murieron durante la liberación de París.
¡Gloria eterna al heroico pueblo soviético que libró al mundo del nazi-fascismo!
OPINIÓN
Rodolfo Bueno
Corresponsal de Ecuador News en Quito
Para ver más noticias, descarga la Edición